El protagonista de Venom, Tom Hardy, habla de las voces en su cabeza y de cómo le ayudaron a convertirse en nuestro antihéroe favorito.
Entrevista por Miranda Collinge
Fotografías por Greg Williams
Son alrededor de las dos de la tarde en un día nublado de junio y Tom Hardy está tratando de convencerme de salir caminando de la tienda Pets at Home en la sucursal de Richmond con un tanque redondo para peces dentro de mi camisa.
“¡Parecería que tienes tres meses de embarazo!”. Además de añadir: “Nadie pensaría que yo me estaría llevando cosas de una tienda, y mírate a ti…”.
Winona Ryder, le digo. Winona Ryder.
“Pero en realidad no lo voy a sacar de la tienda”, señala. “Te voy a llevar ahorita mismo al hospital, ¡vámonos!”.
Estoy 90 por ciento segura de que está bromeando, y 75 por ciento segura de que no lo haría de todos modos, pero recordé que él es un profesional en el arte de la persuasión —“ajetreo” lo llama él— y la señora empujando al niño en la carriola por el pasillo del acuario no se ve como si le importara mucho lo que estamos haciendo. Mi camisa es bastante amplia y probablemente podría encajar el tanque sin mucha dificultad, y a medida que pasan los segundos, comienzo a vacilar.
«Estamos en el sudoeste de Londres, donde Hardy vive con su esposa».
Pero vamos a retroceder un poco. Estamos en Pets at Home “la tienda minorista de artículos para mascotas más grande del Reino Unido”, porque Tom Hardy quiere hacer un escudo de Capitán América para su hijo de dos años y medio —me pide que no revele el nombre o el género— y está buscando objetos circulares que podría improvisar para el trabajo.
Hasta ahora, ha considerado una tapa de basurero, un frisbee para perros y un tapete de cartón para gatitos. También me sugirió que podría robar un rin (“podrías arrancar uno de un coche al salir”), pero ahora sólo le importa la tapa del tanque de peces y su cerebro comienza a recalcular: “Podemos pegar esto con cinta adhesiva con un poco de toalla, y una franela, allí…”. Hasta que vea el precio.
“¿Ciento treinta y cinco libras? ¡Olvídalo!”. Podrías conseguir algunos peces, sugiero. “Sí, y más responsabilidad”, dice. Adquiere el tapete para gatos por sólo £5.
Pero retrocedamos un poco más. Estamos en el sudoeste de Londres, donde Hardy vive con su esposa, la actriz Charlotte Riley, y su pequeño, porque acaba de regresar de filmar dos proyectos muy demandantes: Fonzo, una película independiente escrita y dirigida por Josh Trank sobre los últimos meses de la vida de Al Ca- pone (twist: sufre de demencia provocada por sífilis) y Venom, la película con la que Sony planea lanzar su gran incursión en el mundo de Marvel, y en la cual interpreta a un periodista callejero que es poseído por un parásito alienígena (twist: el alienígena come gente, al periodista al que habita no necesariamente le molesta).
Ambas películas sirven como ejemplos perfectos del tipo de proyectos que a Hardy le gusta hacer, y el tipo de proyectos que otros quieren para él: estudios de carácter extravagante y excéntrico de clásicos tipos rudos, papel para el que es muy bueno —Charles Bronson en Bronson; los Kray Twins en Legend, el desafiante John Fitzgerald en The Revenant— y papeles en películas de estudio con el potencial de hacer enormes cantidades de dinero, en las que también ha demostrado ser bastante hábil —Bane en The Dark Knight Rises; Max Rockatansky en Mad Max: Fury Road; el piloto de Spitfire en Dunkerque.
Ahora que Hardy está en casa, pasa el mayor tiempo posible con sus hijos —tiene uno de 10 años, Louis, de una relación anterior, que también vive cerca— y, dice con una sonrisa en la boca mientras conduce a Pets at Home en un convertible rojo prestado por Audi, “estoy cubierto de salsa, chocolate y mocos”. Para aumentar el desafío, lleva dos días enseñándole a su hijo de dos años y medio donde hacer pipí. (Me muestra fotos en su teléfono de un fallo de puntería en la alfombra de la sala de estar y la selfie descontenta que tomó poco después: “una mañana de terror”, la titula).
“Es un gran cambio de velocidad para mí”, dice, mientras se desplaza por una lista de reproducción en el coche (Jeff Beck, Steve Miller… aunque en el costado de la puerta del pasajero hay una copia del álbum Who Invited This Lot?, del presentador de televisión infantil Andy Day y su banda The Odd Socks).
“En realidad eso no es verdad. Son cinco cambios de velocidad desde don- de he estado, y luego hay cinco cambios más. Tengo dos coches y sólo un espacio para estacionarlos. Dos coches completamente diferentes, y ambos necesitan de alguien al volante. Esa es una analogía de mierda. Una analogía de un padre que…”. Se da por vencido. “Lo que estoy diciendo es que no hay trabajo más difícil en el planeta, y más importante, que ser padre. Tienes militares, policías, doctores, personal de servicio —gran respeto, grandes consecuencias— ¿pero tener hijos?”. Suelta una carcajada. “Eso va más allá de un trabajo, ¿verdad?”.
De ahí el escudo del Capitán América. “Tiene que ser hecho por papá y debe mostrar esfuerzo”, dice. “Se jugará durante tres jodidos minutos y no más”, admite. “Pero nos da una misión”. Y si hay algo que sabemos que Tom Hardy ama, es una misión.
Salimos de Pets at Home, con el tapete para gatos, y nos dirigimos a Homebase, al lado, para recoger un asa de algún tipo y cinta adhesiva. Nos quedamos afuera para que Hardy pueda disfrutar de su cigarro electrónico, lo cual hace constantemente, como la oruga azul de Lewis Carroll, excepto que no está posado en un hongo, sino en la banqueta junto a los coches. Está usando tenis deportivos New Balance de color café, pantalones grises, una gorra de béisbol con lentes de sol apoyadas en la visera y una camiseta gris hecha por un fan con una foto de su adorado perro Woody, que murió el año pasado, vistiendo camisa y corbata. “Lo extraño”, dice.
Me indica la dirección de los vecindarios, desde Richmond, a nuestra izquierda, que es muy chic y estilizado, hasta el semi-suburbano East Sheen, a nuestra derecha, donde creció y donde sus padres todavía viven. “En realidad, soy de Mortlake, que es un antiguo pozo de pestes. ‘Mort-lake’ lago de los muertos”.
«Jodidamente increíble»
Hardy nació el 15 de septiembre de 1977, su padre es Edward “Chips” Hardy, un ejecutivo publicitario, y su madre Anne Hardy, una artista; y creció en una casa agradable en una calle tranquila, no muy lejos de South Circular. Pasaremos por ahí en un rato, y él amenaza con llamar a su madre, aunque dice que es probable que se quede muda si le cuenta que soy una periodista. “Heh heh, ¿haz conocido a mi madre? Es jodidamente increíble” … (No Tom, no he tenido el placer).
Estudió en una buena primaria muy cerca de ahí, “¡y la odiaba! Unos shorts ajustados, una camisa básica y un cinturón con hebilla… La escuela no va conmigo”. Y se convirtió en algo típico de él. “Si me evaluaran por mis dotes académicos, sería un maldito fracaso”.
Sus padres aplicaron para una prestigiosa secundaria, y de lo que él recuerda, aprobó el examen pero reprobó la entrevista. “Probablemente no estaba muy concentrado en la persona que me estaba entrevistando, y en ese momento ellos creyeron, ‘bueno, realmente no podemos hablar con este niño, vive en un mundo de fantasías’. Y me he ganado la vida a base de fantasías, pero a los 11 años, ¿cómo iba a saber lo que el futuro me deparaba?”.
Comenzó a juntarse con la pandilla local y adquirió el apodo de ‘Weasel’ (la comadreja). “Era uno de esos jóvenes poco populares en las calles, con una imagen de niño rudo, como los grupos de motociclistas que andan por ahí”, cuenta. “Bastante parecido a lo que hay hoy en día, quitando la violencia”.
Aunque en su mayor parte era el clásico comporta- miento de adolescentes — acechar los bares locales y fumar marihuana en la estación de trenes Mortlake — eventualmente empezó a escalar de nivel. Como Tom poéticamente lo describe, “si pasas suficiente tiempo en una barbería, terminarás cortándote el pelo”. Sus papás lo sacaron de la secundaria Reed’s, en Surrey, justo antes de que lo expulsaran, aunque por lo menos entró en su notable lista de egresados, en la que también se encuentra Tim Henman OBE y el Príncipe Zeid bin Ra’ad de Jordania.
Cuando cumplió 15, le hicieron un diagnóstico clínico. “‘Es psicótico y esquizofrénico, con tendencias psicopáticas’. Esa fue la contundente opinión de mi doctor”, dice Hardy mientras fuma tranquilamente su cigarro electrónico. “Y fue asombroso. Es una jodida gran descripción para un niño de 15 años.
Y una descripción llena de mierda, también. Fumaba un poco de hierba, tenía un comportamiento antisocial y estaba lastimado; así que probablemente exageré enfrente del doctor para llamar su atención. O tal vez estaba asustado, o me sentía juzgado y fue un grito de auxilio. ¿Quién sabe? El punto es que todo esto me sucedió siendo adolescente, y una vez que tocas fondo a esa edad, ¿cómo carajos sales de ahí?”.
Su respuesta fue la escuela de drama, primero una local en Richmond y después el Drama Centre de Londres, donde estaba estudiando cuando fue elegido para el papel de un soldado del ejército de Estados Unidos en la mini-serie Band of Brothers, en el 2001. Pero aún cuando la verdadera actuación comenzó, la exageración continuó; y hubo alcohol, drogas, drogas más duras — las más duras que existen — y enfrentamientos con la ley. Entró a rehabilitación en el 2003.
“Volvamos a los básicos más básicos”, dice Hardy. (Ahora estamos en Homebase, por cierto, frente a un display de regaderas). “Tom, no pongas tu mano en el fuego, te vas a quemar”. Menciona, adoptando otra personalidad, o quizá, su propio superego. Y de pronto regresa a su persona: “¡Oh, claro! Yo hice eso. La experiencia en retrospectiva es infinitamente mejor que la realidad. ¿Por qué? Porque ahora estoy quemado. Como mi meñique —no tengo meñique”. Levanta la mano para que lo vea. Si tiene, pero está permanentemente doblado. “No juegues con cuchillos. No lo hagas. ¿Por qué lo sé? Porque soy un maldito mapa de errores. Vayamos a las manijas de las puertas”. Y se va.
Encuentra un gancho de plástico en forma de “C”, del tamaño del puño de un bebé, y piensa que podría funcionar como mango del escudo.
“Querida”, llama a la vendedora que está pasando. “¿Tendrás cinta adhesiva?”.
“La cinta adhesiva debería estar en el primer pasillo, con la pintura”, contesta, con una mira- da que delata que sabe perfectamente bien quién está preguntado. “¿Para qué la necesita?”.
“Quiero pegar esto”, le muestra el gancho, “con cinta negra y ponérselo a esto”, levanta el tapete para gatos.
“Ya veo”, dice ella. Porque claro que Tom querría hacer eso. “Encontrará lo que busca en el primer pasillo, con la pintura”.
“¿Tendrás pintura que seque rápido?”, pregunta. “Claro, debería estar ahí mismo. Siguen moviendo las cosas de lugar”, afirma ella, como si Hardy fuera a Homebase casi todos los días. Aunque tal vez lo hace.
“Excelente, gracias querida”, dice Tom.
“Que tenga un buen día”, murmura ella.
Nos encontramos frente a la cinta adhesiva, y ya pasó la hora de la comida. Se suponía que debíamos vernos en un café a lado del río, pero cuando Hardy llegó, ese plan cambió rápida- mente. Cuando lo vi de lejos dentro del café pensé que estaba con amigos — estaba platicando amablemente con una pareja sobre lo hermosa que se veía Charlotte en la boda del Príncipe Harry y Meghan Markle— pero luego alguien con- testó el celular y todas las miradas fueron a él, así que caminó apresurado a la puerta y me agarró diciendo: “Salgamos de aquí ahora mismo”.
«Es como Tony en la cafetería al final de The Sopranos, sólo que en East Sheen…»
Pero bueno, ¿en qué estaba? La comida.
“Verás, este es un tema delicado”, dice Hardy. “Haremos esto: tomaremos la cinta adhesiva y en Sheen, a cinco minutos en coche, hay un lindo restaurante. Yo puedo trabajar en esto mientras comemos. ¿Qué se te antoja? ¿Una ensalada de mozzarella? ¿Aguacate? ¿Tocino? ¿En unos huevos poché? ¿Con vinagre balsámico?”.
La vendedora vuelve a aparecer, un poco pronto, para ser honestos. “¿Encontró la pintura?”, pregunta. “¿Sabes dónde está la blanca?”, empieza él. “Olvídalo”. “Qué tenga un buen día”, repite ella.
Por fin llegamos al café en East Sheen, que tiene paredes de ladrillo y calabaza asada en el menú, y Hardy está ordenando un almuerzo que suena sospechosamente similar al que él pensó que podría querer — “aguacate, mozzarella, vinagre balsámico y huevos poché” — más un jugo de naranja y un doble expresso. (Un buen observador notará que no mencioné tocino: Tom es vegetariano desde enero. “Me gustan los animales, y no tengo necesidad de comer animales por ahora, así que no puedo justificarlo. Además, el daño al planeta es cada vez más serio”).
Enseguida cruza la calle para entrar a una papelería. Compra papel metálico, tijeras y adhesivo en aerosol; y de paso compra un kit de decoupage con unicornios para mi hija pequeña, porque la primera vez que lo entrevisté para “en 2015, en Calgary, Canadá, donde estaba filmando The Revenant, hicimos la entrevista en una tienda de cerámica —porque, claro— y tomé un conejo de cerámica como regalo para mi hija grande. (La dejé en Calgary porque tanto el conejo como la taza que Hardy decoró con un bigote negro para que se pareciera a Charles Bronson debían dejarse en el horno por algunas horas; unas semanas después de regresar a Londres, un paquete de FedEx proveniente de Canadá apareció en mi escritorio).
Escogemos una mesa en la parte de atrás, en terreno un poco más elevado, y mientras él hace sus compras, tomo asiento en la silla que ve hacia la entrada, pensando que tal vez él prefiere sentarse dando la espalda, para pasar desapercibido. Pero cuando regresa, opta por sentarse como yo viendo hacia la entrada, para poder ver si llega alguien de quien tenga que esconderse detrás del florero de gardenias. Es como Tony en la cafetería al final de The Sopranos, sólo que en East Sheen, lo que sería chistoso, si no fuera de verdad como tiene que vivir su vida hoy en día.
Porque cada vez es más difícil para Hardy tener una vida normal, por más que lo esté intentando. La gente no actúa de forma normal con los famosos, aunque sea sólo por ser exageradamente amable, como la asistente de Homebase, o el mesero en el café, quien, cuando Hardy no regresa de la tienda de inmediato, insiste en prepararle una nueva bebida, “porque un expresso no debe quedarse esperando más de 30 segundos” (yo ofrezco tomármelo, lo cual en esta ocasión no le causa molestia, aunque lleve fácil más de tres minutos afuera).
Incluso cuando nos fuimos del café en el que habíamos quedado originalmente de encontrarnos y caminábamos hacia su coche, la gente empezó a aparecer silenciosa- mente a nuestro lado, como cocodrilos deslizándose en el río Nilo, y Hardy, obviamente acostumbrado, levantaba el brazo para tomarse fotos, sonriendo.
Resultó todo un shock para mí —lo cual fue una estupidez, obviamente— porque la primera vez que lo entrevisté fue en un centro comercial suburbano en Canadá, tenía una barba desaliñada para el papel que estaba interpretando, y sólo un par de personas lo reconocieron. La segunda vez que lo entrevisté, estaba editando un episodio de Taboo, la gloriosa serie dramática de la BBC que creó con su padre, en unas instalaciones de posproducción en Soho, donde la gente se enorgullece de pretender no conocer a nadie. Pero en Londres, en público, su creciente fama era difícil de ignorar.
“Es como ver una jirafa cruzando la calle. Lo entiendo”, dice cuando finalmente logramos sentarnos a comer, aunque al mismo tiempo está tratando furiosa- mente de arreglar la carpeta de plástico del menú que está toda rota. “Puedo leer el comportamiento de las personas, puedo ver cuando se aproxima una cámara, puedo ver cuando un celular se mueve, puedo ver el lenguaje corporal de las personas. No hay diferencia entre eso y un arma, la hipervigilancia. Sólo es extraño.
Aunque no me importa. Pero fotos de mis hijos sí no lo tolero. Absolutamente. Y es lo que realmente me molesta, y me impulsa inmediatamente a responder como lo haría cualquier padre en una situación así, sin importar quiénes sean y lo que hayan vivido”.
Pero, ¿no habría podido recluirse en alguna mansión exclusiva con rejas en Hollywood Hills? “No quisiera hacer eso, porque una vez que lo haces te aíslas para siempre en esta burbuja de fantasía que no es real, pero tampoco lo es caminar libremente y pretender que no salgo en películas. Un punto medio, pienso, es lo más razonable”.
“Es como ver una jirafa cruzando la calle. Lo entiendo”.
El problema es que las películas cada vez son más grandes. En octubre, después de una década en desarrollo, Sony Pictures lanzará Venom. Para quienes no son expertos en el idioma Marvel, Venom es uno de los némesis más icónicos de Spider-Man. Es una forma de vida alienígena, un “simbionte”, que aparece como un fluido negro y pegajoso has- ta que se adhiere a un humano, que en este caso es Eddie Brock, un periodista fortachón que anda en motocicleta y al que no le importa mucho romper las reglas para conseguir una historia. Una vez que el maligno simbionte se apodera de él, Eddie se convierte en un monstruo negro con escamas, dientes de estalactita y una lengua tan larga como la cola de un gato, y pierde el control de cualquier desastre que pueda ocasionar (¿o no?).
“Para mí es emocionante, porque es una actuación doble. El personaje tiene ciertas bases éticas, y el alien, al venir del espacio, no tiene las mismas, y tienen que ver cómo lograrán estar juntos y funcionar bien”, explica Hardy. “Ahora tiene una bestia que vive en él sin pagar renta. Es como si alguien contrajera alguna enfermedad tropical y se volviera loco. Es de cierta manera como si se tratara de una enfermedad mental, tema que entiendo bastante bien, al haber tenido ciertos problemas de salud mental, que son relevantes al ser un adicto. Así que puedo usar ese conocimiento”.
Hardy interpreta tanto a Brock como a la voz del simbionte. Visualizó a Brock como “una mezcla entre Woody Allen y Conor McGregor: un neurótico torturado pero al mismo tiempo muy bravo”, mientras para el alien eligió “a las gran- des voces del rap de los noventas: Redman o Method Man”, y un poco de James Brown (aunque no parece que Sony ha- ya aprobado esta selección, ya que añade “pero puede que la cambien, y con razón”). Incluso cuando la presencia del alien en su cuerpo no es visible para el resto del mundo, Brock está luchando con él, dice Hardy, “constantemente intentando negociar políticas internas, pero nadie puede verlo, así que sólo es un hombre hablando consigo mismo”.
Es territorio familiar para Hardy. “Lo más emocionante de trabajar conmigo mismo es que pude retomar lo que había aprendido en Legend”, dice; con la ayuda de un doble, hizo el papel de Ronnie y Reggie Kray. La película del 2013, Locke —escrita y dirigida por Steven Knight, quien también coescribió Taboo y escribió el éxito dramático de la BBC Peaky Blinders, en la cual Hardy aparece en tres temporadas como el líder de una banda judía, Alfie Solomons— consistió enteramente de Hardy manejando un coche, hablando en altavoz con varios personajes que no aparecían en pantalla.
Fonzo, también, de la cual me enseña algunas partes en su celular, parece involucrar grandes escenas en las que habla solo, mientras la mente de Capone empieza a disolverse, “como un cubo de azúcar en agua caliente”, como lo describe Hardy, y es cuando empieza a delirar (y esto es sólo el comienzo: menciona una idea de película de motion-capture en la que está trabajando con Josh Trank, el director de Fonzo — “una Odisea, un viejo libro naval, un clásico” — en la cual interpretaría a los ocho personajes principales).
Le interesan estos temas, tal vez, porque puede que también sea la forma en la que opera su mente. Su discurso se divide constantemente en conversaciones actuadas entre Hardy y otros interlocutores imaginarios, o entre la mente de Hardy y su cuerpo (“lo mejor para Tommy es que se vaya a dormir pronto”). “Estoy acostumbrado a ha- blar en tercera persona”, dice. “Creo que tengo mútiples personas y personajes que se presentan y representan diferentes partes de mí, que permito que se sienten en el asiento del conductor. Todas son yo”.
Lo que es inusual de Tom Hardy, y se manifiesta en distintas maneras, es su sentido de lo absurdo. Sin duda tiene un ego, y sin duda es masajeado por la gente que lo rodea, desde personas que pasan cerca de él hasta los ejecutivos de los estudios donde trabaja, que quieren algo de él, ya sea ganancias en taquillas o una selfie (a los ejecutivos de los estudios les encantan las selfies).
Es por eso que, entre las fotos que acompañan este artículo, mismas que Hardy escogió personalmente, incluyó una de sí mismo en su Ducati, pero eligió la versión con una anciana pasando detrás de él con una andadera. También por eso es que, cuando posa con unos pants y la cabeza rasurada, luciendo como un gangster de Moldavia, el perro de al lado no es un Staffordshire Bull Terrier, un Pitbull, ni un Lebrel, es su propio perro, Blu, que es todo menos una amenaza: “Se supone que es un French Bull Terrier de algún tipo, ¿sabes a lo que me refiero? Una raza mixta. ¡Un perro holandés de las montañas!”.
Es por lo que, aunque él dice todas las cosas correctas sobre haber sido nombrado Comandante del Imperio Británico en la lista de The Queen’s Birthday Honours este año (“¡Todo un honor!”), no puede resistir contar una historia sobre como su asistente, Natalie, a quien describe cómo “mi hermana”, lo rechazó, suponiendo que eso es lo que él preferiría: “Ella lo rechazó por accidente. Y yo le dije ‘¡Nooo! ¡Ese sí lo quiero!’. No me verías haciendo eso por un Bafta” (se ríe), y agrega precipitadamente, “sin ofender”.
Es por lo que cuando habla de haber asistido a la reciente Boda Real — conoció a Harry en un partido de polo con Audi (“no es un deporte que juego. Ni entiendo bien.”) — admite que llegó a Windsor directo de un vuelo desde Nueva Orleans, habiendo trabajado días extra-largos para terminar Fonzo a tiempo para asistir a la boda. “Y aquí estoy, y no puedo dormir una siesta, porque es lo último que quiero hacer y hay mucha gente observando, aunque por suerte no a mi”.
Es la razón por la cual, cuando comienza a estar más bochornoso en el café y gira un ventilador hacia nuestra mesa, disculpándome en caso de que se vuelen los círculos de cartulina metálica que está recortando, a los que me refiero como “su manualidad”, inmediatamente comenta: “¡Hur hur! ¡Mi manualidad! Sería terrible que algo le pasara. ¡En el clímax de su carrera! ¡Hur hur!”.
Es por eso que quería ir a Homebase en un principio, lo cual es obviamente un truco, pero por lo menos uno divertido y no lo que la mayoría de los actores harían. ¿Qué no es disfrutable de estar de pie entre cabezas de trapeadores, y esponjas de cocina discutiendo el mundo del espectáculo con una jirafa?
Es por eso que le parece chistoso el hecho de que ya es oficialmente una persona de edad mediana, pero sigue recibiendo ofertas de papeles más grandes y rudos. Dice que al grabar Venom fue “maltratado por cuatro meses”, y cuando iba a Pets at Home se contraía de dolor cada vez que se levantaba después de inspeccionar los frisbees de perros debido a un menisco roto en su rodilla, mismo que no ha arregla- do todavía. “Cuando llegas a los 40 te dan héroes de acción más duros”, dice. “¡Ahora estoy totalmente deshecho! ¿Por qué no me daban esos papeles hace diez años?”.
Tal vez no estaba listo, dice, y otros lo sabían, o tal vez lo malinterpretaron. “Una vez que los americanos me vieron en Bronson, me decían ‘¿Oh, pateas bien? ¿Eres un hombre violento? ¡Te aceptamos!’ Pero no se imaginaban que no soy violento. ¡Emocionalmente soy muy sensible y bastante vulnerable! Pero fingía. Aunque mis dificultades probable- mente se manifestaban por el hecho de que soy sensible. Y trataba de explicar esa cualidad frágil y ligeramente femenina que tengo porque físicamente soy muy masculino y también soy bastante chismoso y criticón”…
Posiblemente ahora, por lo menos, está mentalmente preparado. “Mi rodilla está perdida, mis nervios están disparados, me está saliendo pelo blanco… Tengo cicatrices de batalla por frotar mi nariz en lugares equivocados, chocar hombros con las personas equivocadas, ser difícil, o lo que sea, pero estoy en un punto en el que también soy responsable. Si vienes a mí, puedo delegar, ayudar, crear una solución. Ya no soy un buscapleitos”.
Aún sin comprar peces, las responsabilidades siguen acumulándose. Hardy tiene deberes de promocionar Venom y Fonzo que le durarán hasta fin de año y después tiene varios proyectos en espera, entre los que se encuentran la siguiente entrega de Mad Max, una segunda temporada de Taboo, de la que dice “tal vez me gustaría dirigir” algunos episodios —“aunque no les he dicho eso todavía”—, una adaptación de la BBC de A Christmas Carol, también escrita por Steven Knight, y varias otras ideas que está buscando concretar con su productora, Hardy Son and Baker, misma que dirige junto a su padre y otro productor, Dean Baker. Además, hay potencial para más películas de Venom: “Los estudios siempre te contratan para el resto de tu vida, y hacen bien, pero todo depende del éxito. Y no hacemos nada que no creamos que vaya a ser exitoso”.
Pero antes, tiene que entregar un escudo de Capitán América, que acaba de cubrir con una última capa de plástico autoadherible. Se ve sorprendentemente bien. Le digo eso y que estoy impresionada de que haya logrado mantener un hilo de conversación mientras lo hace. “¿Lo hice?”, dice. “¡Hur! Dudoso”. (Y no ha terminado: un par de días después me manda fotos de un antifaz del Capitán America a juego, que parece que hizo a partir de un sombrero azul al que le pegó una letra “A” de tela blanca. Hardy está sin camisa y el antifaz todavía no tiene orificios para los ojos).
Salimos del café y nos dirigimos a su coche, pasando por la casa de su mamá. Me ofrece un aventón a la estación y en el camino hablamos sobre su abuelo materno, Ray, quien murió mientras él grababa The Revenant y cuyo anillo usa en su pulgar, también sobre los artistas de grafiti que conocía de niño, cuyos sellos trataba de encontrar desde el tren. Recita las estaciones como si fuera un hechizo —“Rich- mond, Turnham Green, Hammersmith, Barons Court, hasta District Line”— decidido a recordarlas, aunque es un viaje que se le complica hacer hoy en día. Después hablamos de mierda de perro.
Se detiene en el estacionamiento de la estación y voltea a verme. “Estoy algo agotado. ¿Crees tener suficiente para escribir tu artículo?”. Llevamos cuatro horas hablando. Le digo que debo de lograr algo con esto.
Mientras el tren se aleja de la estación de Mortlake, suena mi celular. “Si logras incluir Andy and The Odd Socks en el feature te felicitaré”, dice el mensaje.
Estoy entre un 60 y 75 por ciento segura de que cumpliré.
Asistente de fotografía: Luke Beresford
Producción: Rosie Smith Oliver
Estilismo: Nicole Schneider
Asistentes de estilo: Chloe Adele y Natalie Hicks
Grooming: Jennifer Harty