A nadie se necesita convencerle del genio de Lee McQueen. Desde su muerte en 2010, el trabajo del diseñador detrás de Alexander McQueen ha sido ampliamente exhibido y celebrado, especialmente en la exposición de 2015 Savage Beauty en el Museo Nacional de Arte y Diseño V&A.
Lo que significa que la tarea que le quedó a McQueen, un documental de Ian Bonhôte y Peter Ettedgui, es de alguna manera más simple, no para justificar su importancia, sino para explicar cómo llegó a darse (y luego, tristemente, no).
Realmente, es un trabajo asombroso. McQueen era un joven rechoncho del East End londinense, que se dedicó a la sastrería a sugerencia de su madre y pronto descubrió que tenía un don natural. Un paso rápido por Central Saint Martins, una amistad transformadora con la diseñadora de modas Isabella Blow, un período polémico en Givenchy, y algunos de los desfiles más extravagantes e inolvidables que el mundo de la moda haya visto jamás, y el resultado es una historia de pobreza-riqueza del más alto nivel.
Sin embargo, además de las entrevistas con la familia de McQueen, amigos y colegas, hay una gran cantidad de material de archivo que muestra al diseñador en el trabajo y el ocio: alborotando, sonriendo y, en general, recordándonos que los años noventa fueron más bien una sonrisa.
Pero también, en sus comentarios al vuelo, muestra la oscuridad que se fraguaba dentro de él, así como en sus colecciones: el sentimiento, percibido y real, de que otros intentaban derribarlo; o que no estaba obteniendo el crédito que se merecía; o que su futuro no estaba bajo su control. Finalmente, y trágicamente, se aseguró de que así fuera.
Por Miranda Collinge
Vía Esquire US