How do you like your eggs, Bob Dylan,
How do you like your eggs?
You`re walking on broken legs,
Bob Dylan,
But you still make us beg, Bob Dylan.
So how do you like your eggs?
(¿Qué te gusta desayunar, Bob Dylan?
¿Qué te gusta?
Quedaste mal parado hace poco, Bob Dylan,
pero te sigues haciendo del rogar.
Entonces, ¿qué te gusta desayunar? 1)
No puedes observarlo. Si trabajas en alguno de los estadios donde Dylan se presenta, no se te permite mirarlo en el trayecto que hace del autobús hasta el escenario. Y si tocas en alguno de esos estadios -si como Jeff Tweedy, de Wilco, también eres músico y compartes la cartelera- tienes que ver cómo asumes el privilegio, pero también el problema, de tener cerca a Bob Dylan. Porque vas a estar por ahí y, de pronto, él va a llegar. Y entonces tendrás que decidir si te permites sostenerle la mirada.
Tweedy sintió que no le estaba permitido sostenerle la mirada el verano pasado, cuando participó con su grupo en la gira Americanarama, de Dylan. «En el primer o segundo concierto de la gira yo estaba en el área de vestidores. Dylan estaba a punto de subir al escenario y llegó con su grupo, todos vestidos muy elegantes. Me vio y pensé que lo mejor era hacer como si no lo hubiera visto, porque sentía que ni siquiera tenía que estar en ese lugar, a la mitad de su camino.» Tweedy estaba a punto de clavar la mirada en el suelo, cuando oyó que Dylan le decía: «Hola, Jeff, ¿cómo te va, amigo?». Eso fue todo lo que dijo porque era todo lo que tenía que decir. «Fue el momento más emocionante de mi vida», dice Tweedy. «Pensé: `Ojalá los demás hayan visto que me habló, que de verdad me saludó`».
How do you sleep at night, Bob Dylan,
How do you sleep at night?
The morning sun`s so bright, Bob Dylan,
Your band is still so tight, Bob Dylan.
So how do you sleep at night?
(¿Qué tal duermes, Bob Dylan?
¿Qué tal descansas?
El sol cada mañana sigue brillando, Bob Dylan,
Y tu banda de siempre sigue tocando.
Entonces, ¿qué tal duermes? 2)
Bob Dylan es el personaje público más discreto con su vida privada en el mundo, o el hombre discreto más público. Tiene la reputación de ser silencioso y huraño, pero no es ninguna de las dos. Ha dado entrevistas -polémicas, eso sí- a lo largo de toda su carrera, que se extiende más de cinco décadas. Tiene 72 años, ya publicó un libro autobiográfico, y firmó contratos para escribir dos volúmenes más. Ha sido locutor de su propio programa de radio. Expone sus pinturas y esculturas en galerías y museos por todo el mundo. Hace diez años, fue coguionista y protagonista en la película Masked and Anonymous, que trata sobre su propio anonimato disfrazado. Se dice que hoy en día trabaja en un nuevo disco de estudio, que sería el número treinta y seis en su discografía y, año tras año, noche tras noche, en sus giras, sigue apareciendo en escena para interpretar canciones inigualables en sinceridad y profundidad. Aunque tiene fama de poco comunicativo, Dylan es, siempre ha sido, un hombre que no se calla cuando tiene algo que decir.
También es cierto que no ha bajado la guardia, que ha logrado preservar su misterio con el mismo cuidado con el que ha alimentado su leyenda. Incluso después de toda una vida de revelaciones compulsivas, sigue situado en un lugar apartado no sólo del público, sino incluso de quienes sí lo conocen y lo quieren. Él mismo es su propio círculo íntimo: un J.D. Salinger que ha conseguido mantenerse singular e intocable bajo los reflectores, aunque lo tengamos a la vista todo el tiempo.
Ha sido toda una hazaña, pues la carrera pública de Dylan empezó justo en el amanecer de la era de la apertura total y sigue activa ahora que estamos en el comienzo de la era de la vigilancia total. Se ha visto en la necesidad de proteger su privacidad en un tiempo en el que la propia noción de privacidad es casi inexistente. Pero la defensa de su derecho a la misma nos interesa precisamente porque es tan enigmática y paradójica como los demás reclamos que ha hecho a lo largo de los años. Es un tema importante para él. «Es de la mayor importancia, absolutamente fundamental», en palabras de su amigo Ronee Blakley, la estrella de Nashville que cantó con Dylan en su gira Rolling Thunder. Y sí, la importancia de su privacidad es la única lección que se ha dignado enseñar, al grado de que sus amigos Robbie Robertson y T Bone Burnett la han incorporado en sus vidas. «Ambos lo aprendieron de Dylan», cuenta Jonathan Taplin, quien fuera coordinador de giras de The Band y ahora es profesor en la Universidad de California del Sur. «Han aprendido cómo mantener sus asuntos a resguardo y llevan vidas muy discretas. Es la escuela de Bob Dylan. Los tipos listos que trabajan con él siguen su ejemplo. Robbie vive con mucha discreción y T Bone cuida tanto su privacidad que cambia su dirección de correo electrónico cada tres o cuatro semanas.»
¿Cómo le hace Dylan? ¿Cómo le hace saber a la gente que lo rodea que necesita proteger su privacidad? No les dice nada. Simplemente lo entienden. Eso es lo que hace el tema de su privacidad tan dylanesco. No es nada más Dylan y su privacidad, sino que la propia privacidad de Dylan es un asunto privado, al grado de que su manager me dice por teléfono: «Ah, eres el tipo que va a escribir sobre la privacidad de Bob Dylan, dime cómo puedo no ayudarte».
Hey, do you eat meat, Bob Dylan,
Will you eat some meat?
You`re on the Mercy Seat, Bob Dylan.
You`re selling The Complete Bob Dylan,
Pledged to your own defeat, Bob Dylan,
So will you eat some meat?
(Hey, ¿sí comes carne, Bob Dylan?,
¿te gusta o no comer carne?
Estás sentado en un santuario, Bob Dylan,
y nos vendes tus recopilaciones
pero, ¿te gusta o no comer carne? 3)
Es culpa nuestra, por supuesto: es por nosotros que Dylan practica la privacidad como una forma de arte, por nosotros que abjura de la política, por nosotros que se aleja de nosotros, por nosotros que ya no habla con nosotros desde el escenario. «¿Qué diablos hay que decir?», ha preguntado, para agregar que no importa lo que diga siempre querremos que diga más. Que nos conduzca. Que nos diga los significados de sus canciones. Que toque sus canciones de la misma manera cada noche, tal como las tocó cuando grabó sus discos. Desearíamos que se uniera a nuestras causas. Que emitiera profecías. Que nos contara sobre su familia y, si no nos contesta, nos reservamos el derecho de escarbar en sus botes de basura.
«Siempre me han horrorizado las personas que se acercan a las celebridades mientras comen», dice Lynn Goldsmith, legendaria fotógrafa que ha retratado a Dylan, Bruce Springsteen, Patti Smith y prácticamente a todos los dioses del Olimpo roquero. «Pero con Dylan las cosas son muy distintas. Con los demás la gente llega a decirles que los adoran, que aman su trabajo. A Dylan le dicen: `¿Qué se siente ser Dios?` o `le puse tu nombre a mi hijo`. En ciertos aspectos, la vida que lleva no es la que escogió. Hay cosas que ha tenido que aceptar a regañadientes, por la manera en que el público lo ve y espera que se comporte.»
Ése es el discurso habitual: Dylan como eterna víctima, como medida de nuestros pecados. Pero hay otro discurso en el que Dylan no es sólo el primer y más grande poeta intencional del rock, sino también el mayor cabrón del rock. El poeta amplió la noción de lo que es posible expresar con una canción, pero el cabrón redujo la noción de lo que es posible para el público expresar en respuesta a una canción. El poeta amplió lo que significa ser humano, pero el cabrón toma nota de cada falla de la humanidad y lleva la cuenta de sus deudas, que no olvida ni perdona. Así como reescribió el cancionero popular de las últimas décadas, Dylan reescribió la relación entre el intérprete y su público; su sello es lo que lo distingue de sus colegas en el negocio de la música y de quienes han seguido su ejemplo. «Nunca fui de esos músicos que quieren ser uno más del público, parte de la multitud», declaró, y en esa frase seguro reside uno de sus logros más perdurables: la transformación del público en una masa que todo lo consume y todo lo ignora del artista, en un «ellos» sin cercanía posible.
«Tocamos con Paul McCartney en [el festival de] Bonnaroo, y lo que pasa con McCartney es que desea que lo quieran tanto…», cuenta Jeff Tweedy. «Tiene tanta energía, se entrega por completo, toca tres horas y canta todas las canciones que la gente le pide. A Dylan le vale madres todo eso. Y eso me parece admirable. La broma durante la gira era que el eslogan de su playera debería decir: `Encabronando a la gente desde 1962`. Si succionaras a unos extraterrestres con una aspiradora y los soltaras aquí en la Tierra en medio de un estadio lleno para que pudieran estudiarnos, y se encontraran con un tipo que canta blues a la antigüita y prácticamente en la oscuridad, rodeado de decenas de miles de personas a las que tiene hipnotizadas con esa voz medio indescifrable… bueno, esos marcianos se quedarían pasmados, seguro todo les parecería un sinsentido…»
Tiene sentido sólo en los términos que Dylan ha establecido para sí mismo: su vida y su arte se han combinado para crear un examen oral y escrito que nunca se acaba y que la mayoría de nosotros reprueba. La única manera de aprobarlo es ir a sus conciertos, ya que como el propio Dylan declaró en la revista Rolling Stone hace unos años: «Los únicos fans que sé que tengo son los que veo frente a mí cuando estoy en el escenario, noche tras noche». Es conocido por alterar sus propias creaciones y dejar sus grandes clásicos irreconocibles, pero con el paso de los años también sus admiradores han envejecido y el examen se ha vuelto aún más riguroso. Además de «haber decidido no tocar la selección de canciones que sus fans más antiguos quisieran oír», como afirma John Scher, uno de los promotores con los que ha trabajado mucho tiempo, «ha escogido tocar ante un público que lo ve de pie, que es algo que esos fans no disfrutan tanto». Es decir que al comprar boletos para sus giras, sus promotores prefieren venderlos todos de entrada general, sin asientos. Es como si obligara a los viejos a estar de pie durante horas, como si les dijera (en palabras de Scher): «Si no puedes ver el concierto de pie, no deberías de estar aquí».
No es que sea, necesariamente, más huraño que McCartney, Van Morrison, Neil Young o Bono; en realidad, sabemos tan poco de sus vidas privadas como de la de Dylan. Lo que sí es cierto es que Dylan ha perfeccionado la dinámica para que su privacidad sea al mismo tiempo posible e intolerable: el poeta necesita al cabrón. El cabrón necesita al público. Y cuando asistes a uno de sus conciertos, tanto el poeta como el cabrón te tienen justo donde quieren tenerte.
How do you get your mail Bob Dylan,
How do you get your mail?
You`ve put yourself in jail, Bob Dylan,
Are you still chasing tail, Bob Dylan?
That`s been your third rail, Bob Dylan,
So how do you get your mail?
(¿Cómo recibes tus correos, Bob Dylan?
¿Cómo los recibes?
Tú mismo te aíslas, Bob Dylan,
Te cierras las puertas,
Y nos das la vuelta.
Entonces, ¿cómo escribes tus mensajes? 4)
He aquí una anécdota sobre Dylan, donde no aparecen ni el poeta ni el cabrón. A Tweedy se la contó su bajista. Al bajista se la contó una amiga. La amiga es la coprotagonista. Iba caminando por la calle en Memphis, cree recordar Tweedy. «Se asomó a las ventanas del sótano de un hotel y vio a Bob Dylan nadando en la alberca, con su guardaespaldas. La chica decidió asomarse y ver qué pasaba si lo saludaba. Así que entró al hotel, fue hasta la alberca, lo saludó, y Dylan se tomó varias fotos con ella. Ella le dijo que era su gran admiradora y él le preguntó: ¿A cuántos de mis conciertos has ido?. La chica contestó que a 25. Y Dylan remató: Qué bárbara, ¿cómo aguantas tanto`.»
Hay muchas historias parecidas, sobre ese Dylan sin su caparazón de celebridad. Sobre Dylan comportándose como una muchacha linda y solitaria que por fin recibe una invitación de un pretendiente y debe fingir calma total; Dylan el tímido habitante del Medio Oeste; Dylan tomándose el tiempo de firmar autógrafos, sólo dudando cuando alguien le pide autografiar viniles antiguos, porque sabe que la gente hace negocios con ellos; Dylan posando con la hija de un padre que espera paciente al pie del escenario; Dylan haciendo declaraciones amables sobre el negocio de la fama; Dylan agradecido de que por fin lo traten como un ser humano más. Hay suficientes de estas anécdotas como para plantear la pregunta: ¿Eso es todo lo que Dylan quiere, que lo traten como cualquier hijo de vecino?
Es probable que la respuesta sea negativa, porque se sabe que Dylan también acostumbra mirar al frente cuando se le acerca la gente, como si no existiera, y se muestra duro e inexpresivo hasta que acaban por irse.
Y lo que vuelve interesantes esas anécdotas es que la única persona que puede decidir su desenlace es Bob Dylan, así que nunca sabes cómo te va a ir. Por ejemplo, el verano pasado Wilco y My Morning Jacket se fueron de gira con él. Ambos grupos sabían que iban a abrir sus conciertos, pero sólo Jim James, de My Morning Jacket, creyó que, además, iba a poder convivir con Dylan e incluso tal vez hacer un palomazo en algún momento. El resultado, si bien predecible, funciona como una metáfora de los caprichos de la redención: Jim James, quien iba con todas las expectativas, acabó frustrado; mientras que Jeff Tweedy, quien iba resignado a no hablar con Dylan, regresó a casa con bastantes anécdotas que contar. Por ejemplo, la de la vez que estaba esperando tras bambalinas y le dijo a Dylan que Mavis Staples le mandaba saludos. Tweedy ha producido a Staples y Dylan ha sido amigo de la cantante desde los días en Greenwich Village, en Manhattan, así que le respondió con una de esas frases en las que se especializa, inocente y cargada de magia, con un giro sorprendente que recuerda los de las letras de sus canciones: «Amigo, ¡dile a Mavis que debería haberse casado conmigo!»
La pregunta de a quién le dirigirá la palabra Dylan (o no) es una de las más recurrentes en su vida pública, y ni la amistad ni la eminencia son factores que determinan la respuesta. Se rumora que no le habló a su colega y amigo Willie Nelson en una gira reciente, y Ron Delsener, quien ha sido promotor de Dylan durante décadas, dice que cuando organizó una gira con él y con Van Morrison por Inglaterra, en 1998, llegó un momento en que tuvo que hablar con el coordinador de giras de Dylan para hacerle una petición: «Tiene que hablarle a Van». Es más, cuando Dylan aceptó la Presidential Medal of Freedom de manos del presidente estadounidense, Barack Obama, no se quitó los lentes oscuros y apenas se quedó unos momentos al coctel después de la ceremonia.
No hay una persona en el mundo que no esté a sus pies, pero esa es la pregunta que la gente se ha planteado durante siglos: ¿Qué tan humano quiere ser el rey? Más específicamente: ¿Qué tan humano se permite ser el rey? No es difícil averiguarlo: todo lo que hay que hacer es preguntarle lo mismo que le preguntarías a cualquier otra persona y entonces obtendrás las respuestas, vaya que las obtendrás.
How do you do the deed, Bob Dylan,
How do you do the deed?
You`re a walking centipede, Bob Dylan,
Oblivious to need, Bob Dylan.
You`re as old as Harry Reid, Bob Dylan!
So how do you do the deed?
(¿Qué tal el romance, Bob Dylan?
¿Cómo te va con ellas?
Se te ve bastante activo, Bob Dylan,
Aunque no hables sobre el tema,
Y los años no pasen en balde.
Entonces, ¿qué tal el romance? 5)
¿Qué queremos de Bob Dylan que no haya dado antes? La respuesta es evidente: queremos lo que no quiere dar. «La lista de preguntas estúpidas que se le pueden hacer a Bob Dylan es interminable», señala John Scher y, por supuesto, la más tonta es la que nunca ha contestado: ¿Cómo es su vida? Todos los detalles cotidianos que podemos averiguar sobre casi cualquier otra persona en el mundo, incluyendo al presidente estadounidense, son precisamente las cosas que no podemos saber sobre Dylan. ¿Usa el correo electrónico? ¿Tiene un teléfono inteligente? ¿Come carne? ¿Duerme bien o es insomne? ¿Es amable? «Dios mío, estamos hablando de Bob Dylan, ¿cómo pueden preguntar esas cosas?», nos dice alguien que lo conoce bien.
En fin, esto es lo que sabemos sobre su estilo de vida: tiene casas en varias ciudades del mundo, una de las cuales, una mansión en Escocia de la cual es copropietario junto con su hermano, está en renta. Vive la mayor parte del tiempo en Malibú, en una colina con vista hacia el Pacífico llamada Point Dume. Su propiedad es bastante extensa y está cercada por una barda de metal corrugado, tiene una pista de equitación y una caseta de vigilancia. Hay autos abandonados y enormes contenedores de tráilers estacionados al frente, como una especie de estorbos visuales colocados a propósito, con dedicatoria para los fisgones. Tiene seis hijos y diez nietos, y se dice que está muy orgulloso de ellos. Está en buena condición física; le gusta nadar y boxear cuando está de gira, lo mismo que a los integrantes de su banda. Le gustan más los perros que los gatos. Suele vestir sudaderas con capucha y botas de combate o tenis. Usó una peluca para Masked and Anonymous y la siguió utilizando cuando ya habían acabado de filmar, al menos un tiempo. Si bien es raro que se presente en público, tampoco es del todo inalcanzable. Cuando a Ron Maxwell, director de la película Gods and Generals, se le metió en la cabeza la idea de pedirle a Dylan una canción original, su musicalizador se rio de él. Pero hizo la solicitud y la oficina de Dylan le contestó de inmediato, de modo que Maxwell y su esposa acabaron escuchando la canción «Cross the Green Mountain» -creada para la cinta- con Dylan y su banda en un estudio en San Fernando. «Ahí estaba, con sus tenis New Balance», cuenta Maxwell. «Estuvo algo tímido, tengo que decirlo. Nos saludamos y nos dimos la mano. Cuando tocaron la canción, no nos miraba a los ojos. Escuché toda la canción con atención, tomando notas. Al principio pensé que la letra era muy larga y complicada. Cuando terminó me levanté y se me quedó viendo. Le dije: me gustó mucho. Me preguntó, ¿de veras? ¿Sí te gusta? Le contesté, ¡por supuesto! Me gusta muchísimo. Después de eso se relajó y todo el grupo también bajó la guardia. Se sintió cómo se desvanecía la tensión en el estudio. Me dijeron que a todos les encantaba Gettysburg [la primera película de Maxwell sobre la Guerra Civil], y que la veían una y otra vez en el autobús mientras estaban de gira.»
Pasa bastante tiempo en su autobús para una serie de conciertos apodados «La gira interminable» por la prensa y titulados de distintas maneras por Dylan, por ejemplo, la gira «¿Por qué me ves tan raro?». Se transporta en un autobús de lujo del servicio Star Coach y su banda viaja en un autobús propio. Se hospedan en habitaciones del piso inferior de cadenas hoteleras para que Dylan pueda fumar, y suelen usar las albercas de los hoteles. Dylan no come en el mismo lugar donde comen sus músicos, o los de los otros grupos, y no usa los camerinos. Su equipo de seguridad es sorprendentemente pequeño, pero es de lo más eficiente para llevarlo y traerlo a su autobús, así como el conductor de su autobús es de lo más hábil para dejarlo justo a las puertas de cada lugar.
Es frecuente que su vida sea descrita como una especie de reacción alérgica a la fama, pero lo cierto es que Dylan es una criatura de la fama tanto como de la música y el arte. Al pedirle a la gente que lo conoce una descripción de Dylan, fuera de las prerrogativas de la fama y las obligaciones del arte, tienen que ponerse a pensar: no hay mucho más allá de eso. La mejor respuesta que recibimos fue la de Arthur Rosato, su coordinador de producción en la segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta: «Vive su vida y ya. Le dices lo que le tienes que decir y punto. Es muy firme en sus ideas: tiene convicciones, pero no es terco. Es abierto con la gente, pero tampoco te cuenta mucho. Hemos discutido pero, cuando lo confrontas, te escucha. No es como la mayoría, porque le puedes decir lo que sea, lo que quieras. Le gusta más hablar uno-a-uno y en actividades grupales prefiere mantenerse en segundo plano. Sin importar de quién se trate, se porta de la misma manera y es muy atento. Así es como lo hace».
Y así también es como logra mantener su privacidad sin tener que hablar sobre ella. Sabe que quienes lo rodean son leales, y ellos saben que si no lo fueran no estarían ahí. No nada más no hablan sobre él, es que ni siquiera se les ocurriría hacerlo. Si les preguntas directamente, te escuchan, pero se disculpan con gentileza por no abundar en detalles. Cuando una de nuestras posibles fuentes de información llamó a las oficinas del músico para preguntar si era recomendable hacer declaraciones para este reportaje, no le dijeron que no, sino que le preguntaron: «¿Tú qué crees que deberías hacer?». Es un sistema basado en el honor y los participantes son quienes deben mantenerlo en marcha, incluso cuando no son tan cercanos al propio Dylan. «No pude hacerme una impresión sobre cómo es su vida diaria», dice Tweedy, «y lo poco de lo que haya podido enterarme… bueno, lo que sea que haya alcanzado a ver, casi siento que sería una traición contarlo.»
También es un sistema de omertà (código de silencio), bajo amenaza de expulsión. Quienes refieren que Bob Dylan jamás les ha ordenado no hablar también dicen que, si lo hicieran, no podrían volver a trabajar con él nunca más. Hace poco, el integrante de una banda que alguna vez teloneó para Dylan, publicó una nota donde contaba que un amigo de Bob fue expulsado de la gira por contar que el músico se había resfriado. En una entrevista reciente, David Hidalgo de Los Lobos, se quejaba de que Dylan no le había vuelto a hablar desde que reveló que había estado en el estudio con él, trabajando en un nuevo álbum. Dylan no les dice nada, no tiene que hacerlo; le comunica sus expectativas en relación con su privacidad a la gente que lo rodea de la misma manera en que le hizo saber a Jim James y a Jeff Tweedy que quería que lo acompañaran en el escenario para tocar la versión de «The Weight» con la que cerró los últimos conciertos del tour Americanarama. «Tocamos la canción en una clave distinta cada noche», dice Tweedy. «Nunca en la misma clave. El manager de la gira nos decía `hoy va a ser en La bemol`. Otra veces, cuando ya estábamos en el escenario, le preguntábamos a Tony Garnier, su bajista, y nos decía nada más `La bemol`. Y eso sucedía frente a mucha más gente. Dylan nunca nos dijo. Creo que le gusta situarse a sí mismo y a su banda en callejones sin salida, sólo para ver si la libran.»
What kind of car do you drive, Bob Dylan,
What kind of car do you drive?
You`re good at staying alive, Bob Dylan.
But the bee dies in the hive, Bob Dylan.
So what kind of car do you drive?
(¿Qué auto manejas, Bob Dylan?
¿Qué auto manejas?
Sigues en el candelero, Bob Dylan,
Pero nadie es eterno.
Entonces, ¿qué auto manejas? 6)
Suena solitario ser Bob Dylan, porque a Bob Dylan le gusta estar con otros Bob Dylans, y no hay muchos Bob Dylans por ahí. Después de todo, él mismo tuvo que convertirse en Bob Dylan, y la fuerza incesante de esa transformación es lo que le ha dado vida a su música desde que comenzó a componer. ¿Quién más es como Bob Dylan? Cualquier persona que envejece se encuentra con que su mundo comienza a despoblarse progresivamente, pero en el caso de Dylan su mundo ya estaba despoblado desde el principio. El mismo ha dicho que de chico sentía como si hubiera nacido «en el lugar equivocado, de los padres equivocados».
Quienes lo conocen dicen que es simpático y que se ríe y llora como cualquiera. Pero nunca dicen que es igual a los demás. Así que su comunidad es un grupo de iluminados. Él quería a George Harrison; por supuesto que sí: George era un Beatle. Harrison se quedaba en casa de Dylan cuando iba a Los Ángeles a recibir tratamientos experimentales contra el cáncer, hasta que falleció. Dylan también quería a Jerry Garcia, líder de Grateful Dead. Y cuando Garcia murió, más en calidad de adicto que de profeta, Dylan estuvo presente en el funeral y a la salida le dijo al consejero de Jerry, John Scher: «Ése hombre que yace ahí es el único que sabía cómo es ser yo».
No hay ningún aspecto de su vida que no haya sido previsto en sus canciones. Ya es un hombre mayor que cree, según ha declarado, en un «Dios del tiempo y del espacio», y canta casi exclusivamente sobre la memoria y las pérdidas. Claro que en una canción juega con la imagen del silbato Duquesne, y en otra menciona a una mujer llamada Nettie Moore, pero todos esos elementos simplemente funcionan como disparadores de sus tramas, y le permiten cantar sobre su propia cómica persistencia y sobre cumplir su extraño destino.
Who`s that on the bus, Bob Dylan,
Who`s that on the bus?
It sure ain`t one of us, Bob Dylan.
You`ve never had no trust, Bob Dylan.
Your sleep never rusts, Bob Dylan.
You`ll never slake our lusts, Bob Dylan.
But who`s gonna carve your bust,
Bob Dylan,
If not one of us?
(¿Quién es el que va en el autobús, Bob Dylan?
¿Quién es ése?
Seguro no es uno de nosotros, Bob Dylan.
Nunca confiaste en la gente,
Nunca has podido soltarte, Bob Dylan,
Ni saciar nuestras demandas.
¿Pero quién te va a erigir estatuas, Bob Dylan,
Si no es uno de nosotros? 7)
Hace unos años lo detuvo la Policía en Long Branch, Nueva Jersey, por el delito de caminar bajo la lluvia, vestido con pants y sudadera con capucha, y por asomarse a la ventana de una casa en venta en un barrio algo peligroso. La noticia fue recibida con un montón de titulares predecibles: «No Direction Home», «A Complete Unknown«, etcétera. Todos con referencias a canciones que él decide no cantar. Pero la pregunta obvia, planteada por uno de sus amigos, es: «¿En serio creen que ésa fue la primera vez que hacía algo así? Dylan sale a caminar mucho, por lugares que nadie imagina. Anda por las calles y habla con la gente que se va encontrando en los porches de sus casas. Es su única libertad: la de andar por ahí, misteriosamente».
La gente suele hablar mucho sobre esa faceta de Dylan: su privacidad es todo lo que tiene. Es extraño decirlo, porque así se asume que no tiene poder, que necesita protección. Pero a Bob Dylan nunca le ha faltado poder. Incluso cuando sus canciones le daban voz a los que no tienen ningún poder, siempre estaba buscando nuevas maneras de usar el poder de su fama, del cual ese juego del escondite es la más acabada expresión. Como dice el gran promotor Ron Delsener: «He visto a Dylan caminando por la Séptima Avenida de Nueva York, con un sombrero de vaquero, y nadie lo reconoce. Lo he visto comer en una cafetería cualquiera, donde nadie se le acerca». Nos hace pensar que Dylan está entre nosotros, invisible al principio, sin secretos que ocultar, y que en cualquier momento podríamos dar vuelta en una esquina y verlo. Pero eso nunca nos sucede; no le sucede a nadie, ni siquiera donde él vive.
Lo que una mujer que trabaja en el túnel entre los autobuses y el área tras bambalinas en un estadio en las afueras de Atlanta recuerda sobre Dylan no es haberlo visto; lo que no olvida es que «no se me permitía mirarlo directamente».
Por supuesto, Dylan iba de camino al escenario cuando pasó cerca de ella, escapando a su mirada, dirigiéndose a ser visto y escuchado por su público. Suena a una de las paradojas típicas de Bob Dylan, digna de él. Pero en realidad es, de una manera muy obvia, un ejercicio del poder de una celebridad. La complicada relación entre Bob Dylan y su audiencia es la más duradera en la historia del rock`n`roll, y sigue viva, y seguirá hasta el último suspiro, porque desde el principio Dylan planteó una regla simple que, a la vez, es insoportable: No vamos a ver a Bob Dylan, Bob Dylan va a vernos.
1. Le preguntamos a los representantes del señor Dylan qué le gusta desayunar. Su respuesta: «Siguiente pregunta».
2. Le preguntamos a sus representantes sobre los hábitos de sueño de Dylan. Su respuesta fue: «Siguiente pregunta».
3. Preguntamos si Dylan es vegetariano. La respuesta: «Siguiente pregunta».
4. Al preguntar si Dylan utiliza correo electrónico, sus represe