Jared Leto mira su celular, escrollea la pantalla con una mano, con la otra acaricia su larga cabellera y después se toca la barba. “Sé cuál es la primera pregunta”, dice y sonríe para después abrir unos signos de interrogación: “¿Cuál será mi siguiente película?”.
La sesión con el legendario y polémico fotógrafo Terry Richardson acaba de terminar y Jared ya retomó el disfraz de Kurt Cobain con el que llegó a este lugar tres horas antes. Los jeans están roídos a la altura de las rodillas, utiliza botas negras y le es fiel a la camisa de franela roja que fue el accesorio básico del grunge. No aparenta sus 42 años de edad y se le ve ligero. Sí, ese es justo el adjetivo. Los huesillos del esternón aún se le marcan profundamente, como testigos de que recupera lentamente los más de 20 kilos que perdió para convertirse en Rayon, un transexual adicto y con VIH en Dallas Buyers Club, el papel que le valió el Óscar a Mejor Actor de Reparto este año.
Jared contesta su propia pregunta: “Quiero esperar para hacer algo muy especial. Eso dependerá del proyecto, el director y el reparto. Nunca he tenido prisa por hacer películas. Prefiero ser paciente y hacer cosas que me empujen a latitudes que no conozco, que me enseñen”.
Después de responder su propia pregunta, el actor que vivió en las calles como un vagabundo y se abstuvo de tener relaciones sexuales con su entonces novia, Cameron Diaz, para poder interpretar a un drogadicto en Requiem for a Dream (2000), vuelve a poner los ojos en su teléfono móvil y en sus 1.7 millones de seguidores en Twitter.
Jumpsuit Second Layer. Lentes de sol Saint Laurent. Collares de Jared Leto. Botas Zadig & Voltaire. Esta página: T-shirt The Elder Statesman. Abrigo Costume National. Jeans en mezclilla Blk Dnm. Botas Zadig & Voltaire.
Desaparecer
Estamos en un salón privado del estudio de Richardson, en la bulliciosa calle de Bowery. Es probable que en el estudio contiguo una docena de trabajadores estén pintando réplicas de Picasso para venderlas en Central Park afuera del Museo Metropolitano. O que en el otro estudio un artista esté creando un nuevo movimiento, como lo hiciera Mark Rothko en el estudio que tenía en esta misma avenida. El bullicio que se escucha por la ventana del bohemio barrio del Lower East Side, de Nueva York, complica captar la atención del actor.
En el último lustro Jared había desaparecido de las pantallas para componer música con su banda de rock, Thirty Seconds to Mars, y para apoyar causas humanitarias como la recaudación de fondos para reconstruir Haití tras el terremoto que devastó el país en 2010. Desde Mr. Nobody, en 2009, no había aparecido en una película. Hasta Dallas Buyers Club. Y el Óscar.
En la voraz industria de Hollywood no actuar en la pantalla grande es, para algunos, similar al suicidio. Para otros es algo parecido a hibernar del radar de la crítica. Jared dice que no le importa. O hace como que no le importa. Han pasado casi 19 años de su debut en cine con How to Make an American Quilt (1995) y, en la primera década y media de carrera, acumuló 22 largometrajes. Más de uno por año. “Esperaré otra película que me muestre una parte de la vida que no sé que existe. Para eso pueden pasar otros cinco años, o 10, uno nunca sabe”, dice Leto.
Sabe que este ha sido el mejor año de su carrera como actor, aunque aclara que eso no significa que haya sido el mejor de su vida: “El Óscar me cambió de muchas maneras. Fue muy impactante desde todos los puntos de vista imaginables. A veces todavía olvido que me pasó a mí. Parece irreal, pero fue un suceso muy especial e inesperado en mi vida”.
Le digo que me sorprende que no haya esperado el Premio de la Academia, que cualquiera supondría que esa estatuilla es una obsesión para un actor de Hollywood cada vez que pisa una alfombra roja. “No para mí”, responde.
Jumpsuit Second Layer. Lentes de sol Saint Laurent. Collares de Jared Leto.
Un hombre serio
Cuando está arriba de un escenario como vocalista del grupo de rock Thirty Seconds to Mars, Jared es una bomba atómica: interactúa con el público, brinca, grita, alza los brazos. Pero frente a mí hay un hombre que habla arrastrado, despacito, como si quisiera insistir en que lo que dice no le importa demasiado. Su boca dice una cosa, pero sus ojos hablan de otra. No me parece que quiera ser deshonesto, sólo se nota su amplia experiencia frente a las grabadoras cuando sus respuestas son monosílabos.
Leto compara su trabajo como actor al de un reportero minucioso que investiga hasta crear el perfil de su próximo personaje. Le pregunto, entonces, cómo fue “reportear” a los drogadictos y travestis para el papel de Rayon. Es la primera vez que logro que me responda sin mirar antes su celular: “Busqué a personas transexuales, hice preguntas para saber cómo le hicieron para hablar de ello con sus padres y qué se siente ser juzgado por el entorno. Para interpretar a un transexual no tienes que llegar al extremo de querer una cirugía para cambiar de sexo, pero sí aproximarte a entenderlo. Todos tenemos problemas con nuestra identidad, todos sabemos lo que se siente no pertenecer; eso era lo que quería buscar”.
En 2007 Leto interpretó a Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, en el largometraje Chapter 27, que recreó las horas previas al asesinato del líder de The Beatles. Leto dice que en ese afán de llegar a lugares de la vida que no conocía —la cláusula que se autoimpone para aceptar un papel en una película— adoptó un régimen alimenticio para subir 30 kilos de peso. Un poco más de los kilos que bajó para interpretar a Rayon. También trató de entender la psicología de Chapman y leyó, con la misma compulsión que consumió calorías, El guardián entre el centeno, el clásico del anacoreta escritor J.D. Salinger que apareció entre las curiosidades del asesino.
En una de las pocas entrevistas que Salinger concedió —vía telefónica— al diario The New York Times, dijo: “Me gusta escribir. Vivo para escribir. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz”.
¿En qué pensó Leto mientras estuvo fuera de los sets de filmación durante cuatro años?¿No actuar en una película le reporta la misma maravillosa sensación de paz que al escritor que no publica? “Soy feliz con mi banda, no me importa perder mi lugar en Hollywood. Regresaré cuando sea necesario, igual pasa, igual no, uno nunca sabe”.
Arriba del escenario
Mientras espera el regreso, Leto se refugia en esa forma misteriosa de contar el tiempo que es la música. Dice que arriba de los escenarios, en medio de luces multicolores y frente a un micrófono, se siente más cómodo y que ahí es donde no piensa tomarse ningún descanso.
Aunque tal vez, al final, sigue actuando. La crítica con malas intenciones ha tildado la música de Thirty Seconds to Mars como “histriónica”, e incluso la ha comparado —de forma exagerada— con la banda noventera Dogstar, del también actor Keanu Reeves.
A la banda se le ha catalogado también como rock “neo-progresivo”, “post-grunge” y “post-hardcore”, entre otras “neo-etiquetas” que, al mezclarlas, dan un producto “radio-amigable” (por aquello de seguir con los adjetivos compuestos). A diferencia de Dogstar, que duró apenas una década, la banda que se fundó en Los Ángeles en 1998 sigue dando de qué hablar.
No son unos improvisados: el disco debut homónimo de Thirty Seconds to Mars fue producido por el canadiense Bob Ezrin —productor del álbum The Wall de Pink Floyd y de álbumes de Lou Reed— y en el último, Love, Lust, Faith and Dreams, Leto firmó como productor, pero estuvo bajo la tutela del británico Steve Lillywhite (U2, Dave Matthews Band y Morrissey).
Leto hace casi de todo en la banda: es el vocalista, multiinstrumentalista (guitarra, bajo, teclados, etcétera) y también letrista y compositor de canciones con alta dosis de angustia como “Do or Die”, primer sencillo del último álbum. La letra dice cosas como “a mitad de la noche, cuando los ángeles gritan”. Lo mismo sucede en “Capricorn”, el primer sencillo en la historia del grupo, en el que se habla de correr, esconderse y desgarrarse para que “empiece todo de nuevo, con ojos que miren al infinito”.
En Thirty Seconds to Mars lo único en lo que Jared Leto no se mete es en la batería. Ese instrumento es de su único hermano, dos años mayor, Shannon. En la guitarra, el bajo y los teclados, se alterna con Tomo Milicevic, el tercer integrante.
“Tengo la enorme ventaja de tocar con Shannon, de componer con él y compartir esta experiencia tan linda”, dice Leto. Habla de la complicidad con su hermano como si quisiera poner los focos de atención en la parte más positiva de una familia que creció de forma disfuncional.
Su padre los abandonó después de que Jared nació y nunca lo volvió a ver: se suicidó cuando el actor tenía ocho años. Constance, su mamá, se unió al movimiento hippie en aquella década de las flores, el amor y la paz.
Tal vez aún haya remanentes de esos tiempos en Jared. “En la banda, Shannon es el corazón y juntos le imprimimos el latido a la banda”, dice como si el enunciado fuera un mantra. También se refiere a los seguidores de Thirty Seconds to Mars como “personas llenas de luz”. Ellas hicieron posible que la banda entrara en el libro de Guinness World Records por el mayor número de conciertos en una gira: más de 300 entre 2010 y 2011.
La gira más grande del mundo de una banda de rock fue una larga escalera sin descansos. El trío tocó en anfiteatros y foros que iban de los 2000 escuchas a los 10,000 en los espacios más grandes. Ningún estadio para alborotar a multitudes, pero sí festivales a campo abierto como Núremberg, Alemania, en donde se congregaron más de 100,000 “escalones” (otra forma en que Leto se refiere a sus seguidores). “Odio la palabra fan, escalón va más con nosotros, al final estamos hablando de que la banda es una especie de culto, entonces hay que subir hasta ahí”, explica.
Leto también dirige los videos de la banda, pero bajo el pseudónimo Bartholomew Cubbins, su personaje preferido de la saga de cuentos infantiles de Dr. Seuss.
Los cuentos de Theodor Seuss Geisel, poeta y escritor estadounidense, están en el imaginario colectivo de la cultura estadounidense gracias a The Cat In the Hat, tal vez su obra maestra. En ella un gato antropomórfico suelta rimas y describe mundos de fantasía y aventura.
No resulta extraño que Leto quiera que lo recuerden de forma similar al individuo que inventó un gato con cualidades humanas que juega, teje y desteje sus propios enunciados. Es un símil del actor que, a la vez, es músico y director y compositor y letrista. Todo, como sucede en The Cat In the Hat, sólo para entretener a unos niños a los que su madre dejó solos en casa en un día lluvioso.
Sería injusto decir que el génesis de la carrera actoral de Leto se dio cuando se mudó a los 20 años a Los Ángeles y comenzó a actuar en series de televisión. Sería un poco más justo mencionar que todo comenzó con un niño que creció y fue a la universidad porque quería ser artista plástico. Un niño que después tiró por la borda un par de años de estudio en la Universidad de Artes de Filadelfia y buscó en la Universidad de Nueva York acercarse a los directores de cine, antes de mudarse a la costa del Pacífico.
Su primer papel protagónico fue en Prefontaine (1997), un filme biográfico sobre el corredor de medias y largas distancias Steve Prefontaine. Curiosamente, Leto habla poco de deportes. Dice que alguna vez jugó hockey sobre hielo, pero que no practica ninguna disciplina atlética de conjunto. La película hablaba de la soledad del corredor de fondo que muere en un accidente de auto.
Una década después, en 2007, Leto se embarcó en el proyecto de Mr. Nobody, una película belga de ciencia ficción que dirigió Jaco Van Dormael, quien ya había ganado fama en el mundo indie por Toto le héros (1991).
Leto se sometió durante esa filmación a seis horas diarias de maquillaje para personificar a un hombre decrépito de 118 años llamado Nemo Nobody. En la cinta el actor abordó el tema del tiempo. Ese es un giro en la conversación que sí parece atraerle, al menos más que los deportes de conjunto: “El tiempo es muy importante, algo que no puedes simplemente guardar. Es el reto más grande que tenemos en nuestras vidas: cómo aprovechar el tiempo con el que contamos de la mejor manera posible. Porque, al final, todos tenemos una cosa en común: coincidimos en que el tiempo no es permanente”.
Modelo
Mientras Terry Richardson lo retrata, Leto se mueve como un modelo que entiende el lenguaje codificado del sonido del obturador: cada número impar de clicks hay que hacer una pose distinta. Estamos al inicio de la sesión, tres horas antes de que Jared hable conmigo. Así que por el momento, sólo lo observo.
Después del primer cambio de ropa, Leto interrumpe la sesión para explorar el estudio. Es un espacio amplio con una polvorienta pared de moqueta blanca en un extremo, una estación de trabajo en el otro, una cocina sin paredes en la esquina, sillones de piel para recibir a los invitados y un espejo de cuerpo completo en el medio. Una modelo que tiene un par de rascacielos como piernas se para, ve su reflejo y comenta a su amiga, otra titánica modelo, “no percibo el desfase de los espejos”. Todo en un inglés con acento de Maria Sharapova. Ambas están esperando a que Leto termine la sesión.
Una de las paredes del estudio de Terry Richardson es un librero gigante con cientos de libros, muchos de ellos de la editorial Taschen. Algunos son sobre el trabajo del fotógrafo, editados por Benedikt Taschen, amigo de ambos y el iconoclasta editor de la firma de libros. También está ahí Lady Gaga x Terry Richardson, el fotolibro que hizo sobre la cantante.
Las modelos le sugieren a Leto que se quite la camiseta para continuar con la sesión. En uno de los entrepaños del librero Jared encuentra un brazo mutilado, (quizá) un juguete de Halloween o un raro elemento para las sesiones de Richardson. Regresa con él frente a la cámara para seguir con la ráfaga de clicks. Leto platica que un fan una vez le envió una oreja mutilada, también de plástico, como regalo.
Continúa: “Eso no ha sido lo más extraño, tengo también en mi casa una caja llena de vello púbico que me llegó por correo”. Todos se ríen. Es el amo de la sesión.
Terry es su amigo. Se nota que tienen un lenguaje que no necesariamente se escucha. Juegan y se ríen. Ahora es el turno del fotógrafo para salirse del libreto: va por un pedazo de chocolate —100 por ciento cacao orgánico— y le sugiere jugar con él. Es uno de los momentos más extraños de la sesión. El fotógrafo se caracteriza por retratos con alto contenido sexual y este de alguna manera, sin serlo, lo es.
Terry habla para sí mismo pero lo escuchamos todos: “Me gusta utilizar snapshoots (cámaras pequeñas) porque son a prueba de idiotas como yo. Además tengo mala vista y no soy bueno enfocando con grandes cámaras”. Mientras habla se mueven sus enormes gafas de la óptica neoyorkina Moscot, que ya son casi como su marca registrada.
La música también es totalmente Terry: Timmy T —una mezcla de freestyle y pop— y después cambia a Exposé, que invita: “Come with Me”. Parece el soundtrack de cualquier tienda de American Apparel. O dicho de otro modo, de Los Ángeles a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, cuando el fotógrafo vivía en ese pedazo de California.
“Me gusta que mis fotos sean frescas y urgentes. Una foto debe ser un llamado a las armas, debe decir: ‘¡Maldita sea! ¡Es ahora, es el momento, venga!’”, dice Terry, quien firma su obra con flashes saturados y un perfecto balance de blancos.
Leto me dirá después que se siente más cómodo si las fotografías son con Terry. Que su amistad va más allá de la relación profesional: él ha sido su fotógrafo de cabecera y agregará que, tal vez, es porque ambos tienen la misma sensibilidad artística.
“En realidad empecé como artista y pintor. Su mundo [el de Terry] es cercano a mi vida”, afirmará el también coleccionista del artista callejero Banksy.
Rascacielos
“Me gusta la fotografía, dirijo, tomo fotos, me gusta estar detrás de la cámara, contar historias. Siempre me ha gustado estar creando cosas”, dice Leto. Una de las creaciones de las que habla es el libro Haiti, que publicó con fotografías de su visita en 2011 a la isla. Él vivió ahí a los 13 años, cuando su madre realizó trabajo de voluntariado médico en Puerto Príncipe.
—He visitado Haití después de catástrofes naturales. No puedo imaginar fotografías de ese lugar que no sean las de algo parecido al infierno —le digo.
—Intenté buscar la manera de participar en una solución, hacer algo especial y compartirlo con la gente.
Leto sigue hablando del libro de retratos que hizo en la isla La Española, que se vende en 100 dólares en su sitio web y del que todo lo que recauda se destina a la reconstrucción del país más pobre de América Latina, que además fue destrozado por un terremoto en enero de 2010.
Leto también fue un partidario muy abierto de Barack Obama, a quien ayudó a recaudar fondos para su campaña de reelección de 2012. Además protestó contra la Proposición 8, un referéndum en California que eliminó el derecho de las parejas del mismo sexo a contraer matrimonio.
—¿Te gusta que te consideren un activista social?
—Supongo que tienes que ser como eres, seguir tus instintos, lo que te dictan tu cabeza y tu corazón, y hacer lo que te resulta natural. A mí me gusta apoyar cualquier lucha en contra de la injusticia y la intolerancia.
En 2010 Jared Leto lanzó la película documental Artifact sobre Thirty Seconds to Mars, en la que se cuenta la realización del álbum This Is War pero, sobre todo, se enfoca en la batalla legal de la banda contra el sello discográfico Virgin Records por cuestiones contractuales. Ese pleito implicó una demanda de 30 millones de dólares por parte de la disquera hacia el grupo. Al final, Leto venció.
Su explicación sobre el porqué de esas luchas es clara: “Yo escucho una voz interna y la sigo a donde me guíe. Si es hacia una lucha personal y de mi banda en contra de la industria disquera, la sigo. Si es en un tema social, también. Creo que, al final, todo es muy parecido: estoy buscando soluciones a problemas y eso también incluye hacer arte. Y luchar”.
Leto continúa. Esta vez no hay monosílabos ni respuestas cortantes: “Todo lo aprendí de mi madre. Cuando nos tuvo era una adolescente. Buscó el apoyo de los programas de asistencia social para volver a la escuela, estudiar enfermería y poder brindarle a sus hijos un poco de estabilidad. Por esa razón siempre trataré de ayudar a los demás”.
El tiempo de las preguntas se terminó y Leto se pone de pie. Las modelos de piernas largas como rascacielos —se parecen tanto a la ciudad de Nueva York— lo esperan para ir a otro sitio. Jared se mete a la boca el último pedazo de la barra de chocolate orgánico que le dio Terry Richardson cuando lo retrataba y sonríe. Me da un abrazo y, justo antes de salir del estudio, hace la última broma: “En la boca, la vida de los chocolates se hace más lenta”. ¿A quién le importa el futuro? A Jared Leto, por el momento, no.
Fotógrafo: TERRY RICHARDSON. Estilismo: Simon Robins @ CLM. Pelo: Dennis Lanni @ Art Department. Maquillaje: Carolina Dali con Tom Ford @ See Management. Productora de foto: Julia Reis @ Art Partner. Producción: Luz Pavon & Victoria Pavon @ pavonnyc. Director de arte: Mayra Meneses. Técnico de iluminación: Seth Goldfarb. Asistente de foto: Eric Chakeen. Técnico digital: Rafael Rios