Algunas veces el abstencionismo puede causar la muerte. Entérate cuáles son esas situaciones para que las identifiques.
La cena llegó a su fin y la fiesta había comenzado. Mi anfitrión sacó de la alacena, por encima del refrigerador, una botella oscura llena de un elixir que era completamente legal, disponible, sin prescripciones, y -la mayoría de investigadores están de acuerdo- podría proveerme de una vida más larga y saludable. Por cierto, también va bien con carne cruda (tártara) y queso fino.
Mi amigo sirvió y ofreció el vino. Los estudios dicen: ¡A tomar se ha dicho! y si lo hago, podré trabajar más, pues tendré menos probabilidades de sufrir un ataque al corazón (y más pronósticos de sobrevivencia si tengo uno), además disminuyen mis probabilidades de desarrollar demencia senil y quizá también evite el tan temido resfriado común. Miré la copa. Buen vino tinto. «No, gracias», dije.
Nunca he tomado una cerveza, ni un trago. O una copa de vino. Tomé jarabe de «alto octanaje» para la tos cuando era pequeño. (Mi mamá guardaba un frasco de algo que sabía como a espinas de pino machacadas). Y una vez en mi juventud, después de tomar la última cucharada de jarabe de chocolate de un helado, en la recepción de una boda, me sorprendió el sabor amargo que me quedó. Por un momento, me quedé sentado con la cabeza de lado, observándome con curiosidad porque me di cuenta, con la sensación que tuve en la garganta, que acababa de ingerir un poco de ron. Así es que tal vez no puedo aseverar que soy un completo abstemio, pero esas pocas cucharadas que tomé son la suma de mi posición como bebedor social que he adoptado toda mi vida.
Cuando en alguna ocasión alguien me ofrece un trago y yo lo rechazo, invariablemente la gente reacciona en uno de estos dos modos: pone ojos de sorpresa y dice: «perdón, no sabía», u «ok, no te preocupes», y se quedan pensando que van a recibir de mi parte una explicación del por qué no tomo. Pero, comúnmente, la gente realiza una pausa y entonces -hacen como si me hubieran entendido- y exclaman: «¡ah!», retiran su copa de mi vista y hacen un gesto de reconocimiento a mi esfuerzo por mantenerme sobrio creyendo que soy alcohólico.
La verdad es que yo no bebo. Pero últimamente me he estado preguntando: ¿debería empezar a hacerlo? Y al dejar pasar una copa de Merlot pienso, ¿de alguna forma me niego a tener una vida más larga?
«Abstinencia», dice el doctor David J. Hanson, «es un factor de riesgo para la salud y la longevidad». Hanson, profesor de Sociología, quien durante su carrera ha investigado el alcohol y la manera de beberlo, se refiere a un estudio danés en el cual se le dio seguimiento a 12,000 personas durante 20 años. Aquellos que bebieron de forma moderada y se ejercitaron redujeron 50% la posibilidad de morir de una enfermedad del corazón; quienes se ejercitaron y eran abstemios 30%. ¿Quién iba a decir que podría haber optimizado mi rutina de ejercicios con un tarro de cerveza?
El concepto de la «hora feliz saludable» fue lanzado en 1904 cuando el Journal of the American Medical Association circuló un artículo en el que sugería que el consumo de alcohol podría prevenir las enfermedades del corazón. Más de un siglo después, los investigadores aún no están convencidos, sus dudas me interesan para conocer los riesgos de mi salud.
Yo padezco ligeramente de la enfermedad de Raynaud, la cual causa interrupciones intermitentes en la circulación de la sangre de mis dedos; un estudio publicado en el American Journal of Medicine sugiere que puedo ser capaz de reducir la incidencia de los síntomas de Raynaud si consumo dos copas de vino tinto a la semana. Mi colesterol LDL (lipoproteínas de baja densidad) regularmente marca en la zona roja; en 2009, un grupo de investigadores de la Universidad de Connecticut, en Estados Unidos, confirmaron que el resveratrol (un antioxidante natural presente en las uvas y en productos derivados de ellas como el vino tinto) baja la producción del colesterol LDL, asimismo, ayuda a incrementar los niveles para limpiar las arterias del colesterol HDL (las lipoproteínas de alta densidad). Y yo todavía me empeño en pasarme la grasa de mis salchichas ahumadas con refresco de cola en vez de hacerlo con una cerveza helada.
Crecí en una inglesia que prohibía el uso del alcohol. Nosotros tomábamos jugo de uva para la comunión. Pero esto apenas explica mi larga vida de abstinencia, pues a la primera oportunidad muchos jóvenes devotos se convierten en bebedores de la fruta prohibida fermentada. Hasta mi dulce, casto y creyente adolescente fue castigado por tomar cerveza a escondidas. Nunca entendí lo que era beber. Comprendí la lujuria y la codicia, e incluso la gula, pero nunca entendí por qué alguien querría esconderse detrás del gimnasio de la escuela de la preparatoria para tomarse un cooler hasta vomitarlo encima de la falda de una de las porristas. No había tomado la posición correcta (de hecho, me divertí en el callejón de las casas rodantes apartado de todas las personas) simplemente yo no tenía deseos de tomar. Ahora tengo más de 40 años y, por primera vez siento la presión profesional, no de mis amigos adolescentes borrachos, sino de los investigadores respetados cuyos estudios médicos dan a entender que puede ser tonto privarse de un trago.
Aún así, cuando has logrado sobrevivir cuatro décadas sin uno solo, lo piensas dos veces antes de beber. Lo he dudado porque mi familia tiene mala suerte, padece cierto tipo de depresión y rasgos obsesivo-compulsivos (algunos de nosotros estamos medicados). También sé que cuando la depresión y la carga dura de trabajo se combinan, puedo deprimirme durante semanas, sólo comiendo pasteles, tomando café y durmiendo siestas todo el tiempo.
En mis años 30, caía en profundas depresiones y me escondía durante meses en mi casa. La autocompasión y el rompimiento de una relación con una mujer, hace mucho tiempo, fueron parte de esto, pero mi química interna también estaba mal. No era suicida, pero había llegado al punto en el cual prácticamente no me importaba si era arrollado por un tráiler. Un día, silenciosamente desesperado por darle unas vacaciones a mi cabeza, tuve un momento de reflexión en el que me dije, «¡ajá!»: Así es que este es el motivo por el cual la gente bebe. Luego, me metí a mi oficina y observé la casucha convertida en un muladar en el que yo vivía -pilas de trabajo sin terminar, decenas de correos electrónicos sin contestar, recibos sin pagar, la contestadora parpadeando, 20 tazas de café vacías (algunas de ellas con moho) y envolturas de celofán aventadas por todos lados. Tuve otro pensamiento: Oye, quizá beber alcohol podría no ser lo mejor para mí… Podría ser fatal.
Poco tiempo después, acompañé a mi amigo Albert -un conocedor de pequeños bares, cigarros y cerveza fría- a una taberna. Conforme le contaba mis problemas y les daba vueltas con mi vaso de agua, Al me escuchaba con paciencia. Confieso que finalmente estuve tentado a comenzar a beber.
«Oh, Mikey…», dijo, en el más tierno de los tonos. «¡No habrá nunca un mejor momento para empezar a beber!». Dijo eso mientras levantó su cerveza y la lució en la palma de su otra mano, a manera de juego, se la mostró al anfitrión como si presumiera un premio y dijo: «La felicidad en una lata, mi amigo… La felicidad en una lata». Un mal consejo, yo no estaba listo todavía para entrar en la cava. Mucho menos para la felicidad que según te proporciona una lata. Pero, ¿qué hay acerca de la salud en una lata?
El profesor Leo Sioris, doctor en farmacéutica, ofrece una conferencia en la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, llamada Vino, alcohol y salud. Cuando vi el subtítulo de la conferencia le hice una llamada telefónica y le pregunté: «Oiga doctor, ¿debería comenzar a beber?». «Parece fácil», me dijo el doctor Sioris, un toxicólogo clínico que acumula vino tinto en una bodega llena. «¿Bebo o no?» Y entonces me contestó: «de hecho, eso depende de tu salud, y cualquier medicamento o suplemento que tomes tiene un potencial de adicción. Esto realmente debe ser decidido entre tu médico de cabecera y tú.» ¿Más críptico?
Estoy esperanzado en recibir respuestas definitivas, así que me animé cuando leí que el doctor Sioris agrega en el estudio que durante el 2002 la Academia de Ciencias de Nueva York publicó una serie de algoritmos previstos para llegar a establecer conjeturas sobre la terapéutica del trago. De acuerdo con estas guías prácticas, un tipo como yo (no bebedor, de más de 40 años, con un total de colesterol que excede los 200) puede sentirse libre de tomar de uno a tres tragos de vino a la semana.
Pero después de todo, en el fondo, en las letras chiquitas donde dice, «exclusiones», veo esto: «no bebedores con una historia personal de problemas de alcohol». Después de nunca haber bebido, ¿cómo saber si tengo o no problemas con la copa? Pensé cómo le hago para que el café y el azúcar me produzcan el mismo placer que parece generar a todos, y me preguntaba: ¿qué tal si soy uno de esos que toma un solo trago, me encanta y no puedo detenerme nunca?
Mi hábito de consumir azúcar, en efecto, puede ser una señal de alarma. La porción de nuestro cerebro que se siente recompensada por el alcohol también determina nuestra reacción a los dulces y, de acuerdo con un estudio realizado por la Escuela de Medicina Monte Sinai, mi deseo de comer azúcar en cualquier forma me hace más propenso a convertirme en un alcohólico que alguien que puede alejarse de las galletas dulces.
Lo que averigüé después es que un equipo de la Clínica y Centro de Investigación Ernest Gallo recientemente descubrió la secuencia de un cromosoma que estaba significativamente asociado al alcoholismo. Así es que contacté al director, el doctor Raymond White, para ver si yo podía presentar una muestra de tejido y establecer las probabilidades que tengo de terminar siendo un borracho.
«Pasaría al menos una década antes de que pudiéramos completar suficientemente nuestro conocimiento para darle una indicación razonable y, aún así, sería incierto», dice White. «En esta área de valoración de riesgo genético, estamos muy alejados de los estudios cardiovasculares y de las investigaciones sobre el cáncer».
Aún cuando mis genes pudieran o no indicar mi gusto por el licor, el doctor Ezra Amsterdam no hubiera recomendado que comenzara a beber. «Hay otras maneras de tener un corazón sano», dice el especialista, jefe asociado de cardiología de la Universidad de Carolina, en Estados Unidos. En el centro médico Davis. Recientemente publicó un resumen de la investigación sobre salud y alcohol, en el cual considera que las ventajas de beber pueden exagerarse con facilidad -en primer lugar, especialmente si tú hubieras tomado. «Hay algunos posibles beneficios para un bajo consumo, pero también existen inconvenientes reales», dice Amsterdam. «En la población en general, una vez que los hombres toman dos tragos al día, el riesgo aumenta prácticamente para cada enfermedad».
Enfrenté los consejos que conflictúan a los expertos sobre el alcohol y, finalmente, escuché a mi esposa. Ella es una bebedora moderada y una fanática de la nutrición. Entonces le pregunté: «¿crees que debería comenzar a tomar?»; contestó: «No si vas a manejar tu manera de beber como lo haces con el consumo de azúcar». Recientemente, ella se ha visto forzada a esconder los postres que hornea (específicamente, las bolsas con chispas de chocolate) en el congelador, debajo de una pila de costillas de cerdo. Lo sé porque es donde encontré los deliciosos dulces un martes a las 3 de la mañana. Pero eso está decidido: me voy a mantener en mi lucha. Después de todos estos años sería una pena descubrir que soy ese tipo que no puede sostenerse sin su bebida alcohólica. Y no habría nada más triste para un hombre de mi edad, que irse a emborrachar a uno de esos bares donde se va gritar con una copa en la mano mientras se ve en la televisión un juego de futbol. Además, la vida de los abstemios tiene sus cosas buenas. La primera vez que fui llamado para ser miembro de un jurado para determinar un proceso legal, fue por un tipo que peleaba un caso en el que alguien había conducido ebrio. Tras haber respondido como un Técnico en Medicina de Emergencias (EMT, por sus siglas en inglés) a los accidentes relacionados con el alcohol durante años y habiendo trabajado al menos una escena de accidente con un perito en la materia, me imaginé que sería rechazado inmediatamente, que no me incluirían. Pero entré en el último grupo y me escogieron. Justo cuando el juez giró su silla para comenzar el juicio, hizo una pausa y volteó hacia atrás para ver a quienes estábamos en la tribuna del jurado. «Sólo por curiosidad», dijo, «¿hay alguien aquí que no tome?».
Yo levanté la mano. Fui el único.
«¿Usted cree que si alguien toma alcohol es una mala persona?», preguntó el juez.
«Si lo pensara», contesté, «no tendría un solo amigo».
Eso causó bastante risa.
Y luego él me excluyó.