Con más de 30 años de carrera, es un actor que no necesita presentación. El estreno de su próxima película, Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero, fue el mejor pretexto para hablar con él sobre sus fracasos, sus viajes frustrados y su visión de la sociedad.
El estreno de su próxima película, Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero, fue el mejor pretexto para hablar con él sobre sus fracasos, sus viajes frustrados y su visión de la sociedad.
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De alguna manera tengo una responsabilidad social. No sé si sea una exigencia de la profesión pero sí es una convicción personal. Nací en una familia venida a menos que tuvo que vérselas difíciles para sacar adelante a sus niños y eso me permitió, desde muy chico, estar pendiente de las dificultades económicas.
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Descubrí el teatro a los 17 o 18 años, cuando entré a un grupo de aficionados. Empecé a tomar clases y comprendí al ser humano que soy, que tiene capacidad de imaginación, de emociones, de voluntad, de fantasía y de sensaciones.
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Fui a varias de las manifestaciones del movimiento estudiantil de 1968. Una de ellas fue la famosa “Marcha del silencio”, que fue extraordinaria. A la vuelta de 40 años te das cuenta de que eso es cíclico: el pueblo intenta organizarse pero éstos [los políticos] lo desorganizan.
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Estuve a punto de ir a la Revolución Sandinista, en Nicaragua, en los 80. Me detuvo mi madre: “¡Cómo se te ocurre! Trabaja aquí, en tu país”. Y también, seguramente, la cobardía.
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De niño todo fue muy desordenado. Estudié la primaría en cinco escuelas distintas. Siempre debíamos empezar de cero. Siento que soy un desarraigado. Me sigue gustando viajar mucho y nunca me había comprado ni un departamento donde vivir. No quería echar raíces. Hasta que mi hijo se vino a estudiar cine al D.F, desde Jalapa.
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Aprendí lo que es el desprendimiento en esos días. Saber que todo es pasajero, que hay que soltar, que no hay que acumular, sólo experiencias.
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Tengo muchos recuerdos de mi infancia, como que el sacerdote proyectaba películas en la parroquia todos los sábados. Y también que de niño me encontré un papalote rojo en la vías del tren, en un paraje que seguramente ya no existe porque los trenes los vendieron estos hijos de puta… También me acuerdo de la primera vez que vi un circo.
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Pertenezco a una generación afortunada. Antes los cines eran enormes y pasaban películas muy buenas, de mucha calidad, de muchos lados y era muy barato; podías ver tres funciones por un peso. Además existía la permanencia voluntaria y podías volver a ver la película si querías. Ahora el ciudadano está desprotegido, el mercado no tiene llenadera.
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En Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero hablamos de los valores maravillosos de la amistad: unos hombres que en el quehacer pueden encontrar el motivo de su existencia independientemente de que sean exitosos o no. Está muy divertida. Tiene buena música mexicana. Estoy rodeado de muy buenos actores.
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Al rock and roll nunca le llegué, aunque me tocó fuerte la época de Rockdrigo (1950-1985). Más bien yo me iba por las letras. Soy más de literatura, de contenidos. Soy más de música en español: Víctor Jara, Atahualpa, Alfredo Zitarrosa, Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina.
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En mis 30 años de carrera no he visto derrotas. No he querido verlas o no volteo.
23:00
El éxito es cotidiano. Hoy vengo a dar una función de teatro [El profesor] y espero darle la mayor satisfacción al público. Concibo el éxito en ese sentido: estoy vivo, mi hijo está grabando su primera película, vengo de tomarme un mezcal y de comer muy rico ¿¡Qué más éxito que ése!?
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Uno no se muere de hambre nunca. Comes un buen plato de arroz con frijoles y te tomas una cerveza y ya comiste. No hay necesidad de hacerse rico o famoso, sino de disfrutar plenamente lo que haces todos los días.
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Para escoger un papel debe de tener contenido. A veces me ofrecen algo anodino, que sólo pretende ser un éxito en taquilla. Si hay posibilidad de decir algo que tiene que ver con mis carencias o con la carencias que yo veo en la sociedad, pues lo hago.
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Después de todos estos años ahora sí puedo decir que La ley de Herodes fue la película que me hizo. Acepté que podía ir a la cárcel después de hacerla con mi amigo Luis Estrada. Desde ahí siempre he sido abordado con preguntas sociales. Eso me obliga a no tomar papeles en telenovelas pendejas que no dicen absolutamente nada. El público es muy complejo, no puedes fallarle.
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El contacto con la gente es maravilloso. Hace dos días fui a mi dentista y tenía mucho tiempo que no me subía al metro y al trolebús de día. Me fui platicando con el chofer. No me quiso cobrar, hablamos de derechos humanos. ¡Un chofer del trolebús! [Ríe] La gente que subía se tomaba fotos.
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No creo en la figura de los candidatos independientes. Igual y me sorprenden, pero está difícil: la política funciona de una manera y no los van a dejar. Un hermano me acaba de escribir: “¿Por qué no te lanzas? Van a despojar al país” [ríe]. Pobre de mi hermano, no sabe que así es la cosa.
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Me encantaría trabajar con los hermanos Coen, con Alejandro González Iñárritu, Guillermo Del Toro, Martin Scorsese y David Lynch.
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Mi vida sin rodajes es sumamente aburrida. Yo sí le podría cantar al cine: “No puedo estar sin ti”.