Porque no hay mejor espacio para dar rienda suelta a nuestros deseos que nuestra imaginación.
Decía uno de mis maestros en la carrera de actuación que cuando una obra de teatro era aburrida o lenta, él de inmediato se iba a pasear a sus fantasías sexuales. Yo era muy joven en esa época y su comentario, además de fuera de lugar, se me hizo medio pervertido y raro. Pero con el paso del tiempo lo he ido comprendiendo: yo también me voy a pasear un rato a mis fantasías cuando estoy viendo una obra de teatro aburrida. Según la Real Academia, la fantasía es: “la facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales”.
Muchas veces pensamos que fantasear es algo de niños y que los adultos serios, comprometidos y respetables no debemos fantasear tanto. He descubierto que no es así, sino todo lo contrario: un adulto necesita fantasear para mantenerse joven, alerta y feliz. Cuando somos niños la imaginación está muy desarrollada y jugamos a todo tipo de cosas: a ser otras personas, a estar en otros lugares, a cambiar de sexo, de rol, de todo. Y cuando somos adultos parece que tenemos que mantener la calma y ser sólo lo que “debemos” ser. ¿Se acuerdan cuando éramos chiquitos y alguien nos hacia reír con la simple amenaza de que nos haría cosquillas? Eso ya nos ponía a retorcernos en el piso de las carcajadas.
Dicen que el órgano sexual más importante es la imaginación, o sea que si por “ser adultos” tenemos que limitar nuestra imaginación y nuestra fantasía estamos perdidos en el mundo de la sexualidad y el goce. Y si estamos todo el día pegados a la pantalla del celular, ¿a qué hora podemos ponernos a fantasear? ¿Y si hay ruido todo el tiempo y nunca estamos en silencio, a qué hora podemos imaginarnos que volamos o que hacemos el amor en medio del mar abierto o en un camerino?
En la obra de teatro que estoy ensayando hay un personaje de un stripper cristiano que en un momento nos dice a las chicas: “Ya investigué y lo que hago no tiene nada de malo, sólo estimulo los pensamientos y el deseo”. He estado pensando mucho en esa frase: ¿hasta dónde podemos estimular nuestro deseo y nuestras fantasías sin lastimar a nadie? O sea, según yo, la mayoría de los hombres —y muchas mujeres— ven frecuentemente pornografía o generan la suya en sus fantasías. ¿Deberíamos sentirnos celosos, inseguros, asustados de eso las parejas, los novios, los esposos? ¿Ustedes qué opinan? [Me pueden contestar en Twitter en @Mariaaura.] Yo antes pensaba que sí y mucho, y temblaba de celos al imaginar a mi pareja viendo pornografía o fantaseando con cualquier cosa que no fuera yo misma. Pero si no somos libres de hacer lo que se nos pegue la gana en nuestra mente, ¿entonces en dónde somos libres? Y además uno se va haciendo viejo y se va relajando mucho. O al menos yo. ¿Les conté de la vez que me disfracé de conejita de Playboy y sólo logré que mi esposo y yo nos muriéramos de risa? La cosa es no tomarse tan en serio…
Por ejemplo, me escribió una chica hace un par de días y me dijo que si quería que me tomaran en serio como columnista, dejara de acompañar mis columnas con fotos “sugerentes” como la que está en esta página. Para empezar, y sobre todo, yo no quiero que nadie me tome en serio: sólo quiero ser feliz y hacer feliz a la mayor cantidad de gente a mi alrededor. Y para continuar, qué gusto me da poder estar en esta revista no sólo en palabra sino también de cuerpo presente y frente a ustedes. Besitos y nos fantaseamos pronto.