Por muchas razones nunca había visto a Depeche Mode en concierto sino hasta 2017. Fue en Dallas durante ese final de verano cuando volé desde Ciudad de México un día después del temblor. El viaje así comenzó, en medio de la amarga mezcla de confusión y desasosiego que opacaba la emoción del concierto.
La tranquilidad regresaría despacio, con cierta incertidumbre y tristeza, pero también con optimismo y esa confianza que nos devuelve la calma, con el presentimiento de la vuelta a la normalidad tras la lección recibida.
La presentación, como sucede en estos casos, estuvo conformada por una secuencia de flashbacks con un registro especialmente melancólico pero a la vez refrescante. Las canciones de Violator se escuchaban particularmente diáfanas y potentes.
“Personal Jesus” tiene ese encanto que no se desvanece a pesar de que la radio se encargue de programarla una y otra vez. Quizás, ese temperamento guitarrero que envuelve la fantasía que agita el pecado y redención en el mismo envase, sea uno de esos casos en la historia de la música que se ubica en un lugar exclusivo, donde solo la genialidad consigue el acceso.
Esos instantes los sentí como cuando un estupendo anfitrión te sirve tras abrir una de las mejores botellas que reserva para ocasiones extraordinarias. La degustación se instala como un hecho memorable por las condiciones, por el entorno, por el tiempo que ha pasado para llegar hasta este punto, donde el añejamiento ha hecho su mejor trabajo.
La guitarra tocada por Martin Gore –el alma generadora de la mayoría de ideas en el grupo desde su fundación en 1980–, surgió como elemento desconcertante cuando apareció como primer sencillo de Violator. Porque Depeche Mode hasta esos días se las había ingeniado para resolverlo todo con sintetizadores. Desde entonces, el instrumento de seis cuerdas se quedaría para continuar su evolución. Un camino que continuarían sin Alan Wilder, cerrando filas con Andrew Fletcher y el también emblemático David Gahan.
“Policy of Truth”, “World InMy Eyes” y, por supuesto, “Enjoythe Silence” integran los instantes más significativos incluso para quienes no son fans from hell de esta banda británica. Una de las explicaciones del por qué ese séptimo álbum de estudio con apenas nueve canciones, terminó por ser el más exitoso de toda su trayectoria, superando las 13 millones de copias vendidas.
En su nombre, Violator llevaba la consigna: surgir como un disruptor, un descolocador de lo que hasta entonces venía ocurriendo. Un infractor de la inercia que los había hecho cruzar la década de los ochenta apoyados en los recursos de la música electrónica.
Así, transgrediendo lo que habían establecido como sus parámetros, estaban ahí frente a nosotros, haciéndonos volver a eso que habían creado y que nos voló la cabeza en 1990.
Después de esa sacudida, escuchando “Blue Dress” antes de cenar algo en un pub del centro, la calma hacía sus preparativos para regresar.