Poco a poco hemos sido testigos de una nueva vorágine humana. Un tumultuoso —y a veces atropellado— movimiento, fundado en lo que quizá podríamos identificar como el acto más terrenal del mundo: ser en comunidad. Darnos en lo colectivo. En un contexto transformado, no por el covid-19 en sí, sino por el miedo y las imberbes políticas que el virus destapó en todo el planeta, la realidad hoy se siente otra; sin embargo, la atracción de estar-juntos es impermeable. Casi perpetua. Veámoslo de esta manera. Emil Cioran escribió alguna vez: «Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo». Para ciertos antropólogos, lingüistas y filósofos (muy optimistas), fueron la lengua y la organización social que ésta desencadenó aquellos puntos decisivos para nuestra evolución como especie. Sea cual sea el extremo de la cuerda que decidamos tomar, aceptémoslo. Ésta se tensa en la compañía.
En ese sentido, la digitalidad se ha convertido en no sólo la herramienta de conexión humana, sino la plataforma precisa para ello. El espacio ideal, casi único, para extremar nuestro sentido de comunidad. Para formar parte. Para seguir evolucionando. Y es en sus estéticas y reglas de comportamiento, que la moda ha tenido que hallar, además de sus canales de comunicación, eso que se pueda traducir en inspiración y sentido. Es decir, direcciones creativas capaces de tomar lo on-line como su vehículo, pero sobre todo como su nueva razón y hábitat.
Bajo el concepto, entonces, de #DGTogether –y una exploración continua que ya habíamos visto en su colección de Alta Moda en diciembre 2020—, Dolce&Gabbana ha tomado la nostra nuova vita quotidiana para crear su colección masculina otoño 2021. Analizando los encuentros intergeneracionales que vivimos en la red, sí, pero también otros dos aspectos esenciales. Primero, que la necesidad de estar en contacto con los otros —de pertenecer— es imparable y urgente; segundo, que la moda debe pensarse de hoy en más como un cúmulo de imágenes para la cámara y la vida en línea.

Tal vez otras firmas o críticos de moda apuesten por un diseño pensado para la comodidad, el autocuidado, la tranquilidad y el work from home, en siluetas holgadas y colores neutros. Está bien. Pero eso no es así en el universo de Dolce&Gabbana. Allí hay juegos cromáticos y estructuras dispuestas al show-off. Fiestas por Zoom, videos en TikTok, encuentros en Twitch, clases por Teams y la posibilidad de volvernos a encontrar en una circunstancia física para llenar el lugar con nuestro outfit.

La web, en tanto terreno de juego para el presente, se desdobla por la casa italiana como ese mundo de información y desempeño digital, pero también como lo permite su traducción más literal del inglés: una red. En otras palabras, la posibilidad incansable de encontrarnos. De obligarnos a la unión y, por ende, continuar en movimiento. Así, Dolce&Gabbana inaugura un razonamiento híbrido de la moda; preparado para el choque presencial (que esperemos sea pronto), pero un clic a la vez.

Un gesto, un tacto, que puede ser tan revolucionario como lo fueron otras actitudes en los años 80, tan evidentes en el ADN de la marca. Pero entendiendo esto no como un canon irreparable o inconveniente; más bien, como la señal de que este par sigue siendo capaz de comprender a la juventud. Tal y como lo hicieron en la aparatosa década que los vio nacer.

Por ello, no es de extrañar que el expertise sartorial de Stefano y Domenico hoy renuncien a las líneas tradicionales para llegar a los límites del presente con fruncidos, iridiscencias, patchwork, mixturas disonantes, maquillaje masculino y mucha espontaneidad. Visiones que funcionen prioritariamente en pantalla. Los esenciales para este e-boy —o ragazzo elletronico, siguiendo el espíritu de la casa— que hoy vive bajo la promesa de un planeta corpóreo, pero que debe conducirse a 44 terabytes por segundo.