Afrontémoslo, el tipo es ridículo.
Es ridículamente atractivo. Es ridículamente talentoso. Es ridículamente inteligente. Es ridículamente generoso. Es ridículamente gracioso. Es ridículo su magnetismo. Es ridícula su sonrisa blanca de estrella de cine. Es ridícula su voz perfecta y resonante. Y a pesar de que son ridículas su serenidad y entereza, es imposible que esté en algún lado sin causar alboroto por una simple razón: la gente se siente ridícula por no quitarle los ojos de encima, pero se siente aun más ridícula si se los quita de encima. Él sólo tiene que sonreír y abrir la boca para encender una luz que llama la atención de todos los presentes, incluso la de Matt Damon. Dejemos en claro que Matt Damon también es ridículo. De hecho, es tan ridículo -en su atractivo, talento, inteligencia y sentido del humor- que no ha parado de hablar sobre el Holocausto, mientras toma una cerveza y se come un buen trozo de carne en el patio del restaurante de un hotel en Alemania. Pero no suena ridículo. Damon hace esto muy a menudo: no para de hablar y se toma una cerveza. Y no para de hablar mientras se toma una cerveza. En muchas ocasiones lo hace con el staff de producción de la película en la que está trabajando. En este caso se trata de The Monuments Men, la historia del grupo de soldados estadounidenses encargado de recuperar las valiosas obras de arte robadas por los nazis. Damon es la estrella de cine más sociable y platicadora. Sus conocimientos históricos son tan refrescantes como la cerveza que pide continuamente para nuestra mesa. Está sentado junto a un joven actor, un consultor militar, un continuista y yo. Ridículamente, sin el menor esfuerzo, capta la atención de todos nosotros, hasta que…
-Ah, ¡está de regreso!
Es Clooney. Es el jefe. Es el director y el protagonista de The Monuments Men. Es el individuo cuya incandescencia provoca que la luz de Damon se sienta como la de un foco ahorrador. ¿Les dije que Clooney es ridículo? Lo confirmo: Clooney es ridículo.
Está de regreso de un fin de semana en Berlín y parece que acaba de salir de bañarse. Luce delgado, vestido con una playera y jeans holgados. Su pelo cano, peinado para atrás, tiene ese clásico brillo tipo Clark Gable. Hace algunas horas, Damon cambió de lugar para darle la espalda al pequeño lago que está junto al patio del hotel pues, del otro lado, se agrupa una multitud de fotógrafos y lugareños. Clooney se acerca a Damon y le dice: «Ustedes son el entretenimiento».
«Volvieron por ti», le contesta Damon. «Hoy salí por la puerta trasera y caminé por la calle. No había nadie».
«¿A ti no te siguen pero a él sí?», le pregunto.
Clooney recarga la mano en el hombro de Damon. Su sonrisa es grande y filosa. «Tienes que lograr otro título como El Hombre Más Sexy del Mundo», le dice. «Hazlo y te van a seguir como moscas».
Foto: Traje y corbata Calvin Klein. Camisa Emporio Armani. Clip de corbata Brooks Brothers. Lentes propiedad de Matt Damon.
En su nueva película Elysium, el actor que interpreta a Matt Damon de niño se le parece mucho. «Cuando Matt lo vio, dijo: Dios mío, se parece demasiado a mí«.
En la cinta, el niño crece en la Tierra -obviamente convertida en un infierno postapocalíptico- y voltea con frecuencia al cielo para observar un enorme satélite, llamado Elysium, convertido en refugio para la gente adinerada que ha huido del planeta. Cuando el niño crece -Matt Damon entra en escena-, jura que un día estará ahí arriba. El personaje termina envuelto en peleas llenas de coreografías perfectas, aunque realistas, que Damon dominaba desde la trilogía Bourne. Finalmente llega a su destino, provocando una revolución a su paso.
El director Neill Blomkamp escribió Elysium después de que District 9 se convirtiera en la cinta sorpresa de 2009. Pero dejemos que Damon nos cuente esta historia porque es un tipo al que le fascina contar historias: «Cuando lo conocí, Neill me platicó: Me crié en Sudáfrica, en un bonito vecindario de Johannesburgo, pero no muy lejos de ahí veíamos una pobreza extrema. Cuando cumplí 18 años nos mudamos a Canadá y la experiencia de vivir en el primer mundo fue un golpe que no he podido superar. Todo lo que hago, mi trabajo, es una reflexión sobre esa diferencia tan increíble«.
Ahora es el turno de Blomkamp: «Quería hacer una película en donde la división entre ricos y pobres sucediera en un contexto de ciencia ficción. Me pareció muy interesante situar a un joven caucásico, criado en el campo estadounidense, en un ambiente tercermundista. Quise mostrar a un personaje que Estados Unidos conoce muy bien y ponerlo en un país lo más decadente posible».
Filmó la película «en las partes más pobres de la Ciudad de México. Hicimos un scouting en busca de las zonas más marginales. A Matt le inquietaba la seguridad en la ciudad. Suele ser muy aventurero, pero el tema del secuestro… con él es distinto, con él que conmigo o contigo. Matt es una personalidad reconocida en todo el mundo. La gente sabe que está en el país. Tuvimos que contratar a un equipo de seguridad. En las mañanas, los escoltas recorrían distintos caminos hacia el set para asegurarse que hubiera rutas de escape».
Elysium es una película interesante. Pero uno de los rasgos más atractivos es que, para ser posible, recurrieron a gente que vive en Elysium. La película no es una metáfora del apartheid o de la creciente división entre ricos y pobres en Estados Unidos. Es una metáfora de la celebridad y los privilegios que conlleva. Matt Damon interpreta a un hombre dispuesto a sacrificarlo todo para llegar ahí, así que su interpretación es difícil por el hecho de que ya vive ahí.
Foto: Camisa Dolce and Gabbana. Reloj: Burberry.
¿Quiere una cerveza chica?», dice la mesera. «No», responde Matt Damon. «Una grande, por favor».
Estamos en el lobby de un hotel que está a dos horas y media de Berlín. Se supone que Matt y yo iremos a una especie de cita periodística. Iremos a caminar y después a cenar.
Apenas pasan de la cinco de la tarde. La cena está programada para las ocho. Tenemos tiempo de sobra para tomarnos una cerveza antes de la caminata, incluso una grande.
«Lo que me gusta de Alemania es que los alemanes son muy parecidos a los estadounidenses», dice justo cuando llega la cerveza servida en esos típicos vasos altos. «No es como en otros países en que las diferencias son apabullantes y te sientes envuelto en una niebla. Son diferentes sólo como en un cinco por ciento, pero luego ves que esa pequeña diferencia es todo. Y se vuelve algo raro. Crees que las cosas van a ser iguales pero cuando no lo son es raro. Y luego te das cuenta que también debes parecerles raro. Todo está claro, hombre». Damon tiene 42 años, está casado y es padre de cuatro. Está vestido de negro, lleva unos jeans deslavados, una playera con cuello en V, botas y una gorra con cuatro estrellas estampadas. Su pelo es café con un toque rubio. Mide cerca de 1.82 m, está en forma pero no tan en forma como cuando trabaja en una película de acción ni para las peleas de Elysium.
Tiene lo que Neill Blomkamp -y el resto de la gente- ve en él: una amigable cara estadounidense, con rostro de niño, interesante por lo que puede representar: la expresión de sus ojos azules es transparente, su nariz es respingada y sus dientes son blancos y perfectos. En el cine, tiene la sonrisa más útil después de la de Tom Cruise, pero mientras Cruise usa la suya para dominar, callar a los escépticos o salir de problemas, Damon la usa para expresar matices: da luz y sombra al mismo tiempo. En persona hace lo mismo. «Es un tipo normal convertido en celebridad», dice Blomkamp.
No es un tipo normal. Pero Damon está tan cerca de ser un tipo normal que lo puede aparentar, dentro y fuera de la pantalla. Esto le brinda al público una combinación rara de confianza y sorpresa. Por ejemplo, fue una sorpresa que fuera capaz de escribir y actuar en Good Will Hunting, también que haya sacado adelante la serie Bourne o que haya sido tan gracioso en Jimmy Kimmel y 30 Rock. Pero puede sorprender porque brinda la confianza de una vida nada portentosa. Matt Damon es una estrella de cine porque siempre se comporta como Matt Damon. Lo es no sólo porque dan ganas de tomarse una cerveza con él, sino porque nos hace creer que se siente solo con los famosos y prefiere tomarse una cerveza con nosotros.
Y así, 10 minutos después de su primera cerveza, pide otra grande.
Nunca fuimos a caminar, tampoco a cenar. Ni siquiera nos levantamos, salvo para ir al baño. En cuanto empezamos a beber, miembros del staff y del elenco de The Monuments Men se sientan con nosotros en la mesa. El hotel es un refugio lleno de guardias de seguridad con walkie-talkies. Nuestra mesa, no. Nunca tengo oportunidad de entrevistar largo y tendido a Matt Damon porque nunca está solo. Pero no importa, he hablado en con muchas estrellas de cine en el pasado. Lo que nunca he podido escuchar es de lo que hablan las estrellas de cine dentro de los muros de Elysium.
Foto: Traje Calvin Klein. Camisa Burberry London. Corbata John Varvatos.
Aquí va una historia contada por Matt Damon. No es acerca de él sino de Bono. Pero tampoco es acerca de Bono, sino de Paul McCartney. Bono se la contó a Matt Damon. Cierto día, Bono voló a Liverpool. Paul se encargaría de recogerlo en el aeropuerto, pero Bono se sorprendió cuando literalmente Paul lo recogió en el aeropuerto, manejando él mismo su coche. «¿Quieres un breve paseo por la ciudad?», le preguntó Paul. «Seguro», respondió Bono, quien es fan de Paul así como Damon lo es de Bono. «Bono está obsesionado con los Beatles», cuenta Damon desde la mesa del lobby del hotel enrejado en el pequeño pueblo alemán. «Es un estudioso de los Beatles. Ha leído todos los libros, ha visto todas las películas. Lo sabe todo. Así que cuando Paul se detuvo y le dijo: Aquí empezamos, Bono le preguntó: ¿Qué empezaron?, porque no identificó el lugar y estaba seguro que lo sabía todo de los Beatles. Paul respondió: Aquí empezaron los Beatles. John me dio la mitad de su chocolate aquí. Bono preguntó: ¿Qué chocolate? Nunca había oído la historia de ningún chocolate. A lo que Paul contestó: John tenía un chocolate y me lo compartió. No me dio una probada, ni un trozo, ni un cuarto, me dio la mitad. Por eso los Beatles empezaron aquí. ¿No te parece increíble? Es la historia más importante sobre los Beatles y ¡no está escrita! Paul se la contó a Bono porque sabe lo mucho que le gustan los Beatles».
George Clooney está en lo correcto. La revista People ha nombrado a Matt Damon como El Hombre Más Sexy del Mundo una sola vez. No es la celebridad más grande y es debatible si es el más guapo. Sin embargo, es lo suficientemente grande como para estar en un círculo de grandes historias que no están en los libros por una razón: son demasiado increíbles para ser ciertas.
¿Quieren saber de qué hablan los famosos? En primer lugar, hablan de nosotros, de la gente que está al otro lado del lago. Después, hablan sobre ellos. Esas son las mejores historias porque también son actuaciones. Damon es famoso por su imitación de Matthew McConaughey. Con tres, cuatro, cinco o seis cervezas encima, imitó a casi todos de los que habló. A Scorsese, Spielberg, Clint Eastwood. Imitó a Tom Cruise hablando con el director de dobles de una de las películas de Mision: Impossible que no lo dejó escalar un edificio. «Le pregunté a Tom: ¿y qué hiciste? Me miró -entonces imita la mirada de acero de Cruise y su rigurosísima voz- y me dijo: Lo despedí, Matt«.
Me contó la historia de Tom Cruise por dos motivos. El primero, porque es una historia sobre Tom Cruise. El segundo, Damon no escala edificios. Le tiene miedo a las alturas y alega que «para eso están los dobles y las pantallas verdes. Pero Tom es increíble. Le respondí: Tienes el título, nadie te lo va a quitar. Tú ganas. Se río y me dijo: Vale la pena. Y así es para él, para mí no. Estoy muy viejo para hacer escenas de acción».
Y esa es otra característica de las historias de los famosos: tienden a hablar de personas más famosas que ellos. Matt Damon cuenta historias de Tom Cruise y George Clooney. Cuenta una historia de Bono que a su vez cuenta una historia de Paul McCartney. Existen los anillos de la fama y contar historias de otros constituye una educación, en ocasiones la mejor que han recibido. Damon salió de Harvard sin graduarse, pero puede hablar de casi cualquier tema. Te puede contar lo que leyó, pero también sobre el escritor. Menciona muchos nombres no por arrogancia, es como un estudiante que cita sus referencias. Habla sobre Tom Cruise, Jodie Foster, Michael Strahan, Tom Brady, Brad Pitt, Joaquin Phoenix, Emily Blunt, sus amigos Ben y Casey Affleck, Bill Clinton y una serie de escritores, economistas, científicos y abogados. Puede tener acceso a esta gente igual que puede conseguir una mesa en los restaurantes más exclusivos. No importa que haya dejado Harvard, la fama se ha convertido en su Harvard. En el mundo globalizado, la falsa moneda de la celebridad ha resultado ser la única que no se ha devaluado porque representa acceso y conocimiento. Nos gusta pensar que la fama aísla a sus moradores del mundo real. Es doloroso darse cuenta de que los famosos llegan al núcleo de todas las cosas, o por lo menos más cerca de lo que la gente que se amontona al otro lado del lago puede llegar.
«Mi madre creía que era abuso infantil», dice. «Estaba convencida. Era profesora y se especializaba en las primeras etapas infantiles. Consideraba que poner a un niño en un escenario, un comercial o una película era abuso infantil. Así que cuando trabajé en Elysium con Jodie Foster, le pregunté a ella sobre el tema porque ha actuado prácticamente desde que nació. Sonrió a medias y me respondió: Depende del niño«.
Matt Damon no fue un niño actor. Fue un niño y luego un adolescente beneficiado por una educación progresista en Cambridge, Massachusetts -que incluyó tener a Howard Zinn como vecino, estudiar la preparatoria en la escuela Cambridge Rindge and Latin, acompañar a su mamá en sus estudios de lenguaje en México y pasar veranos en Guatemala, también con su madre. Pero su amigo Ben Affleck sí era un niño actor y, a través de la actuación, Matt se deslindó de las ambiciones de su madre. Actuó en obras escolares y trabajó como extra en Boston. En ese entonces Affleck era la estrella, tanto en obras escolares como en audiciones. Pero Damon se permitió aprender de él y además de amigos, se volvieron un equipo. «El verano después del primer año en la universidad, conseguimos un trabajo; tenía 18. Había un cine en Harvard Square, el Janus, de una sola sala. Ben y yo trabajamos ahí en las taquillas. Servíamos palomitas y hacíamos casi todo. Pero lo emocionante era la película que se proyectaba ese verano, Dead Poets Society. Ben y yo hicimos el casting para actuar en la cinta y nos llamaron. Ben estuvo más cerca de participar. Y resultó ser la película que proyectamos ese verano. Era un recordatorio constante de lo que queríamos. Éramos dos jóvenes ambiciosos con pantalones negros, camisas blancas, chalecos marrones y las etiquetas de nuestros nombres en la solapa. Veíamos a la gente salir con los ojos rojos de tanto llorar. Pensábamos: lo que no te mata, te hace más fuerte?. Nos recordó lo difícil que es llegar, así que nos convencimos que teníamos que empezar a escribir algo».
Good Will Hunting empezó como una broma, como la idea extravagante de dos chicos a los que les gustaba aprender pero no ir a la escuela. «Nos preguntábamos cosas como: ¿No sería increíble poder leer todos los libros del mundo y recordarlos?» En palabras de Damon, se volvió «un acto desesperado». Muchos borradores escritos en muchos departamentos rentados a lo largo de muchos años y desarrollados por varios estudios: «Teníamos tiempo de sobra, a nadie le importaba, nadie estaba al pendiente de lo que hacíamos».
El Oscar a Mejor Guión lo cambió todo. «Ser conocido como escritor cambió mi relación con los directores. A los actores se les acusa de querer agrandar sus papeles pero cuando los directores saben que has escrito un guión y tienes una perspectiva distinta de las cosas, entonces te involucran más. Esas colaboraciones terminan en amistades. Las relaciones lo son todo. Si te gusta trabajar con alguien, encontrarás la forma de trabajar con esa persona una y otra vez. Es la naturaleza humana».
Cuando Damon estaba en la preparatoria y en la universidad, tenía un póster de Mickey Rourke en su cuarto. Era su actor favorito, quería ser como él. Cuando era muy joven -antes de que se hiciera famoso con Good Will Hunting– y obtuvo el protagónico con Rourke en The Rainmaker, «estaba emocionado por el simple hecho de conocerlo. El primer día de la filmación me mandó llamar y me recordó las reglas. Estábamos filmando en un vecindario marginal de Memphis, con seguridad y todo. Ahí estaba, parado en una esquina con mi ídolo mientras me gritaba. Me dijo: Francis Ford Coppola te quiso para su película, significa mucho. Su elección le está diciendo a todo Hollywood que tienes futuro así que no hagas lo que yo, ¡no lo eches a perder!«.
Y Damon no lo ha hecho. Parecerá un tipo normal pero no ha hecho lo que la gente normal suele hacer: echar las cosas a perder. Entiende mejor que nadie que la celebridad es un contrato social y ha cumplido hasta el último inciso. Ha aprobado todos y cada uno de los exámenes que la fama le ha puesto enfrente y algo me queda claro después de estar con él: es miembro del club.
Foto: Camiseta John Varvatos. Jeans Paige. Tenis Lanvin.
Un joven actor tiene un papel grande en The Monuments Men. Se llama Dimitri Leonidas y hasta que Clooney lo eligió, era un desconocido. No es uno de los actores que pasa por el lobby del hotel a tomarse una cerveza con Matt Damon. Pero aun así, Damon habla de él y asegura que su futuro es brillante. Nunca menciona su futuro como actor, dice que «podría convertirse en una estrella».
¿A qué se refiere exactamente? Lo ha dicho una estrella así que debe significar algo importante. En realidad se refiere a que debe cumplir con ciertos requisitos para este puesto, pero nunca tienes idea de cuáles son hasta que los consigues. Debe ser que Matt Damon reconoce en Dimitri Leonidas una cualidad familiar, cierta diferencia que sólo quienes la poseen la pueden percibir. También quiere decir que Damon piensa en estas cosas con frecuencia: en el estrellato y la fama, no en la gloria que implican sino que valora su propio grado de diferencia y desencajamiento. Habla de su transformación cuando se convirtió en estrella como si fuera irrevocable.
«Cuando te sucede a ti, no significa que tú cambies. Todos te dicen que vas a cambiar y con el tiempo, lo haces. Lo que sucede, casi de la noche a la mañana, es que todo y nada cambian a la vez. Eres consciente de que todo lo que tenía importancia ayer, la sigue teniendo. Todo es igual y a nivel intelectual, lo entiendes. Sin embargo, el mundo es otro ante ti. Todos han cambiado su relación contigo aunque sigas viviendo en el mismo mundo. Así que cuando la gente habla del aspecto surrealista de la fama, se refiere a esto. Por lo menos así fue para mí. Es entrar a un restaurante y que todos te miren y empiecen a cuchichear, aunque te parezca que apenas la semana pasada comiste en ese lugar y pasaste desapercibido. El mundo sigue siendo igual, aunque no para ti. Es una completa locura. El mundo es un grado más extraño. No es que de pronto las casas se vuelvan de jengibre y lo notes. Vives en la misma casa, haces tus compras en el mismo mercado, vas por tu café al mismo lugar de siempre. Sucede que alguien ha contratado a un montón de extras y les ha dado indicaciones muy puntuales en tu beneficio. Como si un director hubiera llegado antes que tú, tomado un megáfono y dicho: A ver, cuando él llegue, si tu nombre empieza con A y hasta la M, cuenten hasta 10 y mírenlo. Después es el turno de la N a la Z. Es rarísimo.»
Aquí va otra historia. La cuenta Matt Damon pero no es sobre él sino sobre Brad Pitt. Aunque también es sobre Matt Damon porque habla de la fama y él es famoso. ¿Es tan famoso como Brad Pitt? En cierto sentido mucho más porque, con Bourne, Damon creó la franquicia de acción que Pitt quiere conseguir con World War Z. Pero la fama se mide más allá de las ganancias de exhibición: se trata de índices, distintos al dinero, que indican en qué anillo de fama estás. Uno de estos índices es el grado de relación que tienes con Bono. Otros son más dolorosos. «Si puedes controlar la fama», dice Damon, «entonces vale la pena ser famoso. Con Brad se nota la intensidad de la fama. Veo los paparazzi, las agresiones, la invasión de su espacio y me pregunto si vale la pena. Recuerdo haberle contado que llevo a mis hijos a la escuela y se le cayó la cara. Fue muy amable pero su respuesta fue: Maldito cabrón, porque debería poder hacer lo mismo, pero no».
Damon puede. Vive en Nueva York y camina con sus hijos a la escuela. De vez en cuando se encuentra con algún fotógrafo pero guardan la distancia y si les pide que lo dejen en paz, se van después de tomar un par de fotos. Puede hacerlo en parte, a diferencia de Pitt, por la mujer con la que decidió estar. «Tengo suerte», dice. «Me enamoré de una civil, no de una actriz famosa. Entonces la atención no se duplica, no crece exponencialmente. De lo contrario, todos quieren meterse a tu cuarto. Pero no les doy material. Si no estoy tambaleándome en un bar, incendiando un lugar o poniéndole el cuerno a mi esposa, entonces no tienen historia que contar. Pueden intentar seguirme pero siempre obtendrán la misma historia: un hombre de mediana edad, casado y con cuatro hijos. Mientras la narrativa no cambie, no les seducirá».
No obstante, la narrativa está por cambiar. Damon, su esposa Lucy y sus cuatro hijos van a mudarse a Los Ángeles con la plena conciencia de que se adentrarán en un arraigado y complejo sistema de chisme y perderán su privacidad. El cambio responde a varias razones: en primer lugar, Ben Affleck y Jennifer Garner viven ahí y aunque «hay cinco o seis fotógrafos fuera de su casa la mayor parte del tiempo», Damon y su familia compraron una casa en la misma calle. En segundo lugar, Damon y Affleck fundaron una productora, Pearl Street Films, «por fin rentamos unas oficinas, queríamos ponernos serios». Por último, «la mayoría de mis amigos viven allá, sus hijos no me conocen y eso no me gusta nada».
La cuarta y última razón es la más interesante. Damon compra la casa en Los Ángeles porque no pudo hacerlo en Nueva York. «Buscamos hogar durante cuatro años y no encontramos nada. Hicimos cinco ofertas y apalabramos dos de ellas, la última me fascinó. En ambos casos, utilizaron mi nombre para vendérsela a alguien más. Para muchas transacciones, la fama es buena, la gente es más amable. Pero en este caso fue en mi contra. A lo mejor piensan que, como soy actor, soy estúpido».
Aquí va la última historia. La cuenta Matt Damon pero tampoco es sobre él sino sobre George Clooney. Aunque tampoco es sobre Clooney: Matt Damon no la estaría contando si no incluyera también a Russell Crowe. Le encanta contar historias de Russell Crowe e imitar su voz. Pero la historia tiene que ver con venderse al sistema y la hipocresía, así que también podría tratarse sobre Damon. Ha tenido que reflexionar sobre estas cosas porque ha prestado su voz, tan perfecta y verosímil que es ridícula, para hacer comerciales. Pareciera una lucha interna innecesaria, dado que todo mundo en esta industria, desde Jeff Bridges hasta Jon Hamm y Denis Leary, son también actores de voz.
«Ya lo sé», responde, «pero de todas formas es un comercial. ¿Cuál es la frase que tenía que decir Paul Newman? ¿Explotación desvergonzada en busca del bien común? Me lo digo a mí mismo. Dono todo el dinero a Water.org [la fundación de Matt Damon]. No se me ocurriría quedármelo pero seamos honestos, el dinero que dono a la fundación no tiene que provenir de mi cartera. Lo importante es que llega de alguna manera. Me están pagando. Así que quizá soy un hipócrita».
Clooney también es actor de voz, sobre todo en Europa. Un día, Damon cuenta: «Russell le reclamó por haber hecho un comercial en Italia. Le llamó vendido, a George que sacrifica su sueldo para trabajar con los directores que le gustan. George le respondió: Un momento. Tengo que hacer este pinche comercial de expreso para vivir. ¿Qué te pasa? ¿Por qué me atacas? ¿Me estás llamando vendido? ¿Has visto tus películas?«.
«Total que está furioso pero lo deja pasar. George es el mejor bromista pero no hace daño. Tiempo después, Russell ganó un premio [de los British Academy of Film and Television Arts, bafta] y cuando subió al escenario, leyó un