Un testimonio sobre este terrible padecimiento. Conocer otras historias puede salvarnos a tiempo de un futuro de padecimientos.
Soy un hombre de gran apetito. Los hombres que comen un cubo de queso, dos aceitunas y medio vaso de Chardonnay en una fiesta de coctel me desconciertan. Yo me inclino hacia las tres cervezas, una gran cantidad de queso cheddar, incontables puños de almendras y aceitunas, y una brocheta de embutidos. Luego, me voy a cenar. Mi hábito de caminar hacia el trabajo y hacer lagartijas para mantenerme despierto en la oficina son, probablemente, las razones por las cuales no caigo en la obesidad. Al menos ése era el caso hasta el invierno pasado, cuando una combinación de trastornos profesionales (cambié de trabajo), estrés por motivos personales (mi mejor amigo murió de cáncer) y mala suerte (una lesión de espalda) me sacaron noqueado de mi ya de por sí patético juego. Cuando estoy solo, preocupado y he trabajado demasiado, busco el azúcar. Y así me convertí en un hombre con antojo inmenso por las cosas dulces. Y quedó demostrado: siempre había sido un tipo fornido de 1.70 metros y me convertí en barrigón en forma de barril, y llegué a unos inimaginables 95 kilos en la báscula. Luego, hace unos meses, mientras sostenía una malteada en la mano, me pregunté cómo había llegado hasta ahí, y en ese momento decidí que era hora de cambiar, de enfrentar a la bestia. El problema es que siempre he tenido poca fuerza de voluntad. Cuando llegué a ese punto, me comprometí a hacer un plan de ayuno de 30 días para eliminar todo tipo de dulce en mi dieta, a excepción de la fruta fresca. Me prohibí el azúcar, la miel, la sacarina, el aspartame, jugo de caña, la miel de Maple, el jarabe de maíz alto en fructosa, el néctar de agave y los jugos de frutas. Digo, sólo tenía que renunciar a una cosa. No había mayor problema. Excepto que esa única cosa, estaba en todas partes.
Lo que vi en la báscula fue aterrador, pero decidí que una dosis extra de susto podría ayudar a motivarme. Así que el primer día de mi plan de ayuno, me dirigí a mi clínica para obtener el «antes» con los análisis de sangre, la información cuantitativa que puede comprobar que he estado comiendo más chocolate que todo el del círculo de lectores de Oprah.
Le eché la culpa a mi terrible y cegador dolor de cabeza de esa mañana, a la falta de consumo de cafeína, ya que tenía que ayunar por 12 horas (¡sin café!). Llegué de mal humor a la clínica; estaba tenso, hambriento y estresado con una enorme lista de cosas por hacer, la cual era encabezada por un «análisis de sangre» y la omisión del «receso con galletas».
Resulta que mi colesterol HDL (el bueno) está un poco bajo, en 36 mg/dl (miligramos por decilitro), y mis triglicéridos están por los cielos: 359 mg/dl. El nivel de azúcar en la sangre también es elevado (104 mg/dl). Otros dos elementos clave de la sangre, proteína reactiva-C y colesterol LDL, están bien, pero no son excelentes. Mi presión sanguínea es un sólido 118/77. No soy un completo desastre, aún. El nivel elevado de azúcar en la sangre y los triglicéridos hasta los cielos confirman que estoy en camino a ciertos lugares aterradores, con paradas directas en un ataque al corazón y la diabetes.
«Bueno», me dije a mí mismo, viendo los números, «la prueba está en el pudín». Dios, cómo extrañaré el pudín.
En el día dos, me tomo tres tazas de café pero el dolor de cabeza, una vibración sorda que crece peor a medida que el día avanza, persiste, junto con un tic nervioso en el ojo izquierdo y un amargo y perezoso humor. Me pregunto, ¿podré realmente dejar el azúcar? En ese momento se acerca un colega y comienza a hablarme mientras se atraganta con una barra de chocolate. (Tiene su gabinete de archivos lleno de dulces, y aún así está delgado; lo odio, y además se burla de mi pequeño experimento.) Mientras mastica el suave coco con la rica cubierta de aterciopelado chocolate, exagera el grandioso sabor para torturarme, y yo pienso en estrangularlo. De hecho, sin el azúcar, tengo fantasías violentas unas cuantas veces al día. He escuchado que los fumadores hablan de una cólera que les llega cuando están tratando de dejar su mal hábito, y creo que tal vez yo podría tener una pequeña adicción.
Al respecto, vi algunos estudios que hablan de ratones a los que les han dado la oportunidad de elegir, y escogieron el azúcar sobre la cocaína, incluso cuando habían mostrado signos de adicción a la droga. Mis bigotes se enroscan. Comparto mis miedos con el doctor Barry M. Popkin, director del Programa de Obesidad Interdisciplinaria en la Universidad del Carolina del Norte, en Estados Unidos. «Los ratones reaccionan de manera distinta a los humanos ante el azúcar», explica. «Y mientras el azúcar afecta al cerebro humano en maneras similares que el alcohol, el cigarro y la cocaína, no hay estudios científicos definitivos que prueben que el azúcar crea dependencia». De cualquier manera, lo que sí sabemos es que un aproximado de 98 por ciento de la población humana tiene una «preferencia» por lo dulce. Hemos notado también que en países como China, donde el consumo de azúcar era casi inexistente hace unas cuantas décadas, si le introdujéramos lo dulce a la dieta de su nación, la gente la adoptaría totalmente.
Una persona promedio consume cerca de 500 calorías de dulces a diario. «Para muchos hombres ocupados, que tienen una profesión como yo, a quienes su trabajo los hace viajar mucho, aquellas calorías generalmente vienen en forma de bebida. Los hombres consumen una gran cantidad de líquidos energéticos endulzados, agua con vitaminas, té helado o café, de las cuales, la mayoría, tienen cafeína, la cual sabemos que definitivamente contiene una sustancia adictiva», dice Popkin. «Estudios limitados sugieren que las sodas dietéticas pueden condicionar a la gente a tener antojos con niveles muy altos de dulce. En este sentido, esas bebidas también forman parte del problema del consumo excesivo».
La verdad es que los humanos no fuimos diseñados para comer toda esta cantidad de azúcar y, ciertamente, menos para bajar la comida con más dulce todavía.
Hemos evolucionado, principalmente, bebiendo agua. Nunca, en nuestra historia de evolución, hemos pensado en las bebidas como fuente de calorías (excepto de pequeños, cuando tomamos leche materna). Simplemente no estamos hechos para llenarnos con bebidas de ese tipo.
Como ha sido probado, Popkin señala un estudio realizado por la Universidad de Purdue, en Estados Unidos. Los resultados muestran que las calorías que consumimos en bebidas ricas en carbohidratos no satisfacen nuestro apetito del modo que lo hacen las calorías consumidas en los alimentos. Así que las 300 calorías del refresco que tomamos con, digamos, una comida en McDonald´s no sustituyen las 300 que podríamos consumir en una comida (no nos llena del mismo modo). Mucha gente toma una bebida de cola para cenar y rellena varias veces su vaso, pero esto tiene consecuencias. «Veo el efecto del azúcar en las tasas de obesidad que observo cada día en mi práctica», dice Aaron Dunn, quien fuera mi médico familiar durante algún tiempo en Mineral Point, Wisconsin, porque también maneja una clínica que atiende sin costo a toda la comunidad. «He tenido varios pacientes que pierden 4.5 kilos o más, sólo por el hecho de eliminar la soda de sus comidas.»
Estoy en la semana dos y probaré mi fuerza de voluntad. Saldré de vacaciones con mi familia a Washington, será una misión con muchas posibilidades de fracasar. Para llegar a nuestro destino, manejaremos durante tres horas y luego volaremos otras cuatro. Casi todos los alimentos que venden en el aeropuerto contienen azúcar. Y viajar con dos niños pequeños es muy estresante. Les explicaré este asunto a los principiantes: mi hija le tiene miedo a los retretes del aeropuerto que se limpian automáticamente con fuerza centrífuga, y mi hijo corre como loco cuando ve las bandas eléctricas.
En el aeropuerto St. Paul, de Minneapolis, como una ensalada Cobb (le quito el aderezo, el jamón y los trozos de tocino; es decir, todas las cosas que hacen comestible la ensalada de los aeropuertos). Ya en el avión, inquieto y a punto de entrarle a las galletas de mis hijos, me como unos cacahuates. Eso me nivela un poco. En Seattle, nos hospedamos con unos amigos que compran alimentos naturales en una tienda especializada, los conocen y manejan tan bien, que (los santos) me dieron comida sin azúcar.
Pero los restaurantes son el reto más grande para mí. Ahora soy el quisquilloso que molesta a los meseros y los cuestiona sobre todos y cada uno de los ingredientes que contienen las opciones que ofrecen, y sobre el azúcar que le echan a la masa para las pizzas. Y mientras hago un esfuerzo por no añadirle a la comida salsas y aderezos, es probable que se cuelen a mi estómago pequeñas cantidades de azúcar, porque no soy el que está preparando la comida, y detesto pedirle a los chefs que me cocinen cosas especiales, porque se desconciertan. (En una ocasión, la hija del chef de un restaurante de comida asiática me dijo, ya exasperada: «¡Le informo que aquí cocinamos con azúcar! ¡Se la ponemos a todo!».
Sin embargo, parece que la cosa funciona. Al llegar al día 10 de ayuno, los antojos de azúcar desaparecen por completo. En una de las noches de nuestras vacaciones, los niños ya se habían dormido y nuestros amigos sacaron el vino y pusieron en la mesa un plato lleno de chocolates amargos. Apenas les puse atención. Dos semanas atrás, me hubiera comido una docena, fácil. Lo más notable fue que comencé a sentir que mis niveles de estrés desaparecían. Por lo regular no soy un tipo divertido en las vacaciones. La logística de los viajes me angustia. Me preocupa el itinerario y me aterra pensar que nuestros hijos puedan lastimarse, enfermarse o perderse. No puedo quedarme en casa de otros. Pero en este viaje, a pesar de dormir con toda mi familia en una cama queen size y días antes de tratar de negociar un acuerdo importante en Los Ángeles, sin Wi-Fi ni cobertura para el teléfono celular, duermo como un bebé. Y cuando se nos descompuso el auto rentado en Olympic Peninsula (un parque nacional para acampar en Washington), verdaderamente permanecí en plena calma. Para mí, eso es lo más cercano a ser un maestro Zen, como quisiera sentirme siempre.
A nivel emocional, me siento muy bien. Como no me había sentido en meses. Quizá en años. Una parte de mí se pregunta cuánto de todo esto es resultado del efecto placebo. Quizás simplemente me siento orgulloso de mí mismo por haberme librado de la comida chatarra, y creo que tengo mejor ánimo. Así que fui a revisión con el doctor Dunn, quien me había visto de muy mal genio. «El azúcar puede ocasionarte una explosión de energía y mejorar tu estado de ánimo», dice el especialista. «Sin embargo, lo que le sigue a esto es una repentina y dramática caída de azúcar en la sangre, al mismo tiempo que tu páncreas se sobrecarga de insulina. Estos ciclos se manifiestan con cambios de humor, sensación de agitación, fluctuaciones en la concentración y falta de energía».
Sí, eso suena como un día típico en la oficina antes de mi ayuno de azúcar. Llegué al punto de tener problemas para funcionar si no comía una galleta o una barra de chocolate. Fue como si hubiera entrenado mi cuerpo y cerebro para pedir galletas y ambos ordenaran boicotear mis labores si no las obtenían. Ahora mis días en el trabajo son diferentes, como colaciones, por ejemplo, de trocitos de queso, algunas rebanadas de pavo, ensaladas verdes, verduras, almendras y frutas (casi siempre arándanos o moras azules, con yogurt, y a la hora del lunch, una manzana). Desde que tengo un tentempié saludable a la mano en la oficina, no tengo problemas durante el día, y eso lo hago en vez de consumir una sola comida rápida, repleta de azúcares y muy pesada. Tal vez por eso ya no necesito 45 minutos de siesta para reponerme tras la comida, ni batallo con el sueño durante toda la tarde. En vez de eso, me siento lleno de energía y tengo una impresionante capacidad de concentración. Parece fácil comenzar con muchas ganas a sacar el trabajo acumulado en mi escritorio después de una semana de vacaciones. Realizo el cálculo de mis impuestos. Mi lista de pendientes se evapora frente a mis ojos.
Al final de la cuarta semana, tengo que admitir que me siento muy bien, pero no tengo idea si el ayuno ha servido para cambiar (o mejorar) las tristes cifras obtenidas mediante los análisis de laboratorio.
Así que voy al laboratorio por los resultados, y éstas son las cifras: el colesterol bueno está un poco mejor en 39 mg/dl, pero mis triglicéridos han descendido 56 puntos, están a 303 mg/dl. El Doctor Dunn no se ha sorprendido con este resultado. «Los triglicéridos están, en esencia, cubiertos de azúcar y grasas», explica el experto, «son ese tipo de colesterol que responde de manera dramática a la cantidad de azúcar que consumes en la dieta».
Mi colesterol LDL ha descendido de 101 a 90, y mi presión arterial en 112/68, contra 118/77 que tenía hace un mes. Son todas las mejoras que he tenido en algunos de los aspectos más importantes de la salud. En cuanto a lucir bien, los números también dicen que he perdido casi 3 kilos en cuatro semanas. (Pocos días después, de hecho, he bajado casi un kilo más, y peso 82) Mi Índice de Masa Corporal (IMC) ha bajado un punto, de 30 a 29, alejándome de los números que se acercan al rango de la obesidad. El porcentaje de grasa corporal ha caído cerca de dos por ciento. Lo cual me hace preguntarme: ¿qué pasaría si comenzara a hacer ejercicio de manera regular?
Salí de la clínica sintiendo que puedo ser alguien con una mejor vida. El implacable deslizamiento hacia la edad madura se siente menos empinado. Parece que el frío invierno y la tristeza se han ido, y se acercan los días de sol y de calor.
Durante mis primeros días libre de azúcar, fantaseaba acerca de este momento, pensaba en romper con el ayuno. ¿A dónde ir primero? ¿Compraré un panquecito de elote en Starbucks? ¿O simplemente iré a una máquina a sacar un kit kat y un bebida de cola?
De cualquier manera, no me inclino por ninguno de esos dos impulsos. Voy a una cafetería, cuya vitrina está llena de pasteles. Ordeno un café negro y regreso al coche, abro el recipiente donde siempre traigo mi lunch y me como un huevo duro y palitos de zanahoria aderezados en mantequilla de nuez. Me siento demasiado bien para terminar de contarles todo esto ahora.