El 17 de abril de 2014, a las 14:35 de la tarde, el Escritor y Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, partió de este mundo en su residencia de la Ciudad de México.
A cinco años de su fallecimiento, recordamos el día que llenó de gozo las páginas de Esquire con este artículo:
Por Marcelo Luján
Escritor y Premio Nobel de Literatura, 1927-2014, Aracataca, Colombia
- No importa dónde nací. Fue en los años veinte, en un pueblo escondido. Me criaron mis abuelos hasta los ocho años pero mi recuerdo más nítido y constante no es el de ellos, sino el de la casa en donde vivía con ellos.
- Hay un sueño que no me abandona, un sueño infinito: todos los días de mi vida despierto con la sensación de haber soñado que estoy en esa casa enorme y antigua. Sin embargo no es un regreso. Es un estar allí, sin edad y sin motivo aparente, como si nunca me hubiese marchado.
- Leí La metamorfosis, de Kafka, a los diecinueve años. El comienzo de esa novela fue para mí más que una revelación. Y pensé: “Coño, así hablaba mi abuela”. Entonces decidí leerme todas las novelas importantes de todos los tiempos, incluyendo la Biblia, que es un libro sensacional en el que pasan cosas realmente fantásticas.
- Empecé a escribir por casualidad, quizá sólo para demostrarle a un amigo que mi generación era capaz de producir escritores. Después caí en la trampa de seguir escribiendo por gusto y luego en la otra trampa de que nada me gustaba más en el mundo que escribir.
- No te imaginas la cantidad de mentiras que tuve que decir durante mis años de estudiante para llegar a ser escritor, para poder seguir mi camino. Todos pretendían que me dedicara a otra cosa. Llegué a ser un gran estudiante sólo para que me dejaran en paz y poder seguir leyendo poesías y novelas, que era lo que a mí me interesaba.
- En 1966 le ofrecí a un joven editor argentino los derechos de por vida de uno de mis libros a cambio de quinientos dólares. Hoy en día resulta una suma poco considerable y, aunque en ese momento tampoco era gran cosa, nos servía para pagar los nueve meses de alquiler que Mercedes y yo debíamos en nuestra casa de San Ángel, en México. En ese entonces me costaba muchísimo publicar.
- La mayoría de los cuentos con los que me inicié en este bendito oficio se los escuché a mi madre. Ella jamás oyó hablar de discursos literarios, ni de técnicas narrativas, pero sabía preparar el golpe de efecto.
- El esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como el de empezar una novela. La diferencia radica en que el cuento no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua —si no tiene golpe—, lo más recomendable es tirarlo a la basura.
- Deseo, de todo corazón, que el mundo sea socialista. Y tengo la certeza de que tarde o temprano lo será.
- La revolución cubana está en situación de emergencia por culpa de la incomprensión y la hostilidad de los Estados Unidos, que no se resigna a que este ejemplo esté pasando a noventa millas de Florida.
- Creo que la incapacidad para el amor es la mayor desgracia que puede sufrir un ser humano. Y es una desgracia no sólo para el que la padece, sino para quienes tengan el infortunio de acercarse a quien la padece.
- [El incidente con Mario Vargas Llosa] ocurrió en la Ciudad de México, en 1976. Todo por un malentendido que tuvimos cuando los cuatro —su esposa y la mía— vivíamos en París, cuando todavía éramos amigos. Fueron cosas de parejas. Nos cruzamos en la entrada del cine y sin muchas vueltas me soltó un golpe en este ojo. Y creo que me dijo: “Por lo que le hiciste a Patricia”. Aunque nunca supe bien si dijo “hiciste” o “dijiste”. Ahora ya no importa.
- Los hombres, todos, son impotentes desde el mismo momento en que llegan al mundo. Algunos, la mayoría, tienen la grandísima suerte de cruzar- se con mujeres que les resuelven el problema.
- En cierta época de mi vida fui tan pobre que escribía de noche y dormía de día, para engañar al estómago. De aquel tiempo a esta parte, como comprenderán, mi economía cambió mucho.
- Ahora tengo —por ejemplo— un Mercedes-Benz.
- Hay algunas personas que se quejan de que yo, siendo tan socialista, tenga un Mercedes-Benz. A esas personas quisiera recordarles que para tener un Mercedes-Benz no tuve, por suerte, que explotar a nadie.
- Durante mucho tiempo tuve divididos a mis amigos entre los que me conocieron antes y los que me conocieron después de Cien años de soledad. Los primeros me parecían más seguros porque nos hicimos amigos por varias razones pero en ningún caso por mi celebridad. Luego entendí que eso era un error: la atracción que produce la celebridad es un motivo de amistad tan legítimo como cualquier otro.
- Modestamente puedo decir que me considero el hombre más libre del mundo —en la medida en que no estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie— y eso se lo debo a haber hecho durante toda mi vida única y exclusivamente lo que he querido, que es contar historias.

Fotografía de Gabriel García Márquez: Getty Images