Aquí la crónica de nuestro encuentro con Spike Lee, uno de los cineastas más controvertidos y propositivos de la actualidad. Esquire habló con él.
En lugar de escribir lo que pienso escribir, debería decir que pocas cosas en la vida me harían más ilusión que la posibilidad de entrevistar a Angelina Jolie. O a Halle Berry. O a Emma Stone. No mentiría y mi interés periodístico no quedaría —creo— bajo sospecha. Pero no es del todo cierto.
Es que, como la realidad siempre es mucho más extraña de lo que uno cree, el otro día descubrí que esas fantasías son ciertas y auténticas, sí, pero más eróticas que profesionales. La iluminación la tuve por teléfono y duró los cinco minutos de la llamada con la que me avisaron que Spike Lee me recibiría durante sus vertiginosos días de paso por México, invitado especialísimo del festival TAG CDMX.
Es verdad que el buen Spike Lee no tiene nada que ver con la boca de Angelina, la cintura de Halle o los ojos de Emma. Además, lo precede una fama de ser un tipo, digamos, incómodo y con muy poca paciencia, capaz de subirse al ring de las declaraciones explosivas con pesos pesados como Charlton Heston, Quentin Tarantino o Clint Eastwood.
Pero así son las cosas con las leyendas vivas, y si algo resulta incuestionable en el creador de la extraordinaria Do the Right Thing (1989) es que su nombre, su figura y su afán polémico ya son parte de la historia grande del cine y la cultura contemporáneos.
Ni siquiera vale la pena aclarar que no necesito conversar un rato a solas con Angelina, Halle o Emma para saber que sería muy feliz si alguna vez los dioses me llevaran hasta ellas. Lo que recién constato es que gracias a la plática con Spike Lee iba a lograr mucho más que eso: iba a ser capaz de entrever que sin auténtica pasión no se construye un mundo mejor.
Spike Lee visitaba México para presentarse en un encuentro cultural en el que conviven la tecnología, el marketing, el apoyo a los emprendimientos creativos y el protagonismo excluyente de algunos artistas con ánimo de compartir sus experiencias entre un fervoroso público joven.
En el caso de Spike Lee, su participación incluía una clase magistral acerca de la estimulante relación entre tecnología y creatividad.
Como bien sabe cualquier seguidor de Spike Lee, esa no es una cuestión relevante en su cinematografía, una obra amplia y diversa que alcanza sus mejores momentos con los desencuentros raciales en Estados Unidos —como en Jungle Fever y Malcolm X—, el minucioso retrato del Brooklyn de sus amores —She’s Gotta Have It, Crooklyn y Red Hook Summer—, la denuncia social —When the Levees Broke— y, sobre todo, con la actualización de los valores y las contradicciones del Black Power, que recorren sin maquillaje la mayor parte de su filmografía.
Sin embargo, en 1991, poco después de sacudir la conciencia estadounidense con la violenta pesadilla racial que explota en Do the Right Thing, ya se quejaba en las páginas de Playboy porque el público y la crítica lo encasillaban como autor de cine racial: “Definitivamente no soy lo que la crítica ve en mí. Mo’better Blues no es una película racial. Soy joven aún, quiero filmar todo tipo de películas.
Incluso me gustaría hacer una de acción”. Siempre atento al valor de la palabra, el hombre que lanzó la carrera de Martin Lawrence, Rosie Pérez y Samuel L. Jackson (de quien fue compañero de clase en el Morehouse College, en su Atlanta natal), cumplió su sueño de realizador multidisciplinario y filmó el remake del clásico surcoreano de acción Oldboy, dos documentales musicales protagonizados por Luciano Pavarotti y una obra de Broadway a cargo del indomable Mike Tyson, entre otros ejemplos de la diversidad temática y estilística que anima su trabajo. Quizá como parte de esa variedad de intereses, Spike Lee llegaba a México para desentrañar los nexos entre tecnología y creatividad. Pero un rato antes de su clase magistral, iba a poder verlo para hablar de cualquier otra cosa. ¿Y de qué podía ser bueno hablar con Spike Lee?
En realidad, de todo. En 1986, con su primera película (She’s Gotta Have It), invirtió 175 mil dólares de presupuesto y obtuvo una ganancia de 7 millones. Tres años después, Do the Right Thing provocó un terremoto cultural tan escalofriante que la Academia de Hollywood apenas se animó a nominarla al Óscar al Mejor Guión Original, para otorgarle el premio mayor ni más ni menos que a Driving Miss Daisy, de Bruce Beresford, película en las antípodas de la crítica enarbolada por Spike en su obra más célebre.
En el filme, el furioso rap de Public Enemy llamaba a combatir la opresión de los blancos, y el personaje de Lee (Mookie) iniciaba una batalla campal contra una pizzería italiana ubicada en el corazón de Brooklyn; por su parte, en Driving Miss Daisy, la aristocracia de Atlanta enfrentaba los cambios sociales pregonados por Martin Luther King de una manera pacífica y simbólica, y el personaje de Morgan Freeman se limitaba a lidiar con el carácter de la anciana Daisy sin asomo alguno de rebeldía.
Para Lee fue una verdadera humillación que la Academia premiara ante sus ojos a semejante oda a la negación de la problemática racial, y ni siquiera logró disipar esa rabia cuando, muchos años después, el mismísimo Barack Obama le confesara que su primera cita con Michelle terminó en el cine donde proyectaban Do the Right Thing. “¡Qué bueno que no fueron a ver Driving Miss Daisy!”, contestó Spike, con la dosis de ironía que siempre ha tenido.
A quienes criticaron esa película por incentivar la violencia racial, una y otra vez les contestó que no los veía hacer la misma crítica, pero en un sentido inverso, a las películas de Arnold Schwarzenegger.
Y durante su investigación para When the Leeves Broke, que muestra la devastación de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina, no dudó en alzar la voz contra la administración de George W. Bush, a la que acusó de abandonar a su suerte a la población negra damnificada por el desastre.
Con Spike Lee se puede hablar de todo, pero puesto a elegir, lo más sensato era apuntar a la que tal vez sea su mayor preocupación artística: la idea de convertir el cine en una herramienta útil para poner de manifiesto aquello en lo que muchas veces la sociedad no quiere pensar. Por eso, una vez que lo tuve enfrente, vestido con su eterno look de gorra y sudadera, y poco antes de que saltara al escenario, abordé ese tema.
Entrevista con Spike Lee
ESQUIRE: Como seguramente sabes, en México hay 42 estudiantes desaparecidos por una acción conjunta entre miembros del narcotráfico y fuerzas del Estado. ¿Qué puede hacer el arte ante un asunto semejante?
SPIKE LEE: ¿Qué? ¿Cómo? ¿Entendí bien? ¿42 estudiantes desaparecidos?
Spike se movió en su asiento, me miró sobre sus lentes y empezó a interrogarme: ¿Qué había dicho el presidente? ¿Cómo estaba la gente? ¿Qué podía pasar? El artista social que vivía dentro de su traje de director con múltiples intereses había salido a escena sin previo aviso, y amenazaba con convertirse en el interrogador del periodista: ¿Cómo es el pueblo donde desaparecieron los estudiantes? ¿Qué explicación dio la policía? ¿Y qué dicen los artistas? Spike me hacía una pregunta tras otra, y no parecía del todo satisfecho con mis respuestas. Mientras hacía lo posible por informarlo, pensé que un creador es de verdad grande cuando no puede evitar dejarse llevar por aquello que lo conmueve, sea lo que sea. Así le ocurrió a Werner Herzog durante la producción de Fitzcarraldo, cuando sintió que no podía eludir el reto casi metafísico de filmar contra viento y marea en medio del Amazonas. Así le ocurrió, también, a Francis Ford Coppola, para quien no hubo nada más importante que terminar Apocalypse Now aun cuando la película lo endeudara por varios millones de dólares. Y, a su manera, así diría yo que le pasó a Spike Lee en México tras advertir que los jóvenes que lo esperaban al otro lado de un escenario necesitaban su clase magistral, pero también —y sobre todo— la lucidez de su cine.
ESQ: En estos días hay una gran marcha en protesta por este caso. ¿La filmarás?
SL: No puedo, aunque me gustaría. ¡Me voy hoy! Pero apenas llegue a mi casa, investigaré todo lo que pueda sobre este tema.
ESQ: Cuando hiciste Do the Right Thing, ¿querías cambiar la situación de los negros en Estados Unidos? ¿Algo así habría que hacer en México tras una situación como la de Ayotzinapa?
SL: No quería hacer una película para cambiar la situación de los negros. No sé si una película puede intentar algo así. Lo que quería es que se hablara del tema, ¿sabes? En su momento, lo que más me impresionó durante las primeras funciones de esa cinta fue que, cuando el público salía de la sala, se quedaba en el vestíbulo del cine para discutir lo que acababan de ver. ¡Y la gente que quería entrar no podía hacerlo porque había cientos de personas que discutían en el vestíbulo! Allí sentí que la película tenía sentido. Lo más importante, me parece, es hacer algo para que los temas se debatan. Quizás los documentalistas mexicanos ya trabajan para eso, ahora mismo. Eso estaría muy bien.
ESQ: Criticaste el racismo en muchas de tus películas, y ahora Estados Unidos tiene un presidente negro. ¿Sientes que tu cine logró su objetivo?
SL: Como te dije, mis películas no tienen un objetivo tan puntual, sino que se hable de tal o cual asunto. Y en el caso de Barack Obama, creo que estás equivocado: su elección fue un hito, pero eso no significa que el racismo se haya acabado con su elección. Las cosas no funcionan así. Pensar que el racismo en Estados Unidos desapareció porque Obama está en la Casa Blanca es un poco ingenuo.
ESQ: Pero, ¿y el Óscar a 12 Years a Slave? ¿No crees que, en parte gracias a tus películas, hay menos racismo en Estados Unidos?
SL: Lo que te voy a decir al respecto es que cada 10 años me hacen la misma pregunta. Fue lo mismo cuando premiaron a Denzel Washington por Training Day (2001), y a Halle Berry por Monster’s Ball. Los premian y luego, al día siguiente, es lo mismo. No quiero sonar demasiado escéptico, sólo creo que el racismo no desaparece con un par de premios cada 10 años, ¿me entiendes?
El Spike Lee crítico, polémico y nada complaciente estaba allí frente a mí. Su cine es tan potente porque siempre tiene algo que decir; cada película suya irrumpe en un mundo cómodo y feliz y reivindica el derecho a pensar que todo podría ser mucho mejor si fuera distinto.
No importa si el que habla es Malcolm X con sus arengas a la insurrección civil, un negro perseguido por amar a una blanca o un simpático repartidor de pizzas harto de dejar pasar las injusticias que hieren su vida cotidiana.
La mejor pasión es la que incluye la inteligencia, y el apasionado inconformista que vibra en Spike Lee no deja de pensar en su sociedad cuando abandona el set de filmación. Tal vez por eso, ya en la charla de TAG CDMX, primero lamentó que las escuelas no apoyen especialmente el arte y el deporte —“¿Qué futuro vamos a tener si los jóvenes no descubren su sensibilidad artística y, además, se ponen gordos?”—, luego subrayó que la tecnología sólo vale si libera al artista y por último acusó a los jóvenes asistentes a la clase magistral de haraganes en potencia: “Con el mayor de los respetos se los digo: ustedes no saben lo que significa esforzarse. Suben un video a YouTube y lo que más quieren es convertirse en una celebridad, pero ¿dónde queda el trabajo duro?” ¿Tal vez en la curiosidad que él mismo había demostrado minutos atrás?, me pregunté. No. En dejarse llevar por aquello que te conmueve, sea lo que sea, como si en esa pasión irrenunciable estuviera el secreto de un mundo mejor.
Fotografías: Cortesía TAG CDMX y LatinStock / EVERETT