A esa anotación se le conoce como la mano de Dios. El argentino Eduardo Longoni capturó el mítico momento en que Diego Armando Maradona marcó un gol con la mano ante la selección de Inglaterra, en el mundial de México 1986. El hombre que retrató ese instante recuerda minuciosamente cómo cambió su vida y el futbol después de esa anotación… ¡y confiesa que tomó la foto por error!
Por Alejandro Aguirre
A la una y seis de la tarde del 22 de junio de 1986, el Estadio Azteca de la Ciudad de México era un hervidero con 114 mil hinchas a merced del futbol. Con el sol brillante, el calor alcanzaba los 30 grados centígrados y la humedad llegaba al 65 por ciento. Se jugaba el segundo tiempo del encuentro entre Argentina e Inglaterra, el tercer juego de cuartos de final de la Copa del Mundo de México 1986. El marcador iba parejo: cero a cero.
De pronto, apenas en el inicio del segundo tiempo, cuando el reloj marcaba el minuto 51, el 10 argentino, Diego Armando Maradona, quiso salir entre dos defensas ingleses en el campo enemigo, e intentó una pared con el delantero Jorge Valdano, cuyo control deficiente propició que el defensa inglés Steve Hodge despejara, pero rechazó mal, en dirección al área donde el arquero inglés Peter Shilton, sorprendido, salía por el balón. Maradona, tras esa pared con Valdano, se encontró en el recorrido con el guardameta, con la pelota en el aire y con unos puños que querían agarrar el balón. Los casi dos metros del portero inglés podrían haber constituido una ventaja clara, pero Maradona brincó por el esférico y cuando vio que era imposible meter la cabeza, hizo lo propio con la mano y anotó gol. Todo en un parpadeo. Maradona salió corriendo a la tribuna donde estaban su padre y su suegro, mientras celebraba y miraba de reojo al árbitro. Ni el árbitro central ni el juez de línea se dieron cuenta del gol con la mano. Gol válido. Gol inmortal. Lo que sigue es la historia de esa fotografía, la más mediática de todos los mundiales, y que confirmó la validez de la mano en ese gol que sigue despertando curiosidad, alegría y desconcierto.

Eduardo Longoni vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina (aquí, a la derecha, pueden verlo). Es fotógrafo y tiene un título en Historia. Usa lentes por su miopía, camina despacio y a sus 55 años mide cerca de 1.85 metros. Siempre tiene una de esas barbas de dos días, que crecen en el rostro por pedazos. Estoy junto a él, en su oficina que está llena de libros de fotografía. Desde hace casi una década es editor de libros especiales -todos de fotografía- del Grupo Clarín, el poderoso conglomerado de medios argentinos. Allí, Longoni se encarga de hacer libros bonitos, con imágenes maravillosas para los suscriptores de los diferentes diarios del grupo. Sin embargo, por su oficina pasan decenas de redactores a diario para que dé una opinión sobre una fotografía, un libro, un trabajo gráfico. Dice que sólo sale a la calle con su cámara cuando hay acontecimientos decisivos e históricos. El último que valió la pena registrar fue en 2011, el juego en el que River Plate, en el Monumental, perdió el partido que lo llevó al descenso de la primera división del futbol argentino. «Asistí por curiosidad.» Longoni es historiador y los historiadores son curiosos.
Tiene un palmarés que lo ha llevado a exponer en más de 18 países y ha ganado múltiples premios, entre otros, una Medalla de Bronce en el Interpress de Moscú (1985) y dos veces el Adepa (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas), en 1993 y 2008. Sus temas más recurrentes son la violencia y la fe católica argentina. Por eso, que su fotografía más famosa sea deportiva, no le entra en la cabeza. Hasta 1986, su imagen más famosa, por ejemplo, era de la serie Violencias y lleva el nombre de «Militares argentinos». Esta imagen la hizo en la época de la dictadura y muestra a militares mirando de lado, con ese gorra con visera, bien uniformados, como si posaran para él.
En su página de Internet hay una galería titulada «Maradona mítico», que consta de tres imágenes: en una se ve a Diego besando la camiseta argentina -que en ese juego fue azul-, en la otra está al lado de Óscar Ruggeri, y en la tercera se le ve con la mano estirada mientras el balón flota en el aire y el arquero Peter Shilton hace lo imposible para detener esa pelota que sería gol. «Fue tomada por error», insiste Longoni. Imposible. Longoni, el autor de esa fotografía en blanco y negro que se publicó en más de tres mil diarios y que hoy es una obra de arte o por lo menos se vende como tal, dice que «fue tomada por error».
Cuando asistió a la Copa del Mundo de México 1986, Eduardo Longoni trabajaba en la agencia Noticias Argentinas, una gran empresa periodística de la época, pero modesta económicamente. «Yo era el editor y tenía cierta experiencia; a pesar de tener 26 años y haber cubierto el Mundial de España 1982, sabía algo». Asistió al Mundial de Naranjito como una obligación luego de que los argentinos llegaran como favoritos tras ganar cuatro años atrás la justa de 1978 en su propio país. Pero había algo más motivador: Diego Armando Maradona despuntaba como una luminaria luego de llevar a la selección juvenil a ganar el Mundial de la categoría en 1979. Eso, en otras palabras, significaba repetir el título orbital en la de mayores -«un trámite», como lo aseguró la prensa argentina en su momento- y ganarlo de la mano de una figura: El Diego. Pero no sucedió ni lo uno ni lo otro. El torneo fue una pesadilla para el equipo albiceleste que no pudo pasar de la segunda fase, y le dejó malos recuerdos al Pelusa, quien salió golpeado física y mentalmente. El fotógrafo Longoni regresó al país con la desilusión de no haber estado en la esperada final.
Tras el fiasco de España, la comitiva argentina entendió que un Mundial no era un «trámite» así tuviera a Maradona, quien en esos cuatro años pasó por el Barcelona de España con relativo éxito -dos títulos- y por el Nápoles de Italia, donde liberó su potencial. Antes del Mundial de México, el argentino ya era un astro reconocido, lo que llevó a Carlos Salvador Bilardo, el técnico que había reemplazado a César Luis Menotti luego del desastre en España, a elegirlo capitán del seleccionado. La ilusión se volvió a sentir y la prensa, con más cuidado, mesuró sus palabras.
«A una semana de iniciarse el Mundial, viajé con un redactor de la agencia hacia la Ciudad de México», comenta Longoni, quien recuerda que fueron a cubrir varios partidos, pero nunca a estar en semifinales y mucho menos en la final. El equipo argentino llegó a México 1986 sin ser favorito. Pero empezaría a sorprender a los incrédulos. «Todo se fue complicando cuando el equipo comenzó a pasar las primeras rondas y nosotros a quedarnos en México», añade el fotógrafo. En aquel campeonato, Argentina se instaló en el grupo A, al lado de Italia -campeón defensor-, Bulgaria y Corea del Sur. Pasó primero de su grupo, le ganó a Uruguay en octavos de final y se encontraría en cuartos con Inglaterra. No era sólo un partido, era el juego de la dignidad. No era para menos: había una guerra en la memoria.
Desde hace casi una década, Eduardo Longoni es editor de libros especiales del Grupo Clarín, el poderoso conglomerado de medios argentinos.
La guerra de las Malvinas había enfrentado a Argentina e Inglaterra por la soberanía de tres islas ubicadas a 356 kilómetros de las costas sudamericanas. Los combates ocurrieron entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, cuando Inglaterra retomó el control del archipiélago. Argentina tuvo casi 650 muertos, mientras Inglaterra llegó a 250. Tras más de 30 años, varios organismos, entre ellos las Naciones Unidas, consideran las islas un territorio aún no definido. Esa misma razón la tenían -y la tienen- los argentinos, que han sido insistentes en recuperar ese territorio. No en vano, en ese juego se vieron pancartas como: ?Malvinas son argentinas?. Por eso, un partido de futbol, a sólo cuatro años de culminarse la guerra, tenía un tinte dramático. Cuando se conoció que Argentina enfrentaría a Inglaterra, la prensa del cono sur no dudó en meter presión: «Se juega el honor». «Perdimos una batalla, no la guerra.» «¡Maradona!? Apabúllalos.» Eran consignas temerarias, pero justificables para muchos. Todos estaban de acuerdo en que no era un partido de trámite ni de cuartos de final: era un partido por el honor. «No importaba que no fuéramos campeones del mundo, tal vez lo seríamos luego, pero ese partido había que ganarlo», decían. Los jugadores lo sabían. Todo el país también.
El 22 de junio de 1986, la Ciudad de México amaneció sumida en el caos vehicular. Un año antes había sucedido el devastador terremoto y todo estaba reconstruyéndose, así que había embotellamientos en las calles y nadie calculaba el tiempo según la distancia. «Yo, desde mi hotel, estaba a 30 minutos del estadio, nada lejos. Siempre llevaba un equipo gigante a mis espaldas para realizar el revelado de las fotografías. Yo mismo lo hacía, en una esquina del Estadio Azteca. Recuerdo que ese día tomé un taxi para ir al estadio, y casi no llego». Eran las 8 de la mañana, pero el tráfico provocó que Longoni llegara a las 11, demasiado tarde para un encuentro de cuartos de final en un Mundial -el partido se jugaba a las 12 del día-. «Como llegué tarde, me ubiqué mal en ambos tiempos del juego entre Argentina e Inglaterra», pero esa mala posición le significó la gloria.
Longoni dice que se situó en el poste izquierdo del ala sur del estadio, en el primer tiempo, y en el ala norte en el segundo, aunque no muy lejos de la portería de Shilton. «Tenía un lente largo, un 300 mm, que no podía usar mucho porque cuando se está lejos, ese lente abre mucho el ángulo, y realmente no estaba tan lejos como para utilizarlo. Así que trabajé con uno corto de 85 mm», asegura. En esa época, Eduardo tenía una cámara Nikon MF2, con motor de arrastre.
Argentina e Inglaterra llegaron al partido sin ningún favoritismo claro, aunque la albiceleste llevaba la ventaja por las victorias que había conseguido. El juego tenía como árbitro al tunecino Ali Bennaceur; al costarricense Bernie Ullúa y el búlgaro Bogdan Dotchev como jueces de línea; y a 114 mil testigos en el Estadio Azteca. Los argentinos alinearon así: Nery Pumpido, Sergio Batista, José Luis Brown, Jorge Burruchaga, José Cuciuffo, Diego Armando Maradona (capitán), Jorge Valdano, Héctor Enrique, Ricardo Giusti, Julio Olarticoechea y Óscar Ruggeri. Por Inglaterra inició Peter Shilton (capitán), Gary Stevens, Kenny Sansom, Glenn Hoddle, Terry Butcher, Gary Lineker, Terry Fenwick, Peter Reid, Trevor Steven, Steve Hodge y Peter Beardsley.
Hay pocos recuerdos del primer tiempo, incluso, ya casi no se consiguen relatos. Todo ocurrió en el segundo tiempo. Longoni recuerda el momento en que El Diego empezó a tejer su leyenda: «Maradona comienza esa jugada en tres cuartos de cancha. Elude a tres jugadores, luego le tira el balón a Jorge Valdano, quien la toca, pero Steve Hodge se le anticipa y la envía al cielo, tratando de despejar, hacia el lado de Peter Shilton, quien se confía, y Maradona salta como cualquier jugada y la mete? ¡la mete con la mano!». Un relato de pocas palabras, suficientes para la hazaña. «Si bien el juez central pudo no haberla notado (la mano) porque estaba tapado, me parece insólito que no la haya visto el línea. Pero por eso, después de 27 años seguimos hablando de ese gol.»
La fotografía de Longoni es romántica. Es en blanco y negro. Es, también, una postal, de paisaje. Así es: a la derecha, Shilton inicia el salto, su pierna izquierda aún en el pasto hace fuerza para elevar su cuerpo, su derecha encogida para avanzar en el aire. El Diego, desajustado en el aire, con las piernas tiradas hacia atrás, el puño de su mano izquierda cerrado, el brazo elevado, con la cinta de capitán, el rostro desencajado, mordiendo los dientes, con el temor del choque con el arquero, y el balón en el aire. A los lados, lejos, se ve al defensa inglés Terry Fenwick que intenta llegar, pero se ve despacio, y más atrás, solos, ensimismados, ven la jugada o el balón los argentinos Julio Olarticoechea y Jorge Burruchaga. Al fondo, una tribuna de tres pisos abarrotada ve la jugada, o lo que se entiende de ella. Eso es todo. Esa es la fotografía. Ese es el gol.
El periodista uruguayo Víctor Hugo Morales, cuya narración es mítica y se puede escuchar en YouTube, lo relató así: «La pelota va para Maradona… Maradona puede tocar para Enrique… Siempre Maradona… Se va entre tres Diego? ¡Genial! ¡Genial! ¡Genial! Tocó para Valdano? Entró Maradona… Salta… ¡Mano! ¡Gol!, ¡gol!… ¡Goooool!, ¡goooool!, ¡goooool! Argentina vio el gol. Diego Armando Maradona entró a buscar después de una jugada maravillosa, un rechazo para atrás… Saltó con la mano para mí… ¡y para convertir el gol…! Mandando la pelota por encima de Peter Shilton». Morales, en una entrevista, justificó su relato: «Dije instantáneamente que la tocó con la mano, después insistí en que el gol había sido con la mano, que los ingleses tenían razón y rematé con lo que sí es vulnerable para un profesional: Pero qué quiere que le diga, contra Inglaterra, aún con la mano, lo festejo«.
Maradona, en su libro autobiográfico Yo soy el Diego, dice: «A veces siento que me gustó más el (gol) de la mano, el primero. Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como La mano de Dios… Qué mano de Dios, ¡fue la mano de El Diego! Y fue como robarles la cartera a los ingleses, también». Maradona tenía 25 años y llegaba a la cima del futbol mundial.
Agrega: «Nadie se dio cuenta en el momento: me tiré con todo. Ni yo sé cómo hice para saltar tanto. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás; el arquero Shilton, Peter Shilton, ni se enteró y Fenwick, que venía atrás, fue el primero que empezó a pedir mano. No porque la haya visto, sino porque no entendía como podía haberla ganado en el salto a su arquero. Cuando yo vi que el juez de línea corría hacia el centro de la cancha, encaré para el lugar de la tribuna donde estaba mi papá, donde estaba mi suegro, para gritárselo a ellos… ¡Mi viejo había sacado medio cuerpo afuera, convencido de que yo había hecho el gol de cabeza! Estuve medio nervioso, porque salí festejando con el puño izquierdo cerrado y mirando de reojo a ver qué hacían los jueces, ¡mirá si el árbitro se agarraba de eso y sospechaba! Por suerte ni se enteró. A esa altura, todos los ingleses protestaban y Valdano me hacía así, ¡ssshhh!, con el dedo en la boca, como si fuera una enfermera en un hospital. Él me había dado el pase: habíamos tirado una pared, lo apuraron, me devolvió un ladrillo, porque otra no le quedaba, y yo salté, salté con el arquero y el puño arriba, pero detrás de la cabeza… Golazo, golazo, a llorar a la iglesia… Como le contesté a un periodista inglés, de la BBC, un año después: Fue un gol totalmente legítimo, porque lo validó el árbitro. Y yo no soy quién para dudar de la honestidad de un árbitro«. Nadie sabe cómo hizo para saltar tanto. Pero lo hizo.

El fotógrafo Longoni recuerda que de ese gol tomó tres fotografías, de las cuales dos imágenes no registran la pelota. «Sólo una foto servía. Si mirás esa jugada por la televisión, se intuye que pudo ser con la mano, pero no podés dar crédito, como hoy sí lo daríamos. Fue una jugada impensable, corta, que nace de un rechazo, fácil para un arquero, pero inexplicablemente Maradona salta. ¿Por qué? No sé, tal vez estaba iluminado, por algo se volvió un mito en la Argentina».
El gol con la mano de Maradona es una mezcla de grandeza, pero también de confusión. Parecía ilógico: ¡Shilton medía 20 centímetros más que Maradona! Shilton era el guardameta, estaba en su área, sus armas eran las manos, mientras Maradona era un jugador menudo, de 1.68 metros, que no tendría por qué ganarle a un arquero en un salto, pero lo hizo, y se inmortalizó. Longoni dice que cuando está tomando la imagen se da cuenta de que Diego hizo el gol con la mano, pero duda si la tiene en su cámara. «Uno a veces fotografía lo que nunca ve, pero desde donde yo estaba se vio claramente la mano. Hay situaciones previsibles, pero ésta no lo era. Luego me preguntan, cuando aún no había revelado, si tenía la imagen, pero no había terminado de revelar.» A los cuatro minutos, y aún en el aire ese aroma de perplejidad por el gol polémico, Maradona hace otra genialidad al realizar una correría desde la mitad de la cancha, desmarcarse de seis ingleses y zigzaguear con la pelota para hacer el que hoy es considerado el mejor gol del siglo. Esa anotación, tal vez, hizo que mermara la controversia del primer gol simplemente por la singularidad de semejante anotación, de sacar a medio equipo inglés.
Kodak se encargaba del revelado de los rollos, así que Longoni les dio los del primer tiempo para acelerar su envío. Pero con ese rollo, donde supuestamente estaba la fotografía del gol con la mano y que había señalado con un marcador, desconfió y no lo pasó cuando terminó el partido. «Me dije: ?prefiero revelarlo yo?.» Entonces lo que hizo fue, en su laboratorio improvisado en el Estadio Azteca, revelar y ampliar las fotos para enviarlas. Lo que hacía rutinariamente era copiar dos fotografías del primer tiempo mientras revelaba el segundo. No había comenzado a revelar y las llamadas a la oficina de prensa en busca de Longoni se repetían con insistencia: ¿tenían o no la fotografía de la mano de Maradona? Sí, Eduardo la tenía.
Longoni, a pesar de tantos años de la histórica foto, todavía se emociona al relatar aquel momento: «Lo que tengo en mi memoria es cuando vi por primera vez el negativo, todavía mojado por los químicos, y vi la imagen que luego recorrió el mundo. Era perfecta; aún me emociono de sólo verla. Cuando mandé la fotografía no imaginé que pudiera tener la escena, porque no sólo estaban allí los mejores fotógrafos del mundo, sino porque no era una toma más. Luego la envié a mi agencia, y a los 20 minutos Noticias Argentinas rebotó por el planeta la imagen, y fue la primera que dio a conocer que la mano de Maradona en verdad existió». Sus ojos se encandilan.

El árbitro Bennaceur, en algunas pocas intervenciones,ha hablado del gol de Maradona, un hecho que, incluso, lo volvió famoso. En una charla con el diario Olé de Argentina en 2001, dijo que tiene el video completo del partido Argentina?Inglaterra y que lo ve tres veces al año con sus hijos. Insiste en que obró bien en ese duelo histórico y rememora que ese partido tenía mucho interés para los dos países, más allá de lo deportivo. ¿Sabía el tunecino de la guerra de las Malvinas? Seguro. Pero la pregunta sería ahora: ¿por qué no vio la mano? «En lo que me concierne, yo dirigí perfectamente. En ese momento no había ninguna especialización y los asistentes éramos los propios árbitros. Íbamos rotando. Antes del debut en la Copa, hubo una reunión en la que se dejó en claro que si el asistente estaba en mejor posición que el juez principal, había que hacerle caso. Si ven el partido, se darán cuenta de que uno de los jueces de línea (el búlgaro Dotchev) estaba mejor ubicado. Yo dudé, pero cuando vi que el línea corría hacia el centro, marqué el gol. Estaba obligado a seguir el consejo de la fifa.» Tiene razón: el búlgaro Dotchev se equivocó entonces, pero él también.
Bennaceur dice que vio luego la anotación por televisión y aceptó el error, pero sostiene que en el partido no vio la mano. Puede pasar. «Estoy seguro de que mi responsabilidad en ese gol fue limitada», asegura y menciona que él fue árbitro durante 17 años y que dirigió dos finales de la Copa Africana. Se acuerda de que Gary Lineker, el gran delantero inglés, le dijo: «¡Maradona hand-ball!, ¡Maradona hand-ball!». Luego cuenta que se escribió, durante 10 años, cartas con el búlgaro Dotchev y éste insistía en que la televisión no era seria y que él como juez de línea siempre estuvo mejor ubicado. «Tiene un buen punto, pero la mano existió», cierra Bennaceur.
Por su parte, el arquero Peter Shilton, una insignia del futbol inglés, dijo hace un par de años al diario As de España: «Un portero que saca el balón dentro de la portería cuando ha cruzado la línea también está haciendo trampa. Lo único que me molestó es que Maradona nunca se disculpara. Al final de los partidos, si algo se ha hecho mal, entre los futbolistas nos lo decimos, pedimos perdón. Él nunca lo hizo; lo celebró», dijo en la entrevista. «Su acción fue un reflejo, pero su reacción desde ese momento no fue la correcta. Es el mejor jugador contra el que he jugado, pero no le daría la mano si nos encontráramos», añadió. Shilton sigue herido.
En 1986 no había cámaras digitales, ni YouTube, ni Google. Las cámaras fotográficas eran análogas y funcionaban con rollo de 24 y 36 exposiciones. La imagen que hoy muestra Google cuando alguien digita ?La mano de Dios? de Maradona no es la de Longoni, sino la del mexicano Alejandro Ojeda Carbajal, quien ganó por esa instantánea el Premio Nacional de Periodismo en México en 1987. Hay algo en la fotografía de Ojeda que deja al lector perplejo: el balón está pegado a la mano de Maradona. En la de Longoni, que no aparece en ningún buscador, el balón está un poco más lejos, pero a la vez es más romántica porque pone a dudar al lector de si fue o no con la mano. La de Ojeda tiene otra condena: es una imagen a color, y en 1986 esta tecnología estaba en ciernes, tanto que los diarios de la época no confiaban aún en el color porque a la hora de la impresión en papel periódico esta podría verse borrosa. Ante eso, muchos diarios prefirieron la de Longoni. «Hay dos o tres imágenes que registran el hecho. Todas a color. La foto a color es una imagen que muestra mucho más cerca el balón del puño de Maradona, pero no tiene una gran calidad porque apenas se estaba introduciendo la fotografía a color», dice el fotógrafo mientras recuerda que gracias a esa imagen, la agencia pagó toda la cobertura del Mundial de México 86. «La agencia de noticias tuvo posibilidades de venderla y revenderla. Y me pasó lo que nunca me había pasado en una empresa: me regalaron un sueldo por esa foto. De todas formas, si hubiera sido freelance la historia hubiera sido otra». Se ríe.
Ahora, bajo la calma de la euforia, Longoni reflexiona: «Muchas veces he dicho que Diego se vuelve mito no cuando gana el Mundial de México 86, sino en ese partido. Todavía estaba en el aire la guerra de las Malvinas. En ese partido hace el primer gol con la mano, en una muestra de viveza, y luego a los pocos minutos hace un gol -elude a seis rivales- que termina siendo el mejor de todos los mundiales. Como lo dijo un técnico esa vez: ?Uno lo hizo con la mano y el otro vale por dos?. Este último es un gol que nadie se cansa de ver».
El fotógrafo recuerda que el objeto?foto, la copia en papel que transmitió a Argentina y que luego la agencia rebotó a los diarios del mundo, se la regaló a Maradona al otro día en una conferencia de prensa, la famosa charla con los medios donde acuñó la frase de ?La mano de Dios?: «No, no fue con la mano? fue ?La mano de Dios?», mientras decenas de periodistas le preguntaban por el gol ilegítimo. «Era de 20 por 25 la copia. Se la regalé firmada; teníamos muy buena relación y no había tanto misterio como hoy con los jugadores. Al mostrarla y regalarla, Diego me dice: ?Bueno, mandámela que la voy a guardar?. Una foto que había sido publicada en miles de diarios. Luego hice lo contrario: saqué una ampliada y le pedí que me la firmara, y por ahí la tengo.»
El negativo de esa fotografía está bien archivado. No dice dónde. «Lo tengo bien guardado, porque siempre he dicho que es el capital de trabajo de tu propia jubilación.» Piensa que es un documento memorable y me dice que su hija ya es dueña de la imagen y ha prohibido venderla. Pero lo curioso es que la foto ya se ha vendido como pieza de arte a varios coleccionistas. «Sin duda es mi fotografía más publicada luego de la de los militares. La fotografía de Maradona vale 3 mil dólares como obra de arte, no como mera reproducción para un diario que cuesta 400 dólares. No la tiene ninguna agencia, nunca se cedieron los derechos de autor. Luego la agencia (Noticias Argentinas) me la cedió.» Le pregunto qué piensa de esta imagen después de tantos años. «Fue una fotografía fortuita, tomada por error. Tengo una falsa modestia con esta imagen, porque fue producto de un tema que no manejo mucho que es la fotografía deportiva. Casi diría que esa falta de profesionalismo, de haber llegado tarde a un partido de un Mundial, me enseñó a ser severo con mi oficio. Tanto es así que en la final entre Argentina y Alemania salí del hotel a las 6 de la mañana y llegué a las 6:15, y el estadio Azteca estaba cerrado. Hoy, la edad me duplica la que tenía cuando hice la imagen, y cuando sos joven pensás que son cosas que irán pasando, pero nunca me volvió a ocurrir algo igual.» A nadie, seguro.