Brad Pitt no te recordará. Si alguna vez lo conociste, no sabrá quién eres cuando se vuelvan a encontrar. Aun si tuvieron lo que él llama «una buena conversación», tu cara desaparecerá de su memoria en cuanto se despidan. Será inevitable que olvide tus facciones. La próxima vez que te vea, serás un extraño. Acostumbraba a engañar a quienes había olvidado, les hacía creer que los recordaba mientras buscaba una señal del contexto en el que se habían conocido.
«Mucha gente me odia porque cree que le he faltado al respeto», dice. «Juro por Dios que un año me prometí que lo remediaría preguntándole a la gente en dónde nos habíamos conocido, pero esto lo hizo peor. Se ofendían más. A veces me ponían en contexto y les daba las gracias pero esto molestaba a más personas todavía. Me decían que era egoísta, presuntuoso. Para mí es un misterio, soy incapaz de recordar una cara a pesar de que estoy en un medio que se centra tanto en la estética. Tengo que hacerme algún análisis».
Está convencido de que padece una enfermedad sobre la que leyó hace un par de años, llamada prosopagnosia. Ha llegado al punto de que no disfruta salir -«por eso me quedo en casa», asegura- pero al mismo tiempo es una figura pública, es el centro de atención. «En este medio conoces a tantas personas», dice. «Y luego te los vuelves a encontrar». Entonces, si conoces a Brad Pitt, toma en cuenta lo siguiente: es casi seguro que te olvidará. También es probable que le preocupe que pienses que es un patán por haberte olvidado.
«Me cae bien porque no es mamón», asegura el director británico Guy Ritchie. «Es todo lo contrario. Y es muy fácil serlo en su lugar. Es casi un requisito: si eres famoso y guapo, tienes permiso para ser mamón. Brad lo tiene más que nadie en el mundo. Ese permiso justamente tiene la palabra ?mamón? escrita con letras mayúsculas. Y sin embargo, es un buen tipo. Te das cuenta tan pronto lo conoces».
Ritchie conoció a Pitt cuando terminó de filmar Lock, Stock and Two Smoking Barrels, en 1998. Brad hizo lo que acostumbra cuando ve una película que le gusta. «Me llamó», cuenta Ritchie, «para decirme que quería ser parte de mi siguiente proyecto, cualquiera que fuera.» Dos años después hicieron Snatch, en la que Pitt era un gitano que murmura más que hablar, así que lo que decía era incomprensible. Fue gracioso, como suele serlo en sus papeles secundarios. Él y Ritchie se hicieron amigos. «En ese entonces tampoco era mamón. Que yo sepa nunca lo ha sido».
En los años siguientes, Pitt y Ritchie se emparejaron con mujeres muy famosas y tuvieron hijos. Cuando Pitt viajó a Londres el año pasado para filmar World War Z, llevó a sus hijos a jugar gotcha con los de Ritchie. Lo impresionó «su mini ejército de matones implacables». Para Ritchie y para todo el que lo conoce, Pitt es «un padre ejemplar».
Es protagonista de una de las historias más afamadas en la era moderna de Hollywood. Con dos materias pendientes por cursar en la carrera de Periodismo, con un ensayo que escribir para graduarse, Brad Pitt abandonó la Universidad de Missouri en el último semestre. Quería ahorrar dinero para gasolina, así que trabajó un par de semanas en la compañía de transportes de su padre, en Springfield. Después se subió al Datsun que su padre le había comprado y manejó hacia el Oeste. Lo más lejos que había llegado era Colorado. Cuando cruzó el primer estado estalló en felicidad, y en los siguientes también, hasta que llegó a Los Ángeles: «con todo y mi corte de pelo mullet».
Su única certeza era que no dejaba nada atrás porque su vida no estaba en Springfield. «Siempre supe que iría a algún lado, que viajaría. De alguna manera lo sabía, así de sencillo. Sabía que en el mundo había más puntos de vista y quería conocerlos. Siempre me ha gustado el cine como herramienta de enseñanza, es una forma de estar expuesto a ideas que nunca me había planteado. Es obvio que, en mi entorno, el cine no estaba en la lista de carreras a elegir. Dos semanas antes de graduarme, se me ocurrió que si no se me había presentado la oportunidad, yo mismo iría a buscarla. Así de fácil».
Esta historia es bastante conocida pero vale la pena contarla de nuevo, sobre todo porque no ha terminado del todo. A los 22 salió de Missouri. Ahora tiene 49 años, y si bien es igual de famoso por ser padre de familia que actor, las llegadas y partidas siguen figurando en sus conversaciones. Hoy habla acerca de las llegadas: ha vuelto a Los Ángeles después de pasar unos días en su casa al norte de Santa Bárbara; la noche anterior acampó con su pareja, Angelina Jolie, sus hijos y algunos amigos. Está cansado. «Me desperté demasiado temprano. Pero nos divertimos mucho. Seis niños: seis, incluyendo uno de nuestros más pequeños. Angie también. Es increíble. Después viajamos tres horas con nueve niños en una Econovan. Me encantaría tener un coche equipado, alfombrar el interior, pero vivimos en otro mundo. Nuestros coches son alquilados, no queremos que nos sigan. Pasamos mucho tiempo evadiendo a los paparazzi. Es un fastidio, pero en la vida se gana y se pierde…».
Pitt ha vuelto a Los Ángeles por trabajo. Está en el primer piso de un edificio de posproducción de los estudios Paramount. Se ha vestido con un suéter negro de manga larga, jeans holgados y botas negras de motociclista. Lleva el pelo amarrado, las puntas son muy rubias, como decoloradas por el sol. Su vello facial cubre una piel dorada y de textura granular. Cuando se quita los lentes de sol, revela unos ojos azules, cansados y atentos, que en momentos expresan curiosidad y en otros, amor propio, cada uno encerrado por arrugas que parecen un sol dibujado por un niño. Del cuello le cuelgan muchas cadenas de oro, símbolos de su alianza estética con la década de los setenta. Es mucho más alto de lo que habría imaginado, sus orejas son pequeñas, casi decorativas. Tiene los pies torcidos hacia dentro, camina como si quisiera aplanar la tierra a su paso, su andar es el de un hombre que usa espuelas. La blancura de sus dientes es imponente. Tiene el hábito de sacar la mandíbula inferior cuando está pensando, parecería que está imitando a Marlon Brando en The Godfather. Trabaja con la misma maquillista desde hace 23 años, Jean Black, quien le aplaude por no ocultar su verdadera edad, esté o no frente a una cámara. «No le tiene miedo a envejecer», afirma. Está a la vez arrepentido y divertido de que una de las cosas que le atrajeron de World War Z fue que no tendría que entrenar: pudo interpretar al héroe sin tener que enseñar un abdomen de lavadero.
Arriba, en el tercer piso, media docena de personas o más contratadas por su productora, Plan B, han estado trabajando en la versión final de World War Z, hasta terminar pálidos como mineros o, más ad hoc, como zombis. World War Z (se estrena este mes) es, por supuesto, la película de zombis de Brad Pitt. Dice que es un proyecto que le interesó para comprobar si podía hacer una película que sus hijos disfrutaran. Resultó ser una producción problemática, con presupuestos rebasados y diferencias creativas sustanciales. Pero Pitt niega que Z haya sido más enredada que cualquier otra producción similar. Asegura que su mala fama «se debe a mí, atraigo toda la atención». No obstante, admite que Z es una «gran apuesta» para Plan B y Paramount, «con una inversión mayúscula», y que tuvo que aprender lo que implica hacer una cinta comercial: «Tienes que atraer a la gente, colocar una trampa y luego soltarla en el momento exacto. Hay quienes son extraordinarios en ello, no tenía idea de la precisión técnica que conlleva.»
Brad eligió a Marc Forster para dirigir la película porque pensó que él sabría construir un personaje, aun cuando las expectativas de este personaje consistían en eliminar a un montón de muertos resucitados. Pitt ocupó la mayor parte de su tiempo buscando a alguien que supiera cómo mantener la tensión mientras Forster desarrollaba a los personajes y, en palabras de Pitt, «respetara los ritmos» de las películas de acción. Terminó involucrándose más de lo que tenía planeado, hasta que World War Z se convirtió en una película de Brad Pitt en la misma medida que de Marc Forster, y le pertenece como ninguna otra lo ha hecho antes. Aunque el presupuesto de 200 millones de dólares procede de diversas fuentes, la película le pertenece. Resulta que así le gusta hacer películas y todo lo demás.
Cuenta que salió de Missouri por «una espinita», la misma que hasta la fecha lo sigue guiando. ¿Pero cuál es esa espinita exactamente? Hace películas, vinos y muebles y trabaja con un despacho arquitectónico rediseñando edificios residenciales y hoteles. Está construyendo colonias enteras en áreas deterioradas y abandonadas de tres ciudades estadounidenses. Colecciona motocicletas y corre con ellas. Tiene seis hijos. Está comprometido con una de las mujeres más bellas, famosas y demandantes del mundo. Despacio y en voz baja, como si intentara recordar una oración de su infancia, describe su vida: «Tengo muy pocos amigos, cuento a mis amigos cercanos con los dedos de una mano, tengo a mi familia y nunca había sido tan feliz en toda mi vida. Estoy haciendo cosas. No podría ser más dichoso».
David Fincher ha dirigido a Brad Pitt en tres películas: en 1995, Seven; en 1999, Fight Club; y en 2008, The Curious Case of Benjamin Button. Después de conocerlo durante tantos años, el célebre director está al tanto de los episodios de duda que sufre Pitt: «Dos semanas antes de empezar a grabar, Brad llama para decir: ?Te he traicionado. Tienes al tipo equivocado. Ésta es tu oportunidad de deshacerte de mí?. Después lo supera. No es neurótico. No se pone en duda dos veces, solo necesita exteriorizarlo».
Fincher conoció a Pitt antes de que fuera famoso. «Nos veíamos en un café o en un Denny`s en Hollywood y nadie nos molestaba. Pero tres semanas después del lanzamiento de Seven, ya no podíamos salir sin seguridad. He estado en situaciones complicadas con Brad en las que vamos por una pizza, él lleva lentes de sol, barba, una bufanda y una gorra, y siete minutos después no podemos salir del lugar. Todo esto empezó con Seven y no fue fácil. La histeria te rodea. Procuras desenvolverte en tu vida adulta con todos estos distractores».
Brad se convirtió en una estrella de cine antes de que pudiera formarse como actor. El propio Pitt era consciente de ello, lo mismo que Fincher. Lo que sorprendió a Fincher fue su capacidad de respuesta. «En Seven, Brad estaba muy ansioso, quería que su interpretación fuera explosiva. No se sentía cómodo y esto benefició a su personaje, Mills; era justo lo que requería».
Entonces el secreto de Pitt es fácil: no era tan buen actor. Pero ya para entonces aprendía a explotar su falta de experiencia y técnica para convertirlas en un arma secreta. A diferencia de sus contemporáneos, no había empezado a actuar en su infancia ni sentía que había nacido para la profesión. No tenía años de entrenamiento, como argumenta: «Mi entrenamiento está documentado en las películas que he hecho».
«Antes que ser alguien más», dice Finch, «hay que ser uno mismo y eso es difícil». Pitt no tenía alternativa. Tuvo que aprender a ser él mismo frente a una cámara porque no le resultaba fácil convertirse en alguien más. Era importante que tuviera una vida fuera de cámara si quería darle vida a algún personaje frente a ella, y más aún, si quería convencer al público de pagar por ir a verlo. Ya tenía fama, ahora debía adentrarse en sus profundidades y encontrar algo parecido a la realidad.
No se hace llamar actor. Cuando tiene que llenar algún formulario, en el renglón de ocupación anota freelance. «Se lo aprendí a Bruce Paltrow», dice, refiriéndose al padre de su primera novia famosa. «Siempre me gustó. Es una forma humilde de describir lo que hacemos». Su respuesta demuestra que se esfuerza mucho por no ser un mamón, así como lo difícil que es para una celebridad no parecerlo. Brad Pitt no es la única estrella de cine que tiene una productora, una organización benéfica, o que se interesa en la producción de vino. No es el único con gusto exquisito y paladar cultivado, mucho menos el único que solo trabaja con directores que hagan una contribución esencial al cine o que deja una huella profunda con sus cómicos papeles secundarios. No es la única celebridad que protege su privacidad a toda costa, que es leal a un pequeño y exclusivo grupo de viejos amigos, que detesta que lo consideren una celebridad, como si el mundo pusiera en riesgo el significado que él mismo busca con tanto ahínco.
Lo que lo diferencia de sus contemporáneos no es la grandeza de su ambición ni la pureza de su alma, sino una variante de lo que Guy Ritchie afirma: el hecho de que cuando lo conoces, te da la impresión de que es un buen tipo, o como su amiga Catherine Keener asegura: «la pasas bien con él». Que tenga éxito en su misión de ser alguien humano en una escala amplia, no es tan importante como que lo consiga en menor escala.
Antes era el tipo de hombre que no terminaba nada. Saben a qué me refiero, a lo mejor se identifican con él. «Llegaba muy lejos», dice, «pero a punto de terminar, me daban ganas de hacer otra cosa. Me faltaron dos materias para terminar la universidad. Dos. Lo único que tenía que hacer era escribir un ensayo. ¿Qué clase de persona hace eso? Me asusta ese tipo que siempre deja sobras en su plato. Creo que durante un tiempo las drogas me afectaron mucho. Era errático. Seguí otro camino, desperdicié varios años, la cagué mucho hasta que me cansé y sentí que estaba echando a perder mi oportunidad. Fue un cambio consciente que hice hace más o menos una década. Fue una especie de epifanía, tomé la decisión de dejar de malgastar mis oportunidades. Me urgía despertar, ¿si no, cuál es el punto de todo?».
Hace 10 años seguía casado con Jennifer Aniston. Ya había empezado a cambiar cuando hizo Mr. and Mrs. Smith con Angelina Jolie. Dice que Jolie «no conoció a esa persona», aquel que deja las cosas a medio hacer. «Ahora termino todo», asegura Pitt. «Es muy importante finalizar mis proyectos». En Angelina vio a una persona empecinada no solo en terminar las cosas, sino en multiplicar las oportunidades que la fama le brindaba: tanto en el altruismo como en todo lo demás.
«Creo que Brad estaba listo para subir como la espuma cuando conoció a Angie», dice Jean Black, la maquillista que ha trabajado con él en casi todas sus películas desde Cool World en 1990. «No pretendo decir nada negativo sobre Jennifer. Fui parte de esa historia, sé que él y Jen son muy buenos amigos y que la apreciaba mucho, pero en Angie vio a una aventurera con muchas ganas de vivir y que lo hacía al máximo».
De esa relación también provienen su familia y su motivo para sentar cabeza. «Siempre pensé que si iba a formar una familia, sería a lo grande», admite. «Quería caos en la casa». Y con ello no se refiere a inestabilidad. Jolie y Pitt han unido sus fuerzas para producir una familia similar a la que él tuvo y a la que ella siempre quiso. «En nuestra casa siempre hay un parloteo constante, ya sean risas, gritos, llantos o estallidos. Me encanta, de verdad me encanta. Detesto cuando no están, no lo soporto. No está mal pasar un día en un hotel, puedo leer el periódico, por ejemplo. Pero al día siguiente ya extraño toda esa vida».
Tienen tres hijos propios y tres adoptivos y todos constituyen, en palabras suyas, «un desmadre». Es parte de su naturaleza no hacer distinciones. «Tener la capacidad de amar a alguien a quien no engendraste es una cualidad distinta», dice Eric Roth, padre adoptivo, amigo de Pitt desde que escribiera el guión de Benjamin Button y padrino de Pax, el hijo de Pitt y Jolie de nueve años. «Brad posee esa cualidad en exceso. Cuando se trata de esos niños, no limita su afecto ni atención. Todos son parte de su tribu, son como una caravana ambulante».
No tenemos idea, por supuesto, de en qué consista la experiencia de pertenecer a la familia que formaron Brad Pitt y Angelina Jolie. Son vulnerables a pesar de que están muy protegidos, los siguen extraños con cámaras y a veces se sienten cazados. En el imaginario popular, Pitt y Jolie son «Brangelina». Han vendido imágenes de sus hijos biológicos a las revistas de espectáculos por millones de dólares y han donado las ganancias a la beneficencia. Viven entre Los Ángeles, Santa Bárbara y el sur de Francia. Por eso a Pitt le desagrada que le llamen celebridad. Cuando salió de Missouri, a falta de dos materias para graduarse y movido por esa espinita, no quería ser famoso; tomó esa decisión por esto, por tener una vida tan extraordinaria que se sintiera, sin lugar a dudas, real. Para llegar a ella, antes tuvo que encontrar la fama.
Se despierta antes que todos en casa, sin despertador. Lo primero que hace: «Me lavo los dientes y pongo el café». En la casa usa overoles y zapatos sin agujetas. Prepara el desayuno de los niños. Antes intentaba leer el periódico, pero ha decidido dejar de hacerlo por lo menos un año. Tiene esa costumbre de dedicarse a proyectos e investigaciones que duren un año. Está aprendiendo a pintar. Le gusta construir maquetas con sus hijos y dibujar con las niñas. Colecciona muebles antiguos y hechos a la medida, tiene tantas motocicletas que ha perdido la cuenta. Tiene guardaespaldas, pero no un publicista. Es la estrella de Hollywood con quien no querrías meterte, un caso raro. Se subió a un avión hasta los 25 años. En su primer viaje a Nueva York, se metió a un vagón del metro abarrotado con adolescentes que le lanzaron cáscaras de cacahuate. Antes fumaba mucha marihuana. Le encanta la pizza. No es buen fisonomista pero recordará todo lo que le cuentes. No es un mamón.
Visita museos fuera de los horarios habituales: «Es una experiencia maravillosa caminar por un museo en completa soledad». Una vez le dijo a su socio del negocio de muebles, Frank Pollaro, que quería mostrarle el diseño para una mesa. Cuando Pollaro llegó a su estudio, vio cuarenta modelos distintos, todos hechos de alambre. Es perfeccionista. También se dice que su casa, o casas, son preciosas. «Nunca había deseado ser rico hasta que conocí a Brad», dice su amigo, el director Andrew Dominik. «Porque sabe qué hacer con el dinero. Las casas de la mayoría de las estrellas de cine son como cuartos de hotel extremadamente lujosos. Brad vive en obras de arte. Desde cada ventana entra la brisa, te deslumbras tan pronto cruzas la puerta de entrada».
Hace dos años, Pitt interpretó a un hombre cercano a la edad que tenía su padre cuando Pitt era un niño en The Tree of Life, de Terrence Malick. Es una película famosa -más bien tristemente célebre- por su contenido metafísico incomprensible, pero el papel de Pitt de un hombre frustrado por su carrera como artista, pero a la vez ennoblecido por su amor volátil hacia sus tres hijos, le dio a la película la poca coherencia que logró tener. El personaje de Pitt está atrapado en una batalla con sus hijos porque intenta ser algo que no puede articular del todo, y ellos lo odian cuando lo decepcionan, lo que ocurre a menudo. No es ningún bonachón. Si bien Pitt asegura que «en cuestiones de integridad, mi padre podía ser muy estricto», no se parece a su papá, Bill Pitt. «Mi padre me llama para quejarse cuando le cobran de más por alguna obra en la casa. Le llama el impuesto de la fama. Creen que gana lo que yo».
El papá de Brad es la fuerza motriz de la familia. Jane, su madre, es un espíritu maravilloso. Bill es un hombre de pocas palabras, pero cuando habla es muy acertado. De forma consciente o no, la interpretación de Brad en Tree of Life es la reencarnación de ese rasgo de su papá. Para él fue muy difícil, porque tuvo que ser estricto con los niños. No eran actores. Nunca habían hecho algo así, sobre todo porque no existía un guión para gran parte de la película. Brad tuvo que ser malo con ellos y él no es así. Se esforzó mucho por hacer méritos fuera de cámara, para que supieran cuánto los apreciaban, pero lo cierto es que le tenían pavor.
Hace algunos años, hizo una película sobre una celebridad: The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, basada en la novela de Ron Hansen. Andrew Dominik le envió la novela a Pitt. Éste lo había contactado después de ver su ópera prima, Chopper, le dijo que quería trabajar con él y desde entonces habían estado buscando el proyecto adecuado para hacerlo. Pitt leyó la novela en un día y le dijo: «Hagámoslo». Jesse James era oriundo de Missouri y además era famoso. Pitt no tenía ningún inconveniente en interpretar a un tipo famoso de Missouri.
«Lo que sucede con Brad», dice Dominik, «es que es Brad. Siempre lo es. Si interpreta a alguien que va al súper a hacer las compras, tiene que actuar porque él no lo hace en su vida diaria. No es común y corriente, por eso es una estrella. La gente sueña con él.
«En cualquier película, la persona con más poder es la estrella. Es por quien se preocupan todos: los estudios, los ejecutivos. Aunque muchos querrán hacerse a un lado en situaciones políticas complejas para cuidarse las espaldas. Brad no, él se ensucia las manos para ayudarte a conseguir lo que quieres. Mi situación es distinta porque soy un desconocido. La gente querrá pasar por encima de ti y a menos de que alguien se ponga de tu lado, te esperan situaciones desagradables. Brad se puso de mi lado aun cuando disentía de mi opinión. Así que lo considero un amigo, aunque no vaya a su casa a pasar el rato o tomarme una cerveza. Si lo quieres ver, tienes que pasar por todo un procedimiento».
No es supersticioso, sin embargo, siempre se sorprende a sí mismo cuando se prepara para separarse de su familia. «Me vuelvo supersticioso. Tengo que ponerme ciertas cosas, llevar conmigo otras. Me transformo porque todo puede pasar, ¿no crees?».
Interpreta a esa persona en World War Z: es una versión de sí mismo como padre, un hombre que tiene que dejar a sus hijas en casa para salvar al mundo. Sus hijas le piden que prometa que volverá y que se ponga dos pulseras para no olvidar su promesa.
No es muy fácil que se asuste, pero World War Z reúne un compendio de cosas que lo asustan: tener que dejar a sus hijos, una película que costó 200 millones de dólares y cientos de personas que no conoce. World War Z es, ni más ni menos, sobre multitudes. Durante la filmación tuvo que contratar a miles de extras y en un día caluroso en Malta, se reunieron todos en un callejón, con él al centro. En ese momento era un hombre que llevaba puestas un par de pulseras para no olvidar, rodeado de miles de caras hambrientas que olvidaría de inmediato.
Currículum
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World War Z