Cae en lujuria, avaricia, soberbia, pereza, gula, envidia e ira, y sólo estás siendo un hombre; haz estas otras blasfemias y dejarás de serlo.
Escuché por primera vez acerca de los siete pecados capitales en voz de la hermana María Inmaculada, quien se plantó frente al sexto grado en la Escuela Primaria de los Santos Inocentes e hizo una lista de las ofensas que eran al parecer muy, muy malas. Yo tenía un promedio de bateo de 1,000.
¿Gula? ¿Te refieres a Twinkies y leche con chocolate? ¿Lujuria? ¿Te refieres a Margie Ryan, quien en ese momento estaba sentada (ayúdame Jesús) a unos 45 centímetros de mí? ¿Envidia? ¿Te refieres a Tommy Leary, el tipo que la manoseó? Según cada uno de los incisos de la lista del mal, yo era culpable. ¿Pereza? Puedes apostarlo. ¿Soberbia? Condenado sin necesidad de juicio. ¿Ira? La lista en sí me estaba sacando de mis casillas.
Estaba un poco confundido. Yo era un buen niño: hacía mi tarea, amaba a mi familia, incluso me cepillaba los dientes y, aun así, estaba sentado ahí, declarado culpable de los peores pecados que un muchacho podía cometer. Ni siquiera estaba todavía propiamente en el juego, y ya me habían descalificado.
Sin embargo, 40 años más tarde, veo la luz. Mi conducta poco ha cambiado. Los únicos dos de los siete pecados capitales que no cometo a diario son la gula y la pereza, pero soy bueno para ambos. Pero eso no se debe a que sea débil, sino a que nunca he sido más fuerte.
La hermana María Inmaculada estaba un poco confundida. La lujuria, la soberbia, la envidia y otros por el estilo no son pecados en absoluto, sino rasgos de género, y son grandiosos. De hecho, si empiezas con los siete pecados capitales y añades algo de valor, humor, amor y agallas, tienes una receta bastante buena para el guisado conocido como «hombre».
En honor de cada niño que alguna vez quedó perplejo por el conjunto original de cosas muy, muy malas, hemos ideado una nueva lista alternativa, que reconoce que el mundo moderno tiene desafíos original. Y dado que estas son flaquezas mundanas, estos pecados no condenarán tu alma inmortal. Más bien, son faltas flagrantes contra la robusta hombría que se te ha concedido. Si los cometes, quizá llegues al cielo, pero en el camino serás menos admirado por los hombres y menos amado por las mujeres.
Pecado capital 1: pusilanimidad
Eres culpable de este pecado si te niegas a jugar a menos que todo sea sencillo. Tenemos paciencia nula si te haces el delicado cuando las cosas se ponen difíciles. Cualquiera que sea el concurso nos molesta en especial, Sr. Remilgoso, cuando retrocedes como si fueras demasiado bueno para todo, cuando de hecho no puedes luchar con pasión. Si discutes tu caso con los árbitros, has perdido ya tu mayor ventaja: la autoconfianza. Los hombres honestos, buenos y leales, de vez en cuando disentirán y competirán, a veces con vehemencia y en voz alta. El ruido es parte de la emoción de la batalla, y sin duda las reglas hacen posible la civilización (además de los deportes). Pero si un tipo te fractura la laringe en su camino a la meta, estás obligado a reclamarle. Sin embargo, en nombre de todo lo robusto acerca de los hombres, no llames falta al contacto simplemente porque perdiste la pelota. La refriega es la diversión. ¡Elimina el gimoteo! ¡Juguemos!
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Pecado capital 2: ser volátil
No somos parte del coro antienojo. Menos personas se comportarían mal en este mundo en el que todo se vale si supieran que se arriesgan a enfrentar la ira (ve la lista original) de un hombre recto. Un temperamento constante y fuerte puede motivar grandes movimientos históricos; sólo ve las fotografías de tiempos de guerra de Winston Churchill.
Una vez dicho eso, la cortesía frecuente te hace hervir despacio. El enojo está bien, pero ¡escucha, campeón! ¿Qué te parece si reprimes el enojo durante un par de minutos? Es lo justo. Recuerda la sabiduría bíblica: el hombre que gobierna a los hombres es fuerte, pero el que se gobierna a sí mismo es poderoso. La explosión repentina sugiere falta de control, y no es signo de un hombre que despliega enojo justificado por una buena causa, sino de un perdedor que se deja llevar por su rabia. No te prepares de inmediato para la defensa; planea tu ataque, guarda tus armas y munición, recluta aliados fuertes, haz reconocimiento; luego golpea con todo tu poderío.
Pecado capital 3: ser bocón
Estábamos en un pico elevado con un tipo que señaló que la vista era «inspiradora». Peor aún, una vez vimos el nacimiento de un potrillo, que se arruinó con la banda sonora de un tonto que encontró el nacimiento, en particular el saco sanguinolento en el que el potro vino envuelto, «asombroso». ¿Qué diablos? Nos gustan aquellos que saben que nuestra capacidad para el lenguaje nos hace la fauna más fina, pero nos molestan seriamente los que hacen comentarios detallados de un evento conforme sucede, los que nada saben acerca del silencio. Gritón, no puedes sanar un balazo con palabras. Cuando los Medias Rojas bailaron alrededor del diamante, los profesionales tras los micrófonos callaron; algunos momentos hablan por sí mismos. No nos digas por qué estamos mejor sin ella, o cómo será mejor el siguiente empleo. Te suplicamos: ¡cierra el pico! Déjanos ser tanto con nuestros pesares como con nuestras alegrías.
(Continúa)